Perdoné a mi mamá

Foto por Cynthia Ramírez

Foto por Cynthia Ramírez

No entendía el porqué de sus respuestas y su agresividad hacia mí

Relatado a Rebeca Lizárraga

Soy la tercera de cuatro hermanos y no tengo gratos recuerdos de mi niñez. Por ejemplo, cuando era pequeña mi mamá me agarraba de las mejillas y me obligaba a comer todo lo que me servía, aunque yo no tenía hambre. Su trato era agresivo hacia mí.

Mi vida tuvo un cambio drástico entre los 6 y 8 años porque sufrí de abuso sexual por parte de un familiar durante un año. Traté de muchas formas de decirle a mi mamá pero nunca me escuchó. Muchas veces le hice notar el miedo que me daba quedarnos en la casa de este familiar pero de todas formas me obligaba.

Tuvo que llegar mi hermana la menor y contarle a mi madre lo sucedido con ella y conmigo. Y mi hermana sí le creyó. Fue hasta entonces que quiso hablar conmigo y pude por fin explicarle lo que pasó. Comencé mi relato, pero no habían pasado ni dos minutos cuando recibí una bofetada mientras me decía: 

—¡Cállate, es mentira lo que dices! ¡A ver, ¿por qué no me dijiste antes?!

Los ojos de mi madre expresaban enojo y frustración. Enseguida, se dirigió a mi hermana y esta le dio su versión de lo sucedido. Recuerdo haber visto los mismos ojos pero con una reacción diferente. Mi hermana solo recibió una palmada en los hombros y mi mamá le dijo:

—Qué bueno que me contaste. 

En lo que a mí respecta y en relación a ese periodo, solo recuerdo estas dos frases:

—Tienes prohibido hablar de esto con tu padre y debes quedarte callada. 

No entendía lo que estaba pasando y mucho menos entendía el porqué de sus respuestas y su agresividad hacia mí. Me sentí culpable y lo guardé por más de 20 años.

Tras la ausencia temporal de mi padre, mi madre se vio obligada a sacar adelante a la familia y tuvo que tomar las riendas del hogar. Esto hizo que se volviera más insensible, irritable e intolerante.

Fui testigo de las infidelidades de mi madre, en la ausencia y separación de mi padre. Fue otro golpe duro para mí. No entendía por qué mi madre tenía que hacer esas cosas.

Durante la adolescencia su trato fue de mayor indiferencia. Empecé a trabajar y a ayudar en el sostenimiento de la casa. Llegó un momento en el cual me tuve que hacer cargo de pagar la luz y la renta, pero aun así, me negaba la posibilidad de tomar de los alimentos que había en casa. Decía que todo lo que había en el refrigerador era para mis hermanos.

Decidí salirme de casa. Como consecuencia, mi relación con mi madre fue cada día más distante. Al grado de que la visitaba cada 3 o 4 meses y cuando estaba con ella treinta minutos en casa yo los sentía como una eternidad.

Un día conocí a Jesucristo y le pedí que fuera mi Salvador personal. Tras ese encuentro con Dios tuve que trabajar el perdón y logré sanar muchas de mis heridas. Comprendí que sin la ayuda de Dios nada podía hacer. 

Aprendí a soltar mis miedos y entendí que cualesquiera que hayan sido las circunstancias de mi madre, que la hacían ser agresiva o indiferente hacia mí, en ese momento eran las únicas herramientas que ella tenía. Estaba preocupada por sacarnos adelante. 

En una ocasión, tomé valor para enfrentarme a ella y preguntarle si era adoptada o si nací en el peor momento de su vida, ya que su indiferencia era tanta que no entendía el porqué de su reacción conmigo. Su respuesta fue que ninguna de las dos cosas habían pasado, simplemente no era su intención.

Dios transformó mi corazón y he logrado perdonar a mi madre. Ella ha cambiado muchas cosas y eso ha sido porque también ella conoció al Señor Jesucristo. Dios es el que ha hecho este cambio en nuestras vidas. 

Hoy tenemos un trato diferente. No puedo decir que somos las grandes amigas, pero nuestra relación ahora es más cordial. Tenemos conversaciones sanas y estoy más al pendiente de ella. Incluso disfruto visitar a mis padres.

En ocasiones, todavía me trata con indiferencia, sobre todo cuando están mis hermanos. Es como si yo no existiera, pero ahora entiendo que no lo hace con la intención de lastimarme, simplemente es así. Ella pasó por muchas circunstancias que marcaron su vida. 

Hubo un momento en que le dije:

—Mamá, te perdono por tratarme de manera indiferente, por hacerme sentir culpable de algo que no fue mi culpa. Te perdono por haberme pedido que me callara, por no haberme escuchado cuando te lo pedí. Te perdono por no haberme creído y por tu agresividad. Me comprometo a escucharte y ser una mejor hija para ti.

Sé que por mi propia voluntad no habría podido sanar. Hace un par de años pude perdonar a mi agresor y fue como quitarme un gran costal que venía cargando. 

Hoy soy madre de dos joyas hermosas. Dos varones de 8 y 9 años. No quiero que ellos repitan los patrones de conducta que yo viví y de los cuales he venido huyendo.  

Dios ha caminado junto a mí y me ha dado el valor para enfrentar muchos de mis miedos. Él me ha restaurado. Ahora quiero enseñarle a mis hijos lo que tanto pedí: amor, respeto y confianza para poder caminar juntos en el Camino del Señor Jesucristo. Hoy estoy de pie gracias a Dios.  


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