Tengo que matar a mi orgullo
Me parece que Dios lo quiere eliminar
Por Felipe Güereña
He estado pensando en matar a mi orgullo porque me mete en muchos problemas. Me anima a ser mi propio dios. Mi yo se convierte en el centro de mi existencia. Mis deseos y caprichos se sobreponen al bienestar de otros y menosprecio otros puntos de vista incluyendo a la persona que los expone.
Me parece que Dios lo quiere eliminar también, porque en Proverbios 8:13 expresa: «Los que obedecen a Dios aborrecen la maldad. Yo aborrezco a la gente que es orgullosa y presumida, que nunca dice la verdad ni vive como es debido» (TLA).
En una ocasión dos hombres se estaban peleando a golpes. El más fuerte derribó a su oponente. Los que miraban los apartaron, librando al vencido de morir. Sin embargo éste, herido y ensangrentado, dijo: «Qué bueno que me lo quitaron de encima, porque si no, lo mato». Este hombre arrogante ni con los golpes entendió.
La Biblia enseña que el primer orgulloso de la historia fue Lucifer. Era hermoso y de un rango muy elevado. Se sintió tan capaz y poderoso que quiso tomar el lugar de Dios. Por su yo descontrolado fue expulsado del cielo.
En oposición está Cristo, quien nació en un establo y creció en una familia de artesanos. El anuncio de su llegada fue dado a pastores en el campo. Vivió en medio de gente pobre y sus primeros discípulos fueron pescadores. Él sí mató a su orgullo. Aunque es el Rey del universo, se hizo hombre y se humilló al punto de morir en una cruz, donde solo morían los ladrones, asesinos y esclavos.
Jesús dijo: «Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas» (Mateo 11:29).
Necesito aprender a doblegarme, a ser manso y humilde. Anhelo parecerme cada vez más a Jesús y su ejemplo me anima. Tengo que matar a mi orgullo.
Tomado de la revista Prisma 43-1