Nos volveremos a ver

Foto por Phil Eager

Es importante saber dónde tenemos depositada nuestra fe

Por Edelmira Pérez Viveros

En estos tiempos muchos vivimos con sobresalto, inseguridad y baja economía, entre otras causas como resultado de la pandemia por el Covid 19. En medio de estos cambios tan drásticos y la incertidumbre que los acompañan, es importante saber dónde tenemos depositada nuestra fe y nuestra confianza.

El 4 de julio del 2021 recibí una llamada de mi hijo Gaddiel,  a quien cariñosamente le decíamos Gaddy, diciéndome en voz baja: «Mami, ora conmigo, me siento muy mal. No me puedo mover y se me dificulta respirar». 

Nos unimos en oración de súplica y dijimos: —Padre te necesitamos, haz un milagro, si tú quieres puedes hacerlo. Confiamos plenamente en ti.

No pasó mucho tiempo para que fuera trasladado al hospital. El diagnóstico de los médicos fue: «Su arteria carótida reventó enviando sangre a sus pulmones y provocando que se asfixiara. Ya no había nada que pudiéramos hacer». 

Los familiares fuimos invitados por el personal del hospital a pasar al cuarto 202, sin límite de tiempo para despedirnos de él. Lo encontramos en la cama, cubierto, como si estuviera dormido. Su expresión era tranquila, parecía que en cualquier momento abriría sus ojos. 

Rodeamos la cama y recordamos parte de las vivencias que juntos disfrutamos. Gaddy tenía mucho sentido del humor. En su compañía siempre estábamos alegres y sonriendo porque cuando menos lo esperábamos nos arrancaba una sonrisa. Le gustaba cocinar y su comida era muy sabrosa. Ayudaba a las personas en necesidad, su deseo siempre fue agradar a Dios. 

Después de la preparatoria quiso estudiar Mecánica Aeronáutica. Se inscribió en la Escuela del Aire pero una tarde me dijo: «Mamá, mírame. Soy muy corpulento. Ahí se requieren personas ágiles que tengan dedos delgados. Un pastor me invita a ir con él a los Estados Unidos. Quiere que le ayude a repartir juguetes y ropa a los niños de los orfanatos. Permíteme que vaya a ayudarle».

Habló con su papá y tanto él como yo estuvimos de acuerdo en que fuera con el pastor y su esposa. Después de un tiempo, se mudó cerca de su hermana y pronto comenzó a transportar a niños discapacitados desde su casa a la escuela y de regreso. Tomó algunos cursos para auxiliar a los niños en caso de problemas de salud.

Esa era su vida. Disfrutaban juntos el traslado. Los padres de los chicos lo estimaban y le  preguntaban: —¿Qué le das a nuestros hijos que te quieren tanto y te extrañan?

—Atención y amor. Yo también los quiero mucho, —respondía. 

Estuvo trabajando en esa labor por diecisiete años hasta su fallecimiento. 

¡Qué gratificante fue recordar su historia y verlo una vez más! Nos llenó de mucha paz.  Terminamos en oración agradeciendo a Dios y pensando en lo que diría Gaddiel inspirado por el salmista David: «Si estoy contigo, ya nada quiero en la tierra. Podrán fallecer mi cuerpo y mi espíritu, pero Dios fortalece mi corazón. Él es mi herencia eterna» (Salmo 73:25b-26). 

Dos horas antes de su fallecimiento, yo había estado orando con él pidiendo la intervención de Dios. Mi familia y yo entendimos que Dios sí había hecho un milagro ya que fue misericordioso. No sabemos si después de este suceso, él hubiera sufrido mucho. Dios le evitó ese dolor, llamándolo ante su presencia.  

Cuando nuestra confianza y fe están en Dios y como dice el salmista David reconocemos que: «Él nos hizo y no nosotros a nosotros mismos» (Salmo 100:3), veremos lo afortunados que somos porque nuestra vida encuentra significado en nuestro Padre celestial quien tiene todo en sus manos.  

Nos despedimos de Gaddy fortalecidos. Nos duele la separación pero salimos del hospital reflexionando en que nuestro dolor se tornó en gratitud a nuestro Dios por la vida de Gaddy y el tiempo que estuvo con nosotros.

Qué reconfortante es recordar que Jesús nos prometió: «Voy pues a preparar lugar para vosotros [...] para que donde yo estoy, vosotros también estéis» (Juan l4:2b,3b). Sabemos que por gracia de Dios algún día nos volveremos a ver. 


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