Cómo evitar que nuestros hijos caigan en la trampa del materialismo

Foto por Marian Ramsey

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3 consejos probados

Por Laura Castellanos

¿Alguna vez nos hemos detenido a observar atentamente los comerciales o los anuncios espectaculares? ¿A quién van dirigidos? Tal vez diríamos que a los consumidores del producto. Sin embargo, sería una declaración un tanto inocente. Los hombres de negocios saben a quién deben convencer de adquirir su mercancía: ¡A los que actualmente no lo hacen! Y de paso, claro, tratan de conservar a sus clientes cautivos.

La publicidad tiene ambiciones aún mayores: cautivar a su auditorio desde temprana edad. Meditemos: ¿Quiénes son los principales promotores de la comida rápida? ¿Les importa si sus almuerzos son nutritivos? Lo importante es que al adquirir el paquete de comida traiga un juguete dentro de la «cajita».

Tristemente, los adultos, tanto padres como abuelos, tíos, primos o profesores, permitimos este bombardeo hacia nuestros niños hasta con sonrisas.

De ese modo, los pequeños crecen creyendo que cierta bebida gaseosa les dará momentos felices, que el último smartphone los hará populares y que tal o cual marca de ropa les asegurará pertenencia. Se convierten en adultos convencidos de que algunos productos son vitales para su existencia y de ese modo las empresas garantizan fieles clientes para el futuro.

No nos sorprenda que el enemigo principal de esta generación sea el materialismo: una enfermedad que nos aleja de los seres amados, nos encadena a corporaciones que jamás nos darán las gracias, nos amarra a pagar una tarjeta de crédito de por vida, y sobre todo, desvía nuestra atención de las cosas importantes.

¿Y qué hacer para que los niños no caigan en la trampa? Ofrezco tres consejos:

1.  No complacer todos sus caprichos.

Si salió el nuevo juguete de importación, analicemos la situación. ¿Necesita el niño un nuevo muñeco de acción teniendo otros cinco en el ropero? ¿Con cuántos juega diariamente? Entonces, ¿qué tiene de novedoso este artículo? ¿Estimulará su imaginación? ¿Se romperá en un mes? ¿Será causa de fricción entre hermanos?

En caso de tratar con un pequeño mayor de siete años, conversemos con él sobre el tema. Un «no» es una respuesta a medias que quizá no valorará. Mejor razonemos con él sobre las ventajas y desventajas de la situación hasta llegar a un acuerdo. 

Si no sabemos qué regalar, sugiero una suscripción a una revista infantil, una serie de libros, rompecabezas, juegos de mesa o un curso de natación. Si buscamos, hallaremos cosas interesantes que cooperarán con su formación. Recordemos que muchos de estos caprichos son modas, como estampas de futbolistas o lápices mágicos que en dos meses ya ni utilizarán.

2.  Disminuir las horas de televisión.

Que no nos sorprenda si el hijo canta los estribillos de los comerciales, pues su ración diaria de televisión sobrepasa los sesenta minutos. Nuevamente luchamos en contra de la sociedad, ya que los amigos de la escuela seguro les platicarán de las caricaturas, las series y hasta los programas de adultos que ven que ven. Es normal que nuestros niños también quieran estar al corriente y que quieran tener cada producto nuevo que ven anunciado en la tele. 

Propongamos opciones como proyectos, juegos imaginativos, deportes o pequeñas salidas. También analicemos nuestra motivación al dejarlo ver el televisor. En muchas ocasiones, la televisión es la solución para mantener al niño quieto y callado. En otras palabras, para no tener que dedicarle tiempo a los hijos. Recordemos que, los niños requieren la atención de sus seres queridos y además la prefieren, a una pantalla.

De nosotros depende que los chicos perciban el televisor y los medios electrónicos como una forma de entretenimiento opcional, no indispensable.

3. Conversar con el niño sobre finanzas.

Permitamos que desde temprana edad nuestro niño aprenda a administrar el dinero que recibe, ya sea los fines de semana o a cambio de pequeños trabajos extras en la casa. Una valiosa lección que le podemos dejar es que las posesiones materiales son un espejismo y pueden desaparecer de la noche a la mañana. Así que enseñémosle que si fundamenta su vida en las riquezas, saboreará la frustración y la desilusión.

Si le preguntáramos a nuestro hijo qué haría si tuviera la oportunidad de cumplir un deseo que no conociera limitaciones, ¿qué respondería? ¿Un auto, viajar alrededor del mundo, la nueva muñeca, un guardarropa de moda, una computadora? 

¿Dónde quedaron los sueños de un mundo sin contaminación y sin guerras? Quizá, a final de cuentas, solo está imitando las más profundas aspiraciones de sus mayores. 

Entonces enseñemos y modelemos el mejor camino: construir relaciones basadas en amor y respeto, cultivar la imaginación y la creatividad, y buscar lo duradero más que lo temporal.


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