¿Quieres el control?
«Locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes»
Por Samar Dutré
En una de mis películas favoritas, la protagonista expresa lo maravilloso que es tener el control remoto de la televisión para ella sola, como si fuera una posesión muy preciada. Si soy honesta, me identifico con ella. Yo también quiero tener el control.
Pero no solo el control de la televisión, sino de más cosas. A menudo me descubro queriendo acomodar las sillas en la clínica de salud u organizando a los pasajeros del microbús, para ayudar a que otros tengan lugar. Es ridículo, pero cuando menos lo pienso, ya estoy deseando intervenir en algo que no me compete.
Una mañana mientras oraba y meditaba en mi camino al trabajo, de repente me di cuenta de que el único que tiene el control es Dios. Así que mi deseo de manejar cosas, situaciones y hasta personas es inútil.
Entonces debo dejarle el dominio a Él y obedecerlo al hacerme responsable de mí misma.
Por ejemplo de:
· Mi cuerpo
· Mis pensamientos
· Mis emociones
· Mis acciones
Mi cuerpo es maravillosamente complejo y necesita cuidados: limpieza, alimentación, descanso, ejercicio físico y mental (aprendizaje, ejercicios de memoria, lectura), además necesita protección (vitaminas, bloqueador solar y vacunas entre otros).
El problema es que, en vez de decidir sobre mi cuerpo con responsabilidad, cedo a mis antojos. Por ejemplo, hace un año la reumatóloga me dijo que debía bajar siete kilos y hacer ejercicio. Pero con la excusa de que me encantan los dulces, las verduras no son mis favoritas y además no me gusta hacer ejercicio, no he perdido más que un kilo, el cual a veces recupero.
Yo he dejado la rienda suelta, en vez de tomarla. Pero, ¿cómo cambio esta actitud? La respuesta es hacerme responsable de mis acciones, sin excusas. Debo evitar comer lo que no es saludable y prepararme más verduras además de hacer el ejercicio necesario y descansar a mis horas.
También soy responsable de mis pensamientos, emociones y acciones.
Si no soy consciente de mis pensamientos y emociones, dejo que me dominen. Lo que veo impacta lo que pienso y siento, tanto para bien como para mal. Por eso es importante nutrir la mente con aprendizaje, memorización, lectura de libros sanos, artículos de interés general que edifiquen y por supuesto la Palabra de Dios.
Esto me recuerda una exhortación que el Señor Jesús les dio a sus discípulos después de resucitar: «¿Por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos pensamientos?» (Lucas 24:38).
Él les había dicho lo que sucedería, pero ellos no lo recordaban y estaban desanimados. A mí me pasa igual.
¿Cómo logro controlar mis sentimientos y pensamientos?
Según el genio Alberto Einstein: «Locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes». Si quiero cambiar mis pensamientos, debo identificar los patrones en los que a veces caigo en vez de seguir dando vueltas en ellos.
Por ejemplo, una vez en la oficina, casi a la hora de salir empezó a nublarse y pensé: «Está nublado, de seguro va a llover. La última vez se inundaron las calles y ya no pude pasar para tomar el transporte. ¡Qué susto! ¿Y si me pasa igual?
Seguro voy a empaparme y mis zapatos se van a mojar, se me van a echar a perder. Sería mejor irme antes de que caiga el aguacero, pero aún no es la hora de salir. ¿Y si pido permiso para salir temprano? Pero entonces mi jefa va a decir que soy una floja, no puedo hacer eso. ¡Ay qué angustia!».
Esto es absurdo, pero así me ha pasado. Entonces, para poder sofocar este pensamiento necesito reconocer qué emociones me provoca y cómo lo puedo solucionar.
Para ponerle un alto a esta cadena de pensamientos, tomé mis precauciones. Me compré unas botas plásticas, impermeable y paraguas. Así, si se inunda el camino rumbo al transporte, no estoy nerviosa de empaparme.
Sin embargo, hay otras circunstancias que no puedo resolver. En ese caso tengo otro recurso, la Palabra de Dios:
«Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús» (Filipenses 4: 6,7).
Yo soy responsable de darle dirección a mis pensamientos y emociones. Yo elijo si los someto a Dios y a lo que su Palabra enseña, o si los sigo ciegamente y dejo que guíen el rumbo de mi vida. Puedo decir como el Salmista: «Bendice, alma mía, a Jehová, Y bendiga todo mi ser su santo nombre» (Salmo 103:1).
Una vez que todo mi ser esté alineado a lo verdadero, mis acciones darán el fruto adecuado. Entonces podré ser responsable de lo que me toca y no intentaré quitarle el control a Dios.
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