Corazón sediento
Cómo orar cuando estoy desanimada
Por Johanna Ochoa
Hace poco me sentí como si Dios se hubiera olvidado de mí, sumida en un profundo desánimo. Estaba deprimida y mi energía emocional agotada. Me culpaba por esas emociones, como si mi tristeza fuera un fracaso espiritual.
En medio de la tristeza, Dios me alentó a través de Su Palabra. El Salmo 42 me acompañó y dio luz a mi realidad:
«Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía» (Salmo 42:1).
La imagen del ciervo sediento buscando agua con desesperación resonó en lo más profundo de mi ser. Mi alma estaba bramando, clamando desde el fondo de mis entrañas por la presencia de Dios, aunque a veces no lo reconociera.
Era obvio lo que tenía que hacer: buscarlo de todo corazón. Pero no era sencillo. El clamor no surge de la fuerza, sino de la necesidad.
Como el ciervo en el desierto, mi alma estaba vacía y sedienta. No bastaba con saber lo que Dios podía hacer o con cumplir mis hábitos de oración y lectura.
Necesitaba ir más allá: abrir mi corazón completamente, derramar mis emociones y batallas ante Él. Tenía que ser honesta, aun cuando mis palabras fueran un grito de dolor: «Roca mía, ¿por qué te has olvidado de mí?» (Salmo 42:9).
Confié en que Él no me condenaría por estar atravesando esta lucha y pude expresarle con libertad mi sentir. Pero lo siguiente fue lo más importante, necesitaba recordar quién es Dios y todo lo que ha hecho por mí.
El salmista, en medio de su tristeza, se habla a sí mismo con esperanza:
«¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío» (Salmo 42:5).
Mi esperanza y mi gozo no dependen de lo difícil de las circunstancias o mi estado de ánimo, sino de la presencia de Dios en mi vida. Necesitaba recordarme a mí misma todas aquellas ocasiones a lo largo de mi vida en que he visto la infinita misericordia y bondad de Dios.
Recordé que confiar en Dios, en momentos de desánimo no es algo automático; es un acto de fe que debo practicar cada día. En el Salmo 42 vi que se repite la frase: «¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío» (Salmo 42:11).
Las mismas palabras se encuentran en medio y al final de este poema. En temporadas de desánimo, es imprescindible predicarle a mi alma sobre la maravillosa misericordia del Señor, una y otra vez. En Él siempre hay esperanza. ¡Esperaré en Él!
Todos los grupos de autoayuda no fueron suficientes.