La importancia de decir la verdad

Foto por Marian Ramsey

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El agrandar o el minimizar lo que está sucediendo nos impide ver la gloria de Dios y experimentarla juntos

Por Cynthia Ramírez 

Estamos experimentando momentos muy extraños y extremos. No estábamos preparados para una pandemia y en vez de enfrentarla con los pies sobre la tierra, algunos estamos tratando de evadir la realidad. Vivimos ya sea en una burbuja que ignora lo que en verdad sucede o inmersos en historias, información y detalles que agrandan o distorsionan los hechos. 

¿De dónde viene nuestro deseo de evadir la verdad? ¿En qué momento como cultura aceptamos que lo “blandito, fácil o cómodo” es más importante que lo verdadero? Los pretextos abundan: 

—No le hemos dicho porque no queremos que se preocupe. 

—No sabemos cómo lo va a tomar, estamos esperando el momento correcto.

—Quiero que todos sepan. Lo voy a publicar en Facebook y más les vale a todos mis amigos que me escriban y me busquen. Si no me dicen nada, es porque ya no quieren estar en mi vida.

¿Qué es lo correcto? ¿Quién decide lo que realmente hay que compartir? ¿Qué espera Dios de nosotros como amigos, familiares e iglesias? ¿Cómo podemos discernir lo que hay que compartir de manera que mostremos amor a nuestro prójimo? 

Aquí hay algunas pautas a considerar. 

1. Dios es un Dios de verdad.

Cualquier persona que pasa tiempo con Dios, leyendo su Palabra, se da cuenta casi de inmediato que Jesús no se andaba con rodeos. No exageramos cuando decimos que se apasionaba por decir la verdad. Él la declaraba en cada conversación, aunque hablara de temas muy complicados.

Una de sus enseñanzas centrales fue: «... y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres» (Juan 8:32). También dijo: « —Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie puede ir al Padre si no es por medio de mí» (Juan 14:6).

Para aprender a hablar como Jesucristo, hay que pasar tiempo con Él y en su Palabra. No hay mejor fórmula. 

2. Es posible comunicar mensajes moderados con discernimiento.

No se trata de ser extremistas o cínicos como pasa en las redes sociales. En estos días vemos muchos ejemplos de palabras exageradas y posturas absolutistas. 

Jesús demostró que es posible decir la verdad con compasión, claridad y sencillez, pero requiere de esfuerzo e intencionalidad. 

Tenemos que regresar a modelos más sanos de comunicación cara a cara, en especial cuando surgen temas delicados. Necesitamos informar de manera moderada, con palabras que no dramaticen ni excluyan a otros, con frases que tomen en cuenta que aún hay datos inciertos, y con comentarios fundamentados en la esperanza, la fe y el amor.

Muchas veces nos atoramos en creer que solo existen dos posibilidades opuestas entre sí. Así que, en vez de asegurar tajantemente que: «Se va a morir» o «No tiene nada», podemos decir: «Sigue mejorando, pero aún tiene un largo camino que recorrer». 

En vez de: «No le digamos nada» o «Hay que decirle fríamente la realidad, que se aguante», podemos pensar: «Considerando su pasado, su presente y nuestro deseo para el futuro, ¿de qué manera podemos comunicar sabiamente la verdad?».

Al practicar la moderación podemos quitar barreras y así más personas estarán dispuestas a escuchar, considerar y recibir lo que estamos compartiendo. 

3. Debemos dar la oportunidad a cada persona de responder a la verdad. 

Muchas veces al esconder información pertinente de nuestros seres queridos, les estamos quitando el beneficio de responder con base en datos reales.

No podemos decidir por los demás lo que es mejor para ellos ni cómo van a reaccionar. Esa es su responsabilidad, no la nuestra. Tampoco podemos jugar a ser Dios cuando no estamos seguros de lo que va a suceder. El resultado no será diferente si ocultamos los hechos. No creamos la mentira de que «si nadie lo sabe no está pasando».

Además para tomar buenas decisiones necesitamos información suficiente y verídica de lo que sucede en nuestro entorno. 

De manera particular cuando hablamos de situaciones de vida o muerte, de un diagnóstico no favorable o una situación crítica, debemos aprender a hablar de los hechos con amor, sin miedo a lo que otros harán con esa información. 

Por ejemplo, una persona que está cerca de fallecer merece conocer su diagnóstico; es su vida y ella misma lo está viviendo. No podemos convencerla de que está bien si en su propio cuerpo está experimentando lo opuesto. Al compartir la verdad la estamos tratando con dignidad.

Por otro lado, los demás merecen conocer la verdad y tener la oportunidad de reconciliarse o despedirse de quien aman. La verdad siempre sale a la luz y hay más dignidad al compartirla de manera deliberada y cuidadosa, que en tratar de explicarla ya cuando es demasiado tarde. 

4. Practiquemos la verdad en comunidad

Como cristianos no somos llamados a huir de este mundo. Dios nos invita a ser coherederos con Él y establecer su Reino aquí y ahora, (no cuando todo esté solucionado). El llamado a ser luz implica que habrá oscuridad y por eso, en cada relación y en todo momento, la verdad es esencial. 

No menospreciemos el poder de la oración de la comunidad de creyentes. Es importante orar de manera eficaz y específica, sin convertirlo en un «teléfono descompuesto». Recordemos que entre más oscuro es el panorama, más oportunidad hay para que Dios trabaje, tanto en la situación como en los corazones de los involucrados. El agrandar o el minimizar lo que está sucediendo nos impide ver la gloria de Dios y experimentarla juntos.

Amemos a nuestro prójimo. Abrir nuestros ojos a la realidad e invitar a nuestros familiares y amigos a confiar en Dios es primordial, aun cuando enfrentemos un panorama complicado. 

La verdad sí nos hará libres; ocultarla tendrá el efecto contrario. Modelemos una comunicación compasiva, vulnerable y clara. Practiquemos con situaciones cotidianas, para que cuando enfrentemos una crisis, haya un fundamento sólido para las conversaciones difíciles. 


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