Para Dios no hay nada imposible
De repente sentí una contracción tan fuerte que supe que era la hora
Por Mary Barrales
Otro bebé. ¡No lo podía creer! ¡Qué maravillosa noticia! Dios permitió que quedara embarazada nuevamente como respuesta a la oración de Sebastián, mi pequeño de 3 años y medio.
Me hicieron el ultrasonido y se veía el corazón del bebé, lo cual significaba que sí estaba formándose. Debido a mi anterior embarazo molar y al cáncer que había tenido, la posibilidad de tener un hijo era cada vez más lejana. Pero para Dios no hay nada imposible y en mi vida ¡Él me lo ha mostrado una y otra vez!
Al día siguiente de esta maravillosa noticia, comencé con una amenaza de aborto por lo que tuve que permanecer en reposo absoluto por un mes. ¡Dios en su infinito amor me animó durante todo ese tiempo y el cáncer no se reactivó!
Al llegar a los 3 meses de embarazo el riesgo de aborto desapareció, pero no contábamos con que una nueva dificultad llegaría a nuestra vida: Despidieron a mi esposo y por los siguientes ocho meses se quedó sin trabajo.
Comenzaba mayo de 2002 y se acercaba la llegada del bebé. Para entonces se habían agotado nuestros recursos y solo nos quedaba lo justo para pagar la clínica donde nacería el nuevo miembro de nuestra familia. Después de eso, venderíamos el coche que teníamos y esperaríamos a ver lo que Dios tenía para nosotros.
Llegó la noche del 5 de mayo. Según mis cuentas, faltaban 2 semanas más para que naciera pero como a las 9 de la noche me despertó una contracción. Llamamos al médico para decirle lo que estaba pasando, y nos dijo que nos esperaba en una hora en la clínica, porque seguramente esa noche o el día siguiente nacería.
Mi esposo se puso muy nervioso, preparó las cosas que llevaríamos, hizo algunas llamadas, apresuró a Sebastián y comenzaron las carreras.
Me subí a la parte de atrás del auto con mis pies sobre el asiento, y recargada en una de las puertas, para ir más cómoda, pues adelante iba mi pequeñito de copiloto.
Cuando mi esposo aceleró el auto fue como si también hubiera acelerado las contracciones, pues comenzaron una tras otra.
En la primera avenida mi esposo frenó bruscamente. Al preguntarle qué pasaba me dijo que estaba pasando una patrulla y que por eso había frenado.
En ese momento, le pedí que alcanzara a la patrulla y que les explicara que estaba en labor de parto para que nos ayudaran. De otro modo, podríamos chocar o nos podrían detener porque iba manejando a exceso de velocidad.
Mi esposo alcanzó a la patrulla y les explicó lo que pasaba. Como los policías no ubicaban la dirección de la clínica, le pidieron a mi esposo que fuera por delante y ellos nos cubrirían. Sin embargo el problema fue que en lugar de que los autos nos dejaran pasar, nos cerraban el paso. Tal vez pensaban que veníamos huyendo y que la policía nos estaba persiguiendo.
Todo esto acontecía mientras yo tenía una contracción tras otra, cada vez más fuerte y más seguido. Yo me mantenía orando pidiéndole a Dios que por favor nos permitiera llegar a tiempo a la clínica para que naciera el bebé.
Mi esposo venía con la adrenalina en sus niveles más altos, cuidando como manejaba, metiéndose entre los coches, mirándome por el retrovisor y preguntándome cómo me sentía, platicando con su pequeño copiloto quien iba muy emocionado de que ya iba a nacer su hermanito, y cuidando que la patrulla viniera acompañándonos. Sebastián por su parte, iba feliz y emocionado con la velocidad y de saber que ya casi nacía su hermanito.
De repente sentí una contracción tan fuerte que supe que era la hora. Grité: «¡Ya está naciendo!». Él le hizo señas a la patrulla para que se acercara y les dijo que el bebé ya estaba naciendo. Los policías le dijeron que se saliera de la vía rápida con mucho cuidado y que se quedara en la orilla mientras llamaban a una ambulancia.
Cuando llegó la siguiente contracción, el bebé salió completamente. Mi esposo terminó de orillarse y fue a la cajuela a sacar una sabanita para tapar al bebé que comenzó de inmediato a llorar (en esos momentos no sabíamos si era niño o niña).
Los policías se acercaron para ver en qué podrían ayudar y nos dijeron que la ambulancia tardaría como 10 minutos en llegar. Decidimos que no esperaríamos porque estábamos como a 5 minutos de la clínica y el médico nos estaba esperando.
Llegamos a la vez que arribó el médico. Mi esposo salió y le dijo que el bebé ya había nacido. El doctor entró corriendo al hospital por su instrumental, regresó al coche, cortó el cordón umbilical y me dijo: «En un momento regresan por usted, primero atenderemos al bebé. Ahorita él es el más importante».
Gracias a Dios el bebé estaba bien y yo también. Mi esposo más tranquilo y Sebastián feliz de haber participado del nacimiento del hermanito por el que tanto había orado.
Dios en su fidelidad permitió que el dinero ahorrado nos durara un poco más, pues no tuvimos que pagar todo lo de la clínica, porque como nació en el coche nos ahorramos un gasto.
Exactamente a los 40 días de haber nacido Gerry, mi esposo consiguió trabajo. Vez tras vez en nuestras vidas, Dios ha sido fiel a su Palabra.
«Porque yo sé los planes que tengo para ustedes, dice el Señor, planes de paz y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza» (Jeremías 29: 11).
Tomado de la revista Prisma 43-1