La siesta no la cambio por nada

Foto por Carlos Rodiles

Foto por Carlos Rodiles

Al parecer, la costumbre de la siesta la inventaron los romanos

Por Keila Ochoa Harris

Desde niña me acostumbraron a la siesta. Como única concesión —si no teníamos sueño— podíamos leer o realizar alguna actividad silenciosa, pero en posición horizontal en nuestra recámara. Ahora que tengo hijos les he inculcado la misma disciplina. Un poco de sueño a mitad del día recarga sus energías para que disfruten la tarde y no se pongan huraños. 

Al parecer, la costumbre de la siesta la inventaron los romanos. Durante lo que para ellos era la hora sexta, (palabra de la que se ha adquirido la variante de “siesta”) los romanos dormían un largo rato cuando terminaban de comer a mediodía. Sin embargo, la frase de “la hora sexta” me remonta a tres historias bíblicas.

En la primera,

Jesús se detuvo para descansar en el pozo de Sicar a la hora de la siesta. En lugar de estar durmiendo, una mujer salía precisamente a mediodía para sacar agua del pozo. Era el momento de más calor, ¿por qué hacía eso? Quizá porque no era bien vista en la comunidad. Era una mujer que había tenido cinco maridos y el hombre con el que vivía no era su esposo. 

Sin embargo, Jesús aprovechó para conversar con esta mujer. No solo se presentó ante ella como el Mesías, sino que le enseñó sobre la adoración.

Como en esta historia, quizá vivimos escondiendo nuestros fracasos sentimentales o morales. Tal vez no nos consideramos dignos de ciertas posiciones o la compañía para ciertas personas. Haríamos bien en detenernos a mediodía, a mitad del trajín, para reconocer delante de Dios nuestros errores y escuchar que Él tiene esa agua fresca que puede saciar nuestra sed.

En la segunda

mención de la hora sexta, guardamos silencio pues ocurrió un suceso extraordinario. En pleno mediodía, las tinieblas cubrieron la tierra. Y no por el paso de una nube, ni durante los minutos que dura un eclipse, sino en un lapso de tres horas. La oscuridad nos recuerda que Jesús estaba muriendo en una cruz por la humanidad.

En nuestro mediodía las cosas pueden ir luciendo aceptables o desastrosas. Quizá el cansancio del día toca a la puerta. La siesta puede ser un buen momento para permanecer en silencio y recordar el suceso que marcó la historia del universo entero. Cerremos los ojos y demos gracias porque Jesús murió en nuestro lugar. Hagamos memoria.

La tercera

historia nos lleva a Pedro, quien a mediodía subió a la azotea, no para dormir la siesta, sino para orar. Tenía hambre, pero mientras la comida estaba lista cayó en éxtasis. Recibió entonces una revelación extraordinaria. Dios le mostró que la muerte de Jesús era para todos, judíos y no judíos, hombres y mujeres, ricos y pobres. Pedro aprendió que Dios no tiene favoritos.

¡Cuántas veces no corremos a la mesa buscando el alimento material! Bien haríamos en anhelar la siesta y el alimento espiritual que puede venir de leer la Biblia antes de dormir, o en lugar de dormir. Unos minutos de oración o meditación pueden abrir la puerta a que Dios nos hable y nos dé aquello que necesitamos aprender ese día.

Desde que tengo niños pequeños en casa, mis siestas se han vuelto en momentos “para mí”. Los ocupo para escribir, estudiar la Biblia, contestar correos o adelantar mis lecturas. Las siestas de mis hijos son como un manantial en medio de mi ajetreado día para encontrar a mi Señor. Así que, como dirían por ahí, a la siesta no la cambio por nada. 


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