¿Le temes a la muerte?

Foto por Cynthia Ramírez

La vida aquí no es el fin de todo

Por Sally Isáis 

En estas fechas se celebra una mezcla rara de temor, burla, respeto y admiración por la muerte. Con el pretexto de honrar nuestras raíces aunado a la influencia de otras culturas y costumbres, México está de fiesta con su propio híbrido de culto a la muerte donde se le personifica y venera. 

Muchos miembros de nuestra sociedad (más de lo que quisiéramos admitir), viven bajo la influencia demoníaca de lo que llaman la Santa Muerte, pidiendo, creyendo y buscando su protección a cambio de una rendición total. Nuestro amado país ha sembrado una cultura de muerte en muchos sentidos, al grado de legislar a favor de ella con el aborto. 

¿Le tememos a la muerte? ¿Existe otra opción? ¿Y qué de la antesala de ese momento cuando nuestro espíritu vuelve a Dios quien lo creó y nuestro cuerpo al polvo de donde fue tomado?  

Quizá suene extraño, pero yo no tengo miedo de morir, porque sé que iré a la presencia de Dios donde le alabaré por siempre. Estoy consciente de que estoy muy lejos de ser perfecta, pero la entrada al cielo no se consigue con perfección (imposible de lograr). Es un regalo de Dios que se recibe por gracia por medio de la fe en Jesucristo, quién pagó nuestra deuda espiritual y nos rescató a través de su sacrificio en la cruz (Efesios 2:8-9).  

La Biblia afirma que todos somos pecadores. El que dice que no lo es, se miente a sí mismo. Y ese pecado trae una consecuencia: la muerte. Por eso necesitamos ser salvos. De otra manera, nuestro destino es muerte física y espiritual. Todos tenemos asegurada la muerte física. Pero la espiritual depende de lo que decidimos hacer con Cristo.  

Yo he creído en Él como mi Salvador y le he entregado mi vida, confesando mi pecado y arrepintiéndome. Eso es lo que asegura mi entrada a la gloria. En agradecimiento por su gran amor y misericordia, busco servirle y obedecerle como el Señor de mi vida. 

Por otro lado, reconozco que sí me inquieta el proceso por el que tengo que pasar antes de la muerte. A nadie le gusta sufrir, y generalmente esa antesala es dolorosa. Pocos tienen la bendición de irse a dormir y despertar en el cielo. 

Quizá es en esa etapa de sufrimiento, más que en cualquier otro tiempo, que sale a relucir quiénes somos en realidad y qué o quién nos sostiene. 

Tuve el privilegio de cuidar a mis papás durante el periodo de enfermedad y dolor antes de la muerte. Los vi partir a su morada eterna y todavía el día de hoy los extraño.  

Ha sido un honor y un reto constante, el contar con estos ejemplos cercanos, cuya vida fue congruente con su fe hasta el fin de su existencia terrenal.  Estas experiencias, aunque difíciles, han sido bellas. He aprendido que:  

- La vida aquí no es el fin de todo.

- La eternidad es una realidad y está más cerca de lo que creemos.

- Vale la pena dedicar nuestra vida, sea corta o larga, al servicio del único Dios vivo y verdadero: Jesucristo.

- No importa cuánto sufrimiento encontremos en la tierra, no es nada comparado con la gloria eterna que nos espera en la presencia de Dios.  

Jesús dijo: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá aun después de haber muerto» (Juan 11:25). Me uno a Job al decir:  «Yo sé que mi Redentor vive» (Job 19:25). 

Por eso no le temo a la muerte. Sé sin lugar a duda, que es la antesala de una vida aún más gloriosa y real que la que tengo aquí en este planeta.


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