Caída libre 

Foto por Andrea Hernández

Superar el dolor con Dios

Por Johanna Ochoa 

El duelo para mí fue como subirse a una montaña rusa de la que no te dejan bajar. Al principio, fue una caída libre, una caída tan rápida y agresiva que parecía no tener fin. Estaba consciente de lo que estaba pasando, pero no me detenía a procesarlo. Me sentía abrumada por el miedo, la tristeza y la nostalgia, y atorada por el orgullo.

Tenía miedo, aunque no por lo que había pasado con mi papá. Mi corazón estaba en paz porque sabía con seguridad que él estaba en la presencia de Dios, ya que creía en Jesucristo como su Salvador y Señor. 

El miedo no provenía de esa pregunta sino de otras, como: ¿Qué voy a hacer ahora sin mi papá, sin mi compañero? Me sentía triste al saber que ya no sería parte de mis momentos más felices ni de los más difíciles. 

Sin embargo, el orgullo, el deseo de parecer fuerte, me llevaba a esconder mi tristeza y mi dolor, y a decir: «Estoy bien» cuando, en realidad, me estaba partiendo en pedacitos.

Así que, en cierto sentido, quedé «inconsciente» como si hubiera sufrido un mini desmayo durante la caída del recorrido para luego despertar como si nada hubiera pasado. 

Esa caída libre me hizo aferrarme a mi dolor con todas mis fuerzas, como si estuviera sujetando el chaleco de seguridad de aquel juego mecánico. El dolor estaba ahí, pero no era capaz de expresarlo ni de hablarlo con alguien. Sentía que si lo externaba sería juzgada o mi fe sería cuestionada.

Muchas personas me dijeron que no debía sentirme triste o deprimida, que debía soltar y entregarle ese dolor a Dios. Lo que no sabían es que no era falta de fe lo que me tenía en esa caída libre. No era que dudara de las promesas de Dios para mi papá o para mí. No era incertidumbre sobre su futuro. 

Lo que me tenía en esa caída era el dolor de saber que mi compañero, mi papá, ya no formaría parte de mi vida. Ya no estaría ahí para mí, y pensar en eso me dolía mucho.

Le entregué mi dolor a Dios y le pedí que me ayudara a atravesar de este valle de su mano porque yo sola no podía. Por supuesto, Dios respondió, pero eso no significó que el dolor desapareciera de inmediato. La caída libre no se detuvo de un momento a otro. 

Fue un proceso en el que Dios me enseñó a aprender de ese dolor, pude experimentar su compañía de una manera que nunca antes había sentido. Me cobijó con su amor de Padre.

Poco a poco, la caída libre dejó de sentirse tan intensa. Al recuperar la conciencia, pude ver lo que Dios me estaba mostrando:

  • Un corazón orgulloso que no hablaba de su dolor por temor a ser juzgada.

  • Un corazón afligido que se enfocaba en un futuro sin papá.

Cuando comprendí esto, fue como quedar suspendida en lo más alto de la montaña rusa, observándolo todo, completamente consciente, e incluso sintiendo gozo. El temor comenzó a desvanecerse. 

Dios no estaba decepcionado de mí por atravesar este duelo con todas sus emociones; pude hablar de mi dolor y de cómo me sentía sin vergüenza. Además el dolor de pensar en un futuro sin mi papá fue transformándose poco a poco en un corazón agradecido por los momentos que compartimos juntos.

No voy a mentir: la tristeza no desaparece por completo. Aún hay días en los que me siento triste. Siempre habrá una foto, un recuerdo, una canción o un lugar que me haga pensar en él. Pero cada vez que lo recuerdo, mi corazón ya no se siente roto en pedazos.

El duelo es un recorrido difícil pero puedo confiar en que mi Dios no me soltará y que, sin importar lo que pase, Él tiene cuidado de mí.

***

Cada testimonio nos recuerda que no caminamos solos en este proceso. Si esta experiencia resonó contigo, en nuestra tienda en línea encontrarás recursos que pueden brindarte herramientas para la fusión de vida y fe, y para atravesar el duelo

  • Escucha la entrevista: ¿Cómo enfrentar las pérdidas? con la psicóloga Olivia Corral.

  • Adquiere el libro Mujer, sé fiel, un compendio de temas que incluye una guía de facilitación para usarlo dentro de un grupo pequeño. Contiene los temas: ¿Qué hacer ante las pérdidas?; Muerte, regalo de vida; Herramientas para la resiliencia y más.


Tal vez también te interese leer:

Anterior
Anterior

Sé lo que Dios soñó que fueras

Siguiente
Siguiente

Serie: Ánimo para mamás con niños pequeños. (Parte 2)