Mente inquieta

Foto por Marian Ramsey

Herramientas para luchar contra la ansiedad

Por Johanna Ochoa

Es hora de dormir, cierro los ojos, pero mi mente no se apaga. Mil escenarios se reproducen. Quiero detenerlos, lo intento pero no puedo. Doy vueltas en la cama. Me levanto, me pongo de rodillas y trato de orar, pero hay algo que oprime mi pecho. Me cuesta respirar, me cuesta hablar. 

Intento orar con más fuerza, pero ya no salen palabras. Sólo puedo cerrar los ojos y susurrar una vez más: «Señor, por favor, trae calma a mi mente». Confío en que Dios está obrando, pero mi cuerpo me grita que estoy sola y perdida. 

Me concentro en hablar con Dios, me aferro a su mano y aunque los pensamientos siguen dando vueltas, poco a poco, empiezo a sentir calma. 

Es hora de levantarse, la alarma suena y despierto agotada. Durante el día, logro distraerme con tareas y trabajo, pero cuando llega la noche y se apaga el ruido exterior, todo lo interno se amplifica.

Es como si mi mente no tuviera un botón de pausa, aunque es hora de dormir sigue encendida. Una noche más dando vueltas en la cama, mirando el reloj, sintiendo que el aire no alcanza. Intento orar, pero mi respiración se agita y mi corazón se acelera. Los pensamientos regresan. Lloro y entre lágrimas, vuelvo a clamar: «Señor, ayúdame».

Pasaron los días. Pasaron las semanas. El patrón se repitió una y otra vez. Y en medio de todo eso, entendí algo que me costaba aceptar:

Estaba luchando con la ansiedad.

No fue algo sencillo de admitir ya que como creyentes enfrentamos un estigma silencioso. 

El estigma silencioso de la ansiedad

Como cristianos, a veces sentimos que hay temas que «no deberíamos» mencionar. La ansiedad es uno de ellos. Se espera que si tienes fe, nunca debes luchar con la ansiedad. Como si fuera una contradicción. Pero no lo es. El silencio que rodea esta lucha sólo profundiza la herida. 

La ansiedad no es sinónimo de incredulidad. Tener ansiedad no significa que Dios se ha alejado o que tu espiritualidad es débil. Incluso grandes hombres y mujeres de Dios en la Biblia pasaron por momentos de profundo temor y angustia, y Dios no los rechazó por eso.

En el momento en que reconocí mi lucha en vez de negarla o quererla borrar de manera instantánea, Dios empezó a actuar. Fue un proceso en el que Él me mostró terrenos en mi mente y corazón en los que, sin darme cuenta, había dejado que las mentiras del enemigo se anidaran.                                             

La guerra de los pensamientos.

Día tras día, mi mente se llenaba de «¿y si...?», «esto va a salir mal», y otras preguntas. Eran pensamientos pequeños al principio, pero persistentes. 

Voces como: «lo estas haciendo mal» o «todo se va a derrumbar» fueron tomando protagonismo en mi mente. Incluso empezaron a tener más peso que la verdad de Dios.

Me sentía responsable de todo: de que todos estuvieran felices, de que nada saliera mal, de no fallar. La ansiedad me hacía sentir que si no controlaba cada detalle, algo iba a salir terriblemente mal.

Oraba. Leía la Palabra. Buscaba a Dios. Pero dentro de mí, mi carne se aferraba a llevar una carga que no le pertenecía. No fue sencillo soltar y rendirme. 

Mi mente seguía buscando razones para mantener el control, y mi corazón se resistía a reconocer que necesitaba ayuda. Pero en medio de todo, Dios no me soltó. No me dejó caer. Él estuvo ahí de maneras muy concretas.

Herramientas para luchar contra la ansiedad

  • La oración.

Había días en los que ni siquiera sabía cómo orar. Sin embargo, me sentaba allí con la Biblia abierta aunque sólo pudiera llorar. Y aún en ese silencio, Dios me encontraba. 

Recordaba su Palabra: «¿Por qué estás tan abatida, alma mía? ¿Por qué estás tan angustiada? En Dios pondré mi esperanza y lo seguiré alabando. ¡Él es mi salvación y mi Dios!» (Salmos 42:5).

Como dice este salmo, la angustia no se iba en automático pero en medio de ello, su presencia me sostenía. 

  • Las personas

Dios usó a personas clave como instrumentos de su gracia. Amigas que no sólo me escuchaban, sino que oraban por mí cuando yo no podía hacerlo. Una de ellas me llamaba cada semana para preguntarme cómo estaba realmente y oraba conmigo. 

También personas que me confrontaron con amor, haciéndome ver que mi orgullo me estaba impidiendo soltar el control. Un mensaje que dolió, pero que era justo lo que necesitaba. 

  • La rendición

Recuerdo un día en específico en que me desperté más inquieta que de costumbre, tenía la sensación de que algo malo iba a suceder. Ni siquiera me atreví a ir a trabajar. Ya no podía más, no quería pasar un día más sintiéndome de esa manera. 

Me arrodillé en mi habitación y dije con lágrimas: «Señor, ya no puedo más. Me rindo». No fue una oración elegante pero fue una rendición honesta. Y en ese instante tuve una certeza: Dios estaba ahí. Él nunca me dejó, aunque yo había intentado cargar todo sola.

Dios no me juzgó, sino que con amor me dijo: «Ríndete y suelta. Si caes, Yo tengo poder para levantarte»

Dios no nos abandona en medio de nuestro caos interno. Él se hace presente en lo cotidiano: en una oración, en su Palabra, en una amiga fiel, en una palabra a tiempo. Nos sostiene cuando ya no podemos más, y nos guía con paciencia hasta que estamos listos para soltar. Él no se aparta de nosotros en nuestra debilidad; ahí es donde está más cerca. 

********

¿Estás luchando con ansiedad y no sabes qué hacer? Comienza con un pequeño paso: habla con Dios tal como estás. Y busca a alguien de confianza que pueda orar contigo. A veces, Dios responde a nuestras oraciones poniéndonos personas que nos acompañan y nos recuerdan que no estamos solas.

Recuerda, no estás fallando como cristiana. Dios no se ha alejado de ti por sentir ansiedad. Él no se aparta de ti por tus luchas. Él te abraza justo donde estás y quiere enseñarte a confiar. 

«Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso» (Mateo 11:28 NVI).


Tal vez también te interese leer:

Siguiente
Siguiente

Fe en las promesas de Dios