Un matrimonio satisfecho

Descubre el secreto

Por Juventino Anaya Ramírez

Hace diez años mi vida dio un giro de 180 grados. Mi matrimonio estaba hecho pedazos. No tenía esperanza.

Recuerdo que peleaba con mi esposa Gu, casi todos los días hasta la madrugada. Muchas veces mis hijos de 4 y 3 años, eran testigos de cómo nos heríamos. Ellos también salían lastimados pues lo único que me importaba era mi propio beneficio.

Recuerdo también las caras de mis hijos llenas de miedo por falta de protección. No me importaba. Mi hijo Dan es hipo acústico bilateral (no escucha), pero sé que sentía todo el dolor que yo le causaba a su mamá, a su hermana y a él.

Por fin un día le grité a mi esposa que no soportaba más esa situación y que quería el divorcio. Estaba convencido de que era lo mejor para mi y también para ellos. Paradójicamente ahora sí pensaba en ellos. Aun así, estuvimos juntos un tiempo más. Pero las cosas iban cada vez peor.

Alguien invitó a Gu a una reunión en casa de unos vecinos donde hablaban del amor de Dios y de los planes que él tiene para sus hijos. “Solo eso me faltaba” pensé. Ya no quería más problemas. Y no quería saber nada de Dios. Sentía que él era el culpable de muchos de mis problemas.

La siguiente semana, Gu me invitó a ir a la reunión.  Accedí para demostrarle que ni Dios podía hacer algo. Un día me animé a ir a la Iglesia Filadelfia. Asistía cada semana solo a criticar. El pastor no se cansaba de repetir que Dios era bueno. ¡Cómo me molestaba! ¡Yo estaba seguro de que no era cierto! ¡No creía nada!

Un día escuché claramente a Dios hablarme de forma personal. Recuerdo que estaba entre gente que ni conocía y no podía parar de llorar. Sentía un profundo dolor en mi corazón y también mucha pena.  Entonces entendí que sí, ¡realmente él tiene un plan para mi vida y para toda mi familia!

Ahora todo es diferente. Cada día veo que en mi hogar hay alimento y esperanza. Tenemos gozo, paz y protección. Dios ha hecho grandes cosas en nuestra vida y está restituyendo todo lo que por mi culpa habíamos perdido.

No fue algo mágico de un día para otro, pero al obedecer cada momento lo que Dios nos indica en la Biblia, cambiamos. Hemos aprendido que él sabe más que nosotros y tiene un plan para nuestra vida.

Ya pasaron diez años. Hoy Dios nos ha formado como una pareja que se ama, se respeta y se valora cada día. Trabajamos juntos por nuestros hijos. Anhelamos que ellos amen, obedezcan  y sirvan a Dios para que no cometan nuestros mismos errores.

Tomado de la RP 43-3, mayo-junio 2015

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