El examen
¿Estás preparado?
Por Enid Madai Chávez Argott
Recuerdo vívidamente mi paso por la educación media superior, una de las mejores épocas de mi vida. Maravillosas experiencias, mucho aprendizaje tanto en lo académico como en lo personal e inolvidables amistades. Todo aquel mundo inédito lleno de nuevas responsabilidades e infinitas posibilidades era encantador, hasta aquel fatídico viernes en el que leí estas terribles palabras: «Halla la ecuación de la superficie esférica cuyo centro es el punto (3, 2, -2) y que es tangente al plano x + 3y – 2z + 1 = 0».
Por supuesto, sólo pude llegar a la conclusión de que si aquello hubiera estado en español, entonces yo hubiera sido un «as» de la Geometría Analítica. Está de más aclarar que reprobé aquella prueba y de paso la materia.
—¡Ah, si tan solo el maestro se hubiera tomado más tiempo o más molestias, entonces yo hubiera sido una estudiante ejemplar! —me decía con convicción.
La realidad es que fueron mi propia apatía e indiferencia las autoras de mi fracaso. Tiempo después, al tomar un curso intensivo, comprendí que las matemáticas son una verdadera maravilla, que mi profesor distaba mucho de ser un genio maquiavélico, y que mis resultados hubieran sido muy diferentes si hubiera prestado atención, practicado y seguido sus instrucciones.
No puedo evitar pensar en aquel día en el que compareceré ante el gran trono de Dios en la prueba máxima a la que se enfrentará todo ser humano. Cada día tengo la oportunidad de prepararme para ese examen final. Y aunque sé que por gracia soy salva, no me quiero presentar sin fruto.
No puedo olvidar que soy hechura suya, creada en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviese en ellas (Efesios 2:10). Quiero terminar mi examen final con mucho fruto.
Cuán maravilloso será, escuchar de los mismos labios de mi Dios tan gloriosas palabras: «Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor» (Mateo 25:21).
Tomado de la revista Prisma 43-1