¿Cómo podemos apoyar como iglesias a la prevención del suicidio?
«Cercano está el Señor para salvar a los que tienen roto el corazón y el espíritu»
Por Olivia Corral y el equipo editorial Milamex
El 10 de septiembre está designado como el Día Mundial para la prevención del suicidio. Es un tema triste y complicado del cual no se habla mucho ya que la muerte por suicidio conlleva una mayor estigmatización que el resto de las muertes, tanto para el fallecido como para los familiares sobrevivientes. Se trata de una tragedia sorpresiva, no anticipada, para la cual no ha habido forma de preparase y en la que el fallecido es el autor.
El suicidio se vive como una transgresión de las leyes naturales, de las leyes de la sociedad e incluso de la religión. En medio de esta pandemia por Covid, esta realidad sigue afectando a nuestro mundo como una creciente epidemia paralela. Cada vez somos más las personas que conocemos o sabemos de alguien cercano que se ha quitado la vida.
Es de suma importancia que, como iglesias y comunidades de fe, estemos informados y nos armemos con herramientas para abordar este tema tabú antes de que sea demasiado tarde.
Primero revisemos algunos datos relevantes sobre el suicidio:
1. Se considera que casi la totalidad de las personas que se suicidan son portadores de una enfermedad mental diagnosticable como las siguientes:
Depresión.
Trastornos de ansiedad.
Abuso de alcohol.
Abuso de drogas.
Trastornos incipientes de la personalidad.
Trastorno esquizofrénico.
Es crucial estar atentos a cualquier signo que nos indique que una persona necesita ayuda profesional y ofrecer apoyo de manera oportuna.
2. El comportamiento suicida abarca una amplia gama de manifestaciones. En general no pasa de manera espontánea sino que se va construyendo poco a poco y da señales en el proceso. Se presenta en diferentes niveles:
a) El deseo de morir. Inconformidad e insatisfacción del sujeto con su modo de vivir en el momento presente y que puede manifestar en frases como: «no vale la pena vivir», «lo que quisiera es morirme», «para vivir de esta manera, mejor sería estar muerto» y otras expresiones similares.
b) La representación suicida constituida por imágenes mentales del suicidio del individuo.
c) Las ideas suicidas. Son pensamientos sobre terminar con la propia existencia y que pueden adoptar las siguientes formas:
Idea suicida sin un método específico. La persona desea terminar con su vida, pero no sabe cómo va a hacerlo.
Idea suicida con un método inespecífico o indeterminado. El individuo expone sus deseos de matarse y cuenta con una variedad de opciones para hacerlo.
Idea suicida con un método específico no planificado. La persona desea suicidarse y ha elegido un método determinado pero aún no ha decidido los detalles como lugar o fecha.
El plan suicida. El individuo ha elegido un método habitualmente mortal, un lugar donde lo realizará, el momento oportuno para no ser descubierto y los motivos que sustentan dicha decisión.
d) La amenaza suicida. Consiste en la insinuación o afirmación verbal de las intenciones suicidas, expresada por lo general ante personas estrechamente vinculadas al sujeto y que harán lo posible por impedirlo. Debe considerarse como una petición de ayuda.
e) El gesto suicida. En contraste con la amenaza, que es verbal, el gesto suicida incluye una acción deliberada, sin que esta conlleve lesiones de relevancia para el sujeto. Sin embargo, debe considerarse como algo muy serio.
f) El intento suicida. Es aquel acto sin resultado de muerte en el cual un individuo se hace daño a sí mismo deliberadamente.
g) El suicidio frustrado. Es aquel acto suicida que, de no mediar situaciones fortuitas, hubiera terminado en la muerte.
h) Suicidio intencional. Es cualquier lesión autoinfligida intencionalmente realizada por el sujeto con el propósito de morir y cuyo resultado es la muerte.
Es importante recalcar que cualquiera de nosotros puede llegar a experimentar estos pensamientos en algún nivel, si estamos bajo situaciones muy estresantes o prolongadamente dolorosas. Una intervención temprana, que no juzga sino que apoya por medio de la empatía, es clave para evitar que dichas ideas no se lleven a la acción.
3. Los adolescentes son especialmente vulnerables al suicidio. Además de los trastornos depresivos y de ansiedad, el abuso de alcohol y otras sustancias, constituye un importante factor de riesgo, pues se estima que uno de cada cuatro adolescentes que cometen suicidio lo realizan bajo los efectos del alcohol, drogas o la combinación de ambos.
Las ideas suicidas son muy frecuentes en esta etapa. Cuando estas se asocian a otros factores de riesgo como problemas familiares, rupturas amorosas, muerte de un ser querido, fracaso en el desempeño escolar, exigencia elevada de padres y maestros, situación de bullying o abuso sexual, entre otras, pueden desembocar en un acto suicida.
A nosotros quizá no nos parezcan muy graves los problemas que les afectan. Sin embargo, estos sucesos desfavorables pueden ejercer una inmensa presión que los lleve a creer que esa es la única solución.
¿Cómo podemos ayudar?
Si tenemos sospechas de comportamiento suicida debemos preguntar de manera directa y sin temor a la persona involucrada. Ante la presencia de una crisis de este tipo, es muy importante no quedarnos pasivos y ofrecer apoyo inmediato con mucha sabiduría y prudencia.
No ayuda:
Restarle importancia a lo que la persona expresa, ignorar sus sentimientos o impedirle que exprese su sufrimiento.
No es sabio contar nuestra propia historia.
Tratar de hacerlo reflexionar acerca de las bondades y ventajas que nos depara la vida, no es aconsejable en esos momentos, ya que precisamente eso es lo que la persona no puede ver.
Sí ayuda:
Escuchar detenidamente a la persona, permitirle expresar sus sentimientos, aceptar las razones que esgrime y creerle sin juzgarlo.
Hacer preguntas abiertas que nos permitan conocer qué siente, cómo piensa y qué le duele. Por ejemplo: ¿Cuándo empezaste a pensar en el suicidio? ¿Qué pasó en ese entonces?
Es útil reforzar que el suicidio tiene consecuencias definitivas a problemas que usualmente son temporales. No permitamos que la persona continúe atrapada en esta visión de túnel que le lleva a verlo como única opción.
Nunca dejar sola a una persona que enfrenta una crisis suicida. Es crucial confrontar la situación de manera directa y tomar medidas adecuadas a tiempo. Por ejemplo: involucrar a otros familiares, canalizar a la persona con especialistas de salud mental, imponer tratamiento u hospitalización.
En especial con adolescentes, cambiarlos de medio (escuela, trabajo o lugar de vivienda). Esto puede ser un magnífico recurso para ayudarle a evitar conductas autodestructivas.
Generar alternativas realistas juntos.
El descanso para recuperar la energía perdida, una alimentación adecuada, la práctica de deportes y ejercicios físicos, y evitar el consumo de alcohol, drogas, tabaco, café y sustancias adictivas.
Recordemos que los creyentes en Cristo Jesús contamos además con otro recurso poderoso y efectivo: la oración. Tenemos un Dios que nos ama y escucha nuestro clamor.
Alcemos la voz por aquellos que están caminando por el valle profundo de desesperanza y que solo ven el suicidio como salida.
Dice la Biblia: «Cercano está el Señor para salvar a los que tienen roto el corazón y el espíritu» (Salmo 34:18 RVC). Pidamos sabiduría sobrenatural y divina para actuar. Hagamos lo que está en nuestras manos para estar ahí, acompañarlos y escucharlos, brindarles apoyo o guiarlos a quienes los pueden ayudar.
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