Miedo al cambio
Mis padres no encontraban la manera de ayudarme a vencer el miedo
Por Carolina Guzmán Hernández
Le tenía miedo al cambio y el cambio cambió mi vida.
Era un domingo como cualquier otro. Lo recuerdo bien. De hecho, si cierro los ojos puedo oler los hot cakes que como es costumbre en mi familia se desayunan ese día. Mamá cocinaba y papá revisaba unos papeles. Mis hermanas y yo estábamos en nuestra habitación platicando.
Entonces mamá nos llamó a desayunar. Entre la charla de aquella mañana durante el desayuno mi papá comentó que ese día asistirían por primera vez a un templo evangélico, pero yo no le di importancia.
Siempre fui una niña miedosa. Me asustaban muchas cosas: el viento en las madrugadas, las sombras de los árboles en la oscuridad, los payasos, que mi papá viajara tanto, los hombres con cabello largo y los tatuajes que algunas personas traen.
Mis padres no encontraban la manera de ayudarme a vencer el miedo y muchas veces charlaban conmigo. Y aunque muchos miedos se fueron, otros más llegaron. Aun así creo que el mayor de mis miedos siempre fue al cambio, sobre todo, el cambio que implicaría perder a un ser querido.
No entendía lo que pasaba después de la muerte y eso me asustaba. Pero era aún más difícil comprender lo que pasaba con la vida después de que la muerte llegara. ¿Cómo vivir después de perder a alguien cercano?
Entonces llegó aquel domingo. Esa noche en que mis padres asistieron a escuchar de la Biblia, confiaron en Jesucristo como Señor y Salvador. Cuando llegaron a casa y nos contaron lo que sabían, me resistí a una nueva vida. Incluso temí que estuvieran cometiendo un error.
Cuando los acompañé el siguiente domingo, me llamó la atención que los niños de mi edad también estudiaban la Biblia. Alguien me había dicho que, si la leías toda, te volvías loco. Pero ellos más bien parecían entender más cosas que aquellos que no la leían, como yo. Los niños de mi edad decían textos de memoria, pero yo no me sabía ninguno. Poco después una maestra nos visitó en casa. Nos enseñó muchas cosas y además respondió innumerables preguntas.
Una tarde, abrí mi Biblia y comencé a leer: “Pues Dios amó tanto al mundo que dio a su único Hijo, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Aunque no entendía aquel inmenso amor de Dios por mí, me alegraba saber que podía estar para siempre con Él si creía plenamente en sus palabras. Entonces confié en Él. Aunque sabía que después de aquella decisión mi vida no sería la misma, por primera vez no tenía miedo. Mi corazón se alegró tan solo de pensar que Jesús siempre estaría conmigo. Dios cambió mis miedos en seguridad. ¿Cómo no habría de hacerlo un Dios inmutable, que no cambia jamás?
Confié con todo mi corazón en que Él podía perdonar mi maldad y darme vida eterna. Ya no temo lo que pase después de la muerte, pues ahora sé que cuando termine mi vida aquí, lo veré para siempre y eso también me da esperanza.
Hoy vivo cada día pensando en Él y quisiera decir que no le temo a nada, que soy la persona más valiente del mundo. Pero no es así. Existen muchas cosas que aún temo, pero ninguna me hace retroceder. Al contrario, mis temores ahora solo me hacen pensar en mi fragilidad y recuerdo que en Jesús soy fuerte y que solo en Él hallo la perfecta seguridad. Él me alienta y me da valor, incluso cuando las cosas son difíciles.
Muchas cosas han cambiado en mi familia, pero aún desayunamos hot cakes todos los domingos.
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