El cruel juego de la infidelidad

Foto por Cynthia Ramírez

Foto por Cynthia Ramírez

En algún punto, mi dieta diaria era tomar un desayuno escolar gratuito

Por Xochipilli 

Tuve mi primer novio a los 22 años. Él era hijo de cristianos. Toda su familia estaba comprometida en el servicio a Dios en la Iglesia y participaba en el ministerio musical. Justo lo que siempre había deseado. Todo era como un sueño y en ese momento parecía lo correcto.

Había evitado ser como todas las chicas y no tuve novio en mi adolescencia. Me dediqué a los estudios y al servicio en mi Iglesia.

Su familia me amaba. Estaban muy felices de que el hijo varón menor de una familia de cinco hermanos finalmente había tomado una gran decisión al salir conmigo.

Tres años después, nos casamos. Fue una linda ceremonia en el templo con nuestras familias y amigos reunidos. Nos apoyaron ambas familias. La mía ofreció una casita nueva y desocupada en el municipio de Tultitlán, para que viviéramos ahí. La aceptamos con gusto.

Pero esto traía consigo un problema. En ese entonces yo era maestra de preparatoria en una Universidad al sur de la Ciudad de México y el traslado era de aproximadamente 3 horas de camino, tanto de ida como de regreso. Entonces apareció el apoyo de la familia de él.

Ellos, tanto su padre como sus tres hermanos mayores, eran dueños y profesores de una escuela primaria cerca de Ciudad Azteca. El traslado desde Tultitlán era de una hora solamente. Mi ahora esposo, era profesor ahí también, a pesar de que todavía no había concluido sus estudios. Trabajaba por la mañana y estudiaba por la tarde. La familia me ofreció empleo como profesora en la escuela, así que íbamos juntos a trabajar por las mañanas y al terminar, él seguía con sus estudios y yo volvía a casa.

Todo parecía ir bien. Los primeros días él llegaba cansado de la escuela como a las 9 pm, cenábamos y a descansar. Pero muy pronto, él comenzó a llegar cada vez más tarde: 10, 11, 12, 1 de la mañana. El argumento siempre era el mismo: el tránsito y/o hubo que quedarse un poco más por un trabajo escolar.

Incluso los fines de semana tenía que irse por cosas de sus estudios, y muchas veces tuve que ir sola al culto los domingos. Él iba cada vez en menos ocasiones. Además se volvió muy celoso y me prohibió hablar con los que habían sido mis amigos por años. Poco a poco perdí a mis amistades.

De pronto, también el dinero comenzó a ser insuficiente. Él necesitaba libros, copias y demás cosas y nunca había suficiente. En ocasiones yo tuve que caminar por horas en lugar de tomar transporte público, porque no había suficiente para pagarlo. Muchas veces también pedimos “prestado” a mis padres, quienes siempre y sin preguntas nos apoyaron.

En algún punto, mi dieta diaria era tomar un desayuno escolar gratuito (¡gracias a Dios que en la escuela ofrecían estos desayunos a los niños!), y de la “tiendita” de la escuela llevaba una sopa “maruchan” para comer por la tarde.

Llegó la época navideña y logramos hacer el acuerdo de pasar con mi familia la Navidad y con la suya el año nuevo. Fuimos en Navidad con mis padres y mi hermana y en Año nuevo cenamos en casa de su padre. Pero aproximadamente a las 9 pm, él se levantó y dijo que nos íbamos. Argumentó ante su familia que iríamos a ver a mis papás también. Yo no quise contradecirlo frente a todos. 

Al salir, me dijo que un primo le había pedido que fuera a su casa. Yo contesté que estaba bien, que fuéramos. Pero luego me informó que quería ir solo porque estaba muy feo el lugar a donde iría. Discutimos al respecto y al final lo que hizo fue dejarme en una estación de metro a las 10 de la noche del 31 de diciembre. Llegué a casa media hora antes de año nuevo, gracias a un taxi que pasó después de mucho tiempo de esperar el transporte público. Pasé mi primer año nuevo de casada, sola, en casa.

En los primeros días del año, descubrí la evidencia de lo que sospechaba hacía mucho tiempo, él era infiel. La otra mujer también estudiaba en su escuela. Su relación había iniciado cuando teníamos solamente dos meses de habernos casado.

Lo confronté y lo aceptó. Lo corrí de la casa, sin embargo se disculpó y lo perdoné. Prometió dejarla y hacer las cosas bien pero no lo hizo.

Esta situación afectó toda mi vida. Para evitar preguntas dejé casi por completo de ir a la Iglesia, mi desempeño laboral bajó muchísimo, bajé de peso más de lo saludable. Me sentía una completa fracasada.

Dios nunca me abandonó, aunque yo no podía darme cuenta. En medio de esto, me regaló una nueva oportunidad que acepté con gusto: un empleo de tiempo completo en una compañía.

Estuve con él en este cruel juego de pelear y perdonar por dos años. Nunca le dije a nadie nada al respecto. Tenía miedo de muchas cosas: de perder al amor de mi vida, de lo que pensarían todos, de lo que harían mis padres si se enteraban, de lo que haría su padre, de pensar que había fracasado en el mayor proyecto de mi vida y más. Después de mucho sufrimiento, al final él, en un arranque de ira, les dijo a mis padres que quería el divorcio.

Una vez que mi familia se enteró de todo, solo pude romper en llanto. Esas lágrimas que había derramado en la soledad de mi habitación, ahora las podía desahogar con alguien que realmente se preocupaba por mí. Mis padres no dudaron en apoyarme y en hacer efectiva la petición de divorcio. 

Ellos no sabían toda la historia, pero sí que yo no era feliz, que siempre estaba sola y que él no era fiel ni responsable. Eso fue suficiente.

Después de unos días él se “arrepintió” de nuevo y quiso “arreglar” las cosas. Era muy tarde, dos años muy tarde.

Mi nuevo empleo me ayudó a darme cuenta de que no era una completa inútil y a recordar que Dios me había llenado de virtudes, talentos y conocimientos. Mi familia me colmó con el amor que siempre me había ofrecido y me protegió como si fuera una niña nuevamente.

A partir de entonces Dios ha hecho cosas increíbles en mi vida. He crecido, he madurado, he viajado, he aprendido, he conocido, he sanado. Ahora sé que Dios me ama, siempre, a pesar de todo; que soy valiosa, tengo dones y talentos que Dios quiere usar; que solo Cristo puede sanar las heridas del corazón y ayudarnos a perdonar a quienes nos han dañado y que nunca es bueno aislarse. La familia cristiana puede ser la mejor ayuda en una crisis. Es importante tener a alguien de confianza a quien contarle los problemas.

Dios me permitió pasar por estas experiencias muy dolorosas, pero me mostró cuánto me ama y ha cuidado de mí. Ahora tengo nuevos y hermosos amigos en Cristo y mis lazos familiares se han hecho muy fuertes también. Las experiencias difíciles que he vivido, me han servido para entender a otros que también sufren y ayudarles a encontrar el camino por medio de Jesucristo.


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