Hassan y la estrella

Foto por Juan Carlos Caballero Márquez

Adéntrate en la historia

Por Mirna Sotomayor

 —¡Rápido, pongan a los animales en círculo! —gritó Biruk.

—¡Arrodillen a los camellos y acuesten a los caballos! ¡Cúbranles los ojos  y

que toda la mercancía esté bien amarrada! ¡Escúdense en los animales y abracen sus cuellos!

El viento negro azotó sin misericordia, las piedrecitas de arena golpeaban con insidia sus túnicas, y sus turbantes hacían poco para protegerlos. Sólo quedaba aguantar y tratar de respirar en lo que el torbellino pasaba. Tras unas horas, el viento y el ruido se fueron, así como llegaron.

Se hizo el recuento de los daños: algunos golpes y raspones, animales nerviosos y algunas mercancías que se habían perdido, pero lo más importante no había sufrido daño. Era tiempo de continuar el viaje. La caravana avanzaba con lentitud. Estaban a dos días del siguiente oasis.

Después de un día de camino, se encontraron con los restos de otra caravana. Todo estaba destrozado y quemado. Biruk, el líder del grupo, dio la orden de buscar sobrevivientes. Encontraron a un muchacho herido de gravedad, parecía un niño aún. Lo montaron en el camello y al poco rato el chico despertó con el movimiento ondulante y letárgico.

—Descansa —oyó una voz profunda y melodiosa—. No te muevas.

El joven salía y entraba de la inconsciencia, y de vez en cuando sentía unas manos expertas cuidando de él. Era Arash, uno de los viajeros que poseía conocimientos médicos, y que se había encargado de estar al pendiente del chico. Sin embargo, la fiebre no cedía.

—¿Crees que se salve, Arash?

—Solo el Altísimo Creador de todo lo que hay lo sabe, Yusuf.

 Llegaron al oasis casi al anochecer. Bajaron al joven herido del camello; deliraba. 

—Me quedaré a la entrada de mi tienda con él esta noche, el viento fresco le ayudará. Además somos una caravana muy grande, no creo que alguien se acerque —anunció Arash.

Biruk y Yusuf asintieron y se fueron a sus tiendas.

 Hassan despertó de su letargo y vio a un hombre. 

—No te asustes, me llamo Arash. Te encontramos por el camino.

—¡Mis padres y hermanos! ¿Dónde están? —gritó tratando de incorporarse, una punzada en su entrepierna lo volvió a tumbar.

Cuando volvió en sí, el sol estaba declinando.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Arash—. Veo por tu ropa que eres judío y asumo que tu familia también lo era.

El muchacho trató de ocultar su llanto, pero sin poder contenerse más, soltó toda su agonía. Lloró, lloró y lloró, hasta que el río de sus lágrimas se secó.

—¿Cómo te llamas?

—Hassan ben Shmuel.

—Hassan… —repitió Arash lentamente, como recordando. —Tu nombre significa cantor, ¿verdad? ¿Tu familia cantaba en tu templo? 

Hassan sintió un nudo en la garganta.

—Muchacho, no me puedo imaginar tu dolor, pero lo que sí sé es que el Eterno decidió que sobrevivieras, y por eso y para honrar a todos tus seres amados tienes que hacer tu mayor esfuerzo. La herida en tu pierna fue muy grave. Es posible que te cueste trabajo volver a caminar. Ruega al Altísimo que haga un milagro.

La noticia fue como una puñalada, había perdido a toda su familia, el nombre de sus antepasados se borraría de la tierra, no podría volver a entrar al templo y mucho menos cantar en él, debido a su invalidez. Desde pequeño ese había sido su único sueño. Todo lo que había sido importante para él, había desaparecido. ¿Realmente valía la pena vivir? Quizás sería mejor perderse en el desierto y olvidarse de todo. Lloró hasta quedarse dormido.

No supo cuánto tiempo durmió, cuando al fin sus ojos se abrieron, fue por una radiante y majestuosa luz. Era la estrella más hermosa que jamás había visto. Sintió que la estrella lo consolaba, lo animaba, lo llamaba, le sonreía, le decía que no se rindiera y que siguiera adelante con la caravana. Al mirar a su alrededor, notó que él fue el único testigo de aquel raro espectáculo. Nadie había parecido notar nada especial.

Al otro día se levantó el campamento. Mientras todos hacían los preparativos, se acercó Yusuf, el anciano de voz amable, a preguntarle por su salud. Hassan contestó que estaba mucho mejor y que en cuanto estuviera más fuerte, lo podrían dejar en algún oasis o aldea.

—Hablaremos de eso cuando llegue el momento. Ahora, ocúpate de recuperarte.

Más tarde vino Arash, lo limpió y le cambió los vendajes.

—Dime, Hassan, ¿de dónde venía tu caravana? —preguntó Arash.

—De Basora. Bueno, en realidad somos de Bagdad y regresábamos ahí para luego seguir nuestro camino a Jerusalén. Nuestra tribu era comerciante.

—Nosotros vamos para Jerusalén. Si quieres venir con nosotros, eres bienvenido. No somos mercaderes, aunque sí comerciamos. Somos astrólogos y vamos siguiendo una estrella.

El corazón de Hassan dio un brinco. Entonces la estrella que vio no había sido un sueño, pensó. Pero no dijo nada.

—Pero si quieres que te dejemos en Bagdad cuando pasemos…

—Prefiero ir con ustedes —lo interrumpió el chico—. Ya no me queda familia en Bagdad, pero mi madre tiene un pariente en Judea. Voy a ir a buscarlo. Prometo hacer mi parte del trabajo.

—Muy bien, jovencito —se rió Arash—, pero primero tienes que estar sano y fuerte.

—Por cierto, ¿cuántos años tienes?

—¡Ya casi soy un hombre, tengo once años y cuatro lunas! —exclamó Hassan—. ¡Puedo ayudar!

—Lo harás —dijo sonriendo Arash—, no pienses que voy a dejarte haraganear.

Por primera vez una pálida esperanza se dibujó en los ojos de Hassan.

Una tarde, con toda la caravana comiendo al calor del fuego, Yusuf le pidió a Hassan que les hablara del Rey que el pueblo hebreo esperaba. Al principio Hassan no estaba seguro de contestar, pero aquellos hombres le habían salvado la vida. Viendo su indecisión, Yusuf explicó:

—Desde hace unos meses venimos siguiendo a una estrella, pues fue anunciado en nuestras antiguas profecías que un Rey habría de venir trayendo salvación para todos los hombres y que cuando ese momento llegara, el cielo lo anunciaría con una estrella diferente a todas las demás. Nosotros sabemos que ya es el tiempo.

Hassan preguntó cuál de las estrellas que se veían aquella noche era la que estaban siguiendo.

—Ahora no ilumina el firmamento, pero está ahí. Sólo vemos su resplandor algunas noches y hemos comprendido que el Eterno nos anima a seguir hacia nuestro destino, a confiar en Él y en que llegaremos a Jerusalén.

Entonces Hassan comenzó a hablar: 

—Nuestro Dios le prometió a nuestro padre Abraham que la tierra donde él estaba sería suya y de su descendencia, y que se multiplicarían como las estrellas, y así sucedió. Un día nuestros enemigos mandaron traer un adivino de las orillas del Río Eufrates para que nos maldijera. Pero el Altísimo Señor no se lo permitió, sino que de su boca salieron estas palabras: «Saldrá ESTRELLA de Jacob, y se levantará cetro de Israel».

Cuando Hassan terminó estas palabras, los tres astrólogos se levantaron, y alzando sus manos adoraron al Creador del universo, y con ellos todos los hombres de la caravana. Hassan se asombró porque ¡gentiles estaban adorando al Todopoderoso!

Pasaron los días hasta que Arash le avisó:

—En dos días llegaremos a Jerusalén. ¿Qué harás, Hassan?

—Seguiré con ustedes hasta que vean al Rey. Me conformo con contemplarlo de lejos y luego buscaré al pariente de mi madre. Él se llama Zacarías.

Cuando entraron a Jerusalén, el corazón del muchacho se ensombreció. Su padre y él habían anhelado tanto el momento de su Bar Mitzvah. El día que se convertiría en un hombre de verdad. Pero su padre y toda su familia habían muerto, y él no podía entrar al templo. Cuando pasaron por ahí, lo contempló con anhelo. De nuevo sintió la pesadez en el pecho al imaginar que nunca volvería a cantar.

Los astrólogos del oriente entraron al palacio de Herodes para preguntar por el Rey de los judíos que había nacido, pero les indicaron que la profecía señalaba que nacería en Belén. Así que de inmediato se dirigieron hacia ese lugar. 

Biruk, Yusuf y Arash bajaron de sus camellos y tocaron una humilde puerta. Dentro estaba un niño pequeño y su madre. Al verlos, les sonrió. Los tres hombres se arrodillaron. Biruk, cuyo nombre significa bendición, le ofreció incienso. Yusuf, cuyo nombre significa Dios añada más, le dio oro, y Arash, cuyo nombre significa la flecha, le dio un cofre con mirra.

En ese momento, Hassan comenzó un canto que subió al cielo y llenó su corazón, su alma y su espíritu, borrando el dolor y la tristeza. De pronto vio cómo se le unió la gran estrella, y un sinnúmero de astros que danzaban y adoraban declarando: «¡El Rey, el Rey, el Rey ha llegado!»


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