El perdón, un mejor camino

Foto por Eliab Bautista

Foto por Eliab Bautista

El deseo de venganza nos lleva a buscar la justicia por nuestros propios medios

Cuatro aspectos importantes que debemos saber acerca del perdón.

“Deseo que le pasen cosas malas, que tenga una enfermedad incurable, que su esposo y sus hijos la abandonen y que todos la desprecien”, escuché a una mujer decir en una reunión.

La vida cambia de forma radical cuando nos traicionan personas en las que confiamos. Dependiendo de nuestro carácter y del daño sufrido nos volvemos iracundos, amargados, resentidos y vengativos. Mostramos durante cierto tiempo el lado más oscuro de nuestro ser. 

Podemos continuar por ese camino pero hay uno mejor: el perdón. Consideremos las opciones.

La justicia para otros y la misericordia y el perdón para mí. 

Cuando somos la víctima del pecado, exigimos justicia. Queremos que Dios castigue a los malvados y nos llenamos de amargura contra ellos. Pero cuando nosotros pecamos queremos misericordia al esperar que el Señor nos muestre su perdón por juzgar, deshonrar u odiar. ¿No es esto contradictorio?

“¿Por qué no llegar al punto de decir: ‘Señor, perdono a estas personas por todo’ y dejar nuestros reclamos de justicia y restitución? Dejamos las injusticias al pie de la cruz, y entonces la gracia y la misericordia de Jesús pueden fluir a nuestras vidas. Entonces el amor cubrirá multitud de pecados (1 Pedro 4:8)”.  

Nuestra lucha no es contra la persona. 

Durante el periodo de falta de perdón, luchamos contra quien nos causó el daño, tal vez deseando lo peor o buscando formas de causar su ruina. Pensamos constantemente en la persona y nos volvemos esclavos de ella. No somos libres ni felices y perdemos nuestra paz.

Desconocemos que nuestra batalla no es contra la persona, sino contra aquel que la maneja. “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12, RVR1960).

Las armas con las que debemos luchar.

El deseo de venganza nos lleva a buscar la justicia por nuestros propios medios. Queremos que paguen por lo que nos hicieron, sin saber que nosotros mismos nos estamos causando daño. Poco a poco vamos perdiendo la libertad que tenemos en Cristo y nos encerramos en una cárcel de malos pensamientos y pecado.

La oración y el ayuno son nuestros instrumentos de lucha: “Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas” (2 Corintios 10:4 RVR1960).

El perdón es la llave para ser libre.

El prisionero siempre desea salir de su celda. No conozco a nadie que no anhele su libertad. Al perdonar no solo liberamos a la persona que nos dañó, sino también a nosotros mismos. Esta es la única manera de salir de la prisión de la amargura.

Tomemos en cuenta que: “El Señor ha venido a libertar a los cautivos, a vendar a los quebrantados de corazón, a abrir las puertas de la cárcel (Isaías 61:1). Él ha venido a hacer esto, no solo por mí, sino por todos nosotros”. 

Cuando Jesús le enseñó a orar a sus discípulos les advirtió: “Porque, si perdonan a otros sus ofensas, también los perdonará a ustedes su Padre celestial” (Mateo 6:14, NVI). 

La falta de perdón nos encarcela en actitudes que nos dañan a nosotros y a los que amamos. El perdón libera y trae recompensa. La decisión es nuestra.


Tal vez también te interese leer:

Perdoné a mi mamá   (¿Cómo lo logró esta mujer?)

A pesar de todos mis errores, Él siempre estuvo ahí   (Recuerda el cuidado que tiene Dios en nuestra vida)

Tiempo fuera   (A Dios le interesa nuestra relación con él)

Anterior
Anterior

La suegra envenenada

Siguiente
Siguiente

Cuando la tentación toca a la puerta