Del abismo a la restauración 

Foto por Leonel Romero

Cómo rescató Dios a mi esposo del alcoholismo

Por Dorcas Castillo

Nací en una familia cristiana en la cual no estuvo presente el alcohol ni familiar ni socialmente. Fue en la iglesia donde conocí a mi futuro esposo, con quien tuve un noviazgo de tres años antes de casarnos. En ese tiempo lo vi tomado dos o tres veces, pero al no saber nada sobre el tema, no me llamó la atención.

Como a los dos meses de habernos casado se hizo evidente la realidad de un problema que marcó gran parte de nuestra relación: el alcoholismo. Recuerdo la primera vez que lo estuve esperando en la noche. Pasaban las horas y no llegaba. Primero sentí preocupación y miedo: «¿Le habrá pasado algo?». Pasada la medianoche, llegó muy tomado. No supe cómo reaccionar. Me inundaba el enojo, la tristeza y la decepción. 

Pasó el tiempo y esta situación se hizo una constante: noches en vela esperando a ver cómo llegaba. Mi primera reacción fue pensar que yo podía hacer que él cambiara, porque me quería, luego porque íbamos a tener un hijo y otras razones.

Después desarrollé el sentimiento de que yo tenía la culpa. Quizá no era lo suficiente para él o quizá no era la mejor esposa. Cargué ese sentimiento por mucho tiempo. 

Al paso del tiempo y después de que él tuvo varios accidentes automovilísticos, desarrollé mucha ansiedad y angustia cuando llegaba la noche, porque nunca sabía en qué estado llegaría mi esposo. Pasar las noches en vela y escuchar las ambulancias me generaba mucho miedo. «¿Si chocó y va en esa ambulancia?», pensaba sin cesar.

Tenía mucho resentimiento hacia él y hacia mí misma, y me llené de inseguridad por la posibilidad de que cometiera una infidelidad: «¿Estará con alguien más?». 

Yo no sabía nada sobre el tema y no tenía con quién comentarlo pues para ese momento ya nos habíamos alejado de la iglesia. Como esposa de un alcohólico, siempre se vive en angustia, miedo, enojo, inseguridad, dolor, tristeza y decepción. No hay paz. Sólo mucha soledad y vergüenza, que resulta en aislamiento. Además no sólo la esposa lo sufre; todo eso también afecta a los hijos.

Intenté de todo: enojo, gritos, llanto y súplicas. Nada funcionó. Es un círculo vicioso. Esperar a que llegue borracho, luego enojos y peleas, después disculpas y promesas de cambio, y empezar de nuevo. 

Después de sufrir una depresión muy fuerte, por fin pude entender que yo no podía hacer nada.

Dios, en su misericordia, puso personas en mi camino que me acercaron a un grupo de Alcohólicos Anónimos. A través de los doce pasos, pude entregarle mi problema a Dios. Decirle derrotada: «Yo no puedo con esto». 

Conocí qué es el alcoholismo y también la codependencia que una esposa desarrolla con el alcohólico. Entendí que el alcoholismo es el síntoma de problemas más profundos. Informarme sobre la naturaleza de esta enfermedad fue fundamental para iniciar el camino a la restauración.

La falta de conocimiento puede llevar a la destrucción y decadencia personal, familiar y social. En mi caso, como no había alcohol en mi familia, pensé que no era necesario hablar o escuchar sobre este tema. Me di cuenta de la gran necesidad de tocar estos temas dentro de las iglesias. Como dice Oseas 4:6 «Mi pueblo perece por falta de conocimiento» (BLP).

Pude regresar a Dios y pedirle perdón por la soberbia de pensar que yo podía cambiar a una persona, y en vez de eso pedir su ayuda para trabajar en mi problemática. Hoy, por su gracia, puedo decir: mi esposo ya está en recuperación y regresamos a la iglesia.

Toda la honra y gloria a Dios por su restauración, por su perdón a través de Jesucristo y su poder para hacerme hoy una persona que tiene una nueva identidad como su hija.


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