¡Ayuda! Mi esposo es alcohólico
Señales, realidades y esperanza
Por Editorial Milamex
Este artículo es una recopilación de las experiencias y consejos de vida que Dorcas Castillo nos contó en una entrevista. En la actualidad, Dorcas vive con su esposo quien tiene más de 20 años en sobriedad. Puedes leer su historia AQUI (añadir link de su testimonio)
El alcoholismo en el matrimonio es una realidad dolorosa que muchas familias enfrentan en silencio. Comprender las señales tempranas, saber cómo responder y encontrar caminos de sanidad puede marcar la diferencia entre el deterioro continuo y la restauración.
Dorcas conoce ambos lados de esta historia. Vivió años sin saber cómo responder, cometiendo errores que sólo empeoraban las cosas, hasta que aprendió verdades difíciles que cambiaron todo. Hoy, después de más de 20 años de sobriedad de su esposo, comparte con franqueza lo que desearía haber sabido desde el principio: las señales que pasó por alto, las decisiones que marcaron la diferencia y la perspectiva que al final trajo libertad y sanidad.
Señales de alerta temprana
Las primeras señales no siempre son evidentes, pero hay patrones claros que indican un problema, por ejemplo, la incapacidad de detenerse después de la primera bebida. Cuando alguien comienza con una cerveza en una reunión social y ya no puede parar, existe un problema que debe considerarse con seriedad.
Otra señal de cuidado es beber a solas en casa con el pretexto de «relajarse». Esta necesidad u obsesión revela una dependencia creciente. Como el alcoholismo es progresivo, lo que comienza como una actividad ocasional puede convertirse en una recurrencia diaria e incontrolable.
El momento correcto para confrontar
La reacción natural ante una borrachera es el enojo, especialmente cuando la persona ni siquiera recuerda lo sucedido. Sin embargo, intentar hablar, negociar o confrontar al marido mientras está tomado es inútil. Por más que la esposa grite, llore o suplique, no habrá forma de comunicarse con eficiencia.
El momento ideal para abordar el problema es durante «la cruda», ya sea física o moral. Es entonces cuando el esposo puede manifestar con calma cuánto está perjudicando a todas las personas a su alrededor, a la familia y a sí mismo. Confrontar es elemental, aunque sea un patrón repetitivo. Es vital levantar la voz en el momento adecuado.
Liberándose de la codependencia
Cuando se vive con una persona alcohólica, surge una codependencia acompañada de angustia, ansiedad y depresión. El primer paso para cuidar la salud emocional propia es hablar con alguien que tenga conocimientos sobre el tema y que pueda guiar en el proceso.
Por otro lado, es fundamental comprender una verdad difícil: nosotras no podemos cambiar al alcohólico. No podemos controlarlo y el hecho de que nos ame no garantiza que dejará de beber. La única persona por la que podemos hacer algo es por nosotras mismas.
La codependencia suele estar impulsada por el miedo: miedo a la soledad, miedo a la reacción de la pareja, miedo a lo desconocido. El patrón se convierte en un círculo vicioso: empieza a beber, surge el terror, ocurren incidentes (choques, pleitos), viene la cruda, piden perdón, creemos que ya no volverá a suceder, pasan días o semanas sin beber y, cuando se presenta la oportunidad, el ciclo comienza de nuevo.
La oración de la serenidad que enseñan en Alcohólicos Anónimos ofrece un consejo valioso: «Dios, concédeme serenidad para aceptar lo que no puedo cambiar, valor para cambiar lo que sí puedo y sabiduría para conocer la diferencia».
La importancia de cumplir las consecuencias
El alcohólico necesita ver que las palabras tienen consecuencias reales. Hacer amenazas que no se van a cumplir sólo refuerza el comportamiento destructivo. Si la esposa le dice: «La próxima vez que bebas me voy de la casa», luego él bebe y esa consecuencia no se cumple, se envía el mensaje de que no pasará nada.
Se necesita valor para cambiar lo que sí se puede cambiar. Si se decide establecer una consecuencia, aunque sea irse quince días, debe cumplirse.
La persona necesita ver que sus actos tienen repercusiones reales. Esto implica también dejar de ser facilitadores; es decir, no acompañarlo en sus borracheras, no limpiar sus vómitos, no llamar a su trabajo para dar excusas. Él debe asumir la responsabilidad de lo que está haciendo.
Manejando la ansiedad de las noches de espera
Las noches de espera son especialmente angustiantes. Si necesitas estrategias concretas para mantenerte cuerda durante esas noches de desvelo, lee estas recomendaciones prácticas para cuando son las tres de la mañana y tu esposo no ha llegado.
Es común imaginarlo en una ambulancia o preguntarse en qué delegación habrá que irlo a buscar. Sin embargo, es crucial vivir en el presente: en este momento, ahora mismo, no está pasando nada. «Estamos seguros, los hijos están bien y mañana Dios dirá».
Como enseñó Jesús, no debemos angustiarnos por el día de mañana. Es necesario aprender a confiar en Dios, aunque resulte difícil en extremo. El proceso requiere aprender a ver a Cristo antes que ver las circunstancias.
A veces, como esposas cristianas, pedimos a Dios que no le pase nada a nuestro esposo. Pero las consecuencias de sus actos necesitan ocurrir. Esos accidentes o esas situaciones difíciles pueden ser permitidas por Dios precisamente para que el esposo tome conciencia de su enfermedad.
Si ya oramos por él y estamos trabajando en nosotras mismas, debemos confiar en que Dios está trabajando en él. Lo que no queremos que pase puede convertirse en bendición, porque a través de ello, Dios puede hacer su trabajo en el esposo.
Protegiendo a los hijos
Con los hijos es fundamental hablar con la verdad, pero sin utilizar lenguaje dañino. En lugar de decir «tu papá es un borracho», es mejor explicar «tu papá tiene una enfermedad espiritual que se llama alcoholismo, con la cual no puede controlar su consumo de alcohol».
Cuando hay situaciones de violencia, lo primordial es salvaguardar a los hijos. Irse a un lugar seguro o encerrarse con ellos bajo llave si es necesario. Explicarles que el que está golpeando la puerta no es realmente su papá en ese momento, sino una persona que decidió beber sin parar.
Comprendiendo la enfermedad
Es vital aprender qué es el alcoholismo en realidad para disminuir el resentimiento. Para entender la magnitud del alcoholismo en nuestro país y cómo afecta a miles de familias mexicanas, conoce estos datos sobre el alcoholismo en México.
Es muy fácil pensar que «es un borracho», que «si quisiera podría dejar el alcohol» o que «lo hace a propósito para lastimarnos».
Al profundizar nos damos cuenta de que son personas heridas, lastimadas, que no saben qué hacer con su dolor y lo único que han aprendido es a mitigarlo con el alcohol. De alguna manera, es aprender a verlos como Dios los ve.
Tienen una herida profunda que sólo Dios puede sanar. Nosotros no podemos hacer nada por sanarlos, pero podemos aprender a verlos con compasión.
Durante las conversaciones en la resaca es bueno hablar sobre qué les causa ese dolor: por qué se sienten solos, qué vivieron en su niñez, qué cosas les duelen. Es crucial aprender a escuchar sin interrumpir ni decirles qué hacer. Simplemente prestar atención a qué les duele y dejar que Dios haga el resto.
El proceso de cambio
Es importante comprender que solapar el alcoholismo de la pareja también enferma a la mujer. Esta verdad, aunque chocante, es liberadora. Tenemos una visión muy moralista del bien: «yo estoy bien porque yo no bebo y porque tengo que cargar con esta cruz». Pero en realidad, también la esposa tiene responsabilidad como facilitadora del alcoholismo.
Por ello, cuando la esposa comienza a trabajar en sí misma y a establecer límites saludables, el cambio en sus actitudes puede despertar la curiosidad del esposo.
Por ejemplo, cuando la esposa deja de llamar al trabajo para dar excusas o de facilitar el alcoholismo de otras maneras y comienza a decir «tú asume tu responsabilidad», puede generar un impacto. El cambio en la dinámica, aunque al principio torpe y pequeño, puede llevar al esposo a preguntarse qué está sucediendo y poco a poco buscar ayuda.
El papel de la iglesia
La iglesia debería ser el apoyo principal cuando la esposa o ambos piden ayuda. Sin embargo, algunas veces sin conocer el tema a profundidad, los líderes o pastores dan consejos sobre el alcoholismo sin la preparación adecuada y sin comprender realmente todo lo que implica esta enfermedad.
La iglesia puede ser una fuente de sanidad profunda cuando se acerca a la familia afectada sin juicio sobre el presente y con esperanza para el futuro. A veces ni siquiera es necesario que aconseje, sino que acompañe en esas circunstancias vulnerables con un: «No me impresiona lo que hayas hecho en tu pasado. Lo que me va a impresionar es lo que Dios va a hacer en tu vida de aquí en adelante». Este tipo de expresión del amor de Dios es lo que tanto el alcohólico como la familia necesitan escuchar.
Manejando las recaídas
Una vez que el esposo alcohólico acepta la ayuda es necesario saber que las recaídas son parte del proceso. La clave está en cómo abordarlas. En lugar de juzgar con enojo a la otra persona, es mejor asumir responsabilidad sobre lo que nosotras cargamos: nuestro enojo es nuestro y debemos resolverlo sin «embarrarlo» a los demás.
Una manera productiva de abordar una recaída es: «Ya recaíste, no pasa nada, sólo asume lo que hiciste y tú decides qué vas a hacer con eso. Si lo vas a corregir o no». Es importante aclarar que esto se debe hablar en la resaca, cuando la consciencia del alcohólico ha vuelto a la normalidad.
Debemos, dejarle la responsabilidad a él y trabajar en nosotras mismas: «Señor, me estoy enojando, me estoy resintiendo. Yo sé que eso me hace daño y no lo quiero tener». Es cuestión de actitud: ¿qué voy a recibir yo? ¿Qué quiero en mí y qué no quiero? Cuando ya se ha sufrido bastante con el resentimiento, la angustia y la ansiedad, llega el momento de decir y decidir: «No más. Puedo elegir algo distinto».
Decisiones radicales
Cuando la situación no mejora sino todo lo contrario, es muy difícil decidir si quedarse o no en el matrimonio. Cuando hay violencia física o situaciones mucho más graves, se debe tomar la decisión de alejarse por un tiempo o incluso divorciarse. Cada caso requiere pedir a Dios mucha sabiduría y buscar consejería específica.
La decisión de luchar por el matrimonio debe tomarse con Dios al frente: «Señor, no soy yo. Tú y yo vamos a luchar por esto». Es un proceso doloroso porque implica renunciar a muchas cosas. Por ejemplo, puede significar renunciar a seguir sirviendo en algún ministerio de la iglesia para dedicar tiempo a la restauración familiar o dejar otras actividades importantes.
Una renuncia muy difícil es soltar la imagen del «marido que yo quería» y aceptar al hombre que Dios está preparando para su servicio y su gloria. Cuando comprendemos que Dios está trabajando en restaurar a esa persona no para darnos el cónyuge de nuestros sueños, sino para convertirlo en el hombre que Él necesita para su propósito, la perspectiva cambia por completo. Son renuncias fuertes, pero pertinentes si queremos luchar por el matrimonio.
Lo imposible es la especialidad de Dios
«Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra» (2 Crónicas 7:14).
Si ponemos nuestra vida en manos de Dios y estamos dispuestas a renunciar a lo que Él nos pida, hay salida y solución. Podemos ver la mano de Dios obrar y presenciar milagros. Lo que parece imposible es la especialidad de Dios.
La transformación es posible. Familias que han caminado más de veinte años en sobriedad y restauración son testimonio de que, aunque el camino es doloroso y requiere trabajar heridas del pasado, ver la mano de Dios en todo el proceso hace que cada renuncia, cada lágrima y cada paso de fe valgan la pena.
Adaptado del taller Una fe encarnada de la Gala de belleza 2025