Tal como soy

La historia de Tina 

Contada a Diana Garrett

Pensamientos atormentados se aferraban a Tina, mientras miraba jugar a sus pequeños. ¿Qué sería de ellos cuando sus pulmones se terminaran de enfriar? ¿Quién les daría de comer? ¿Quién los vestiría?

A pesar de haber conocido la Palabra de Dios desde su infancia, su corazón se había rebelado contra Él y contra todo lo que le representaba.  «¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!», era una frase que recordaba de alguna lección bíblica de su infancia y que sentía que le aseguraba que había perdido su salvación. Aun las palabras constantes de su padre, animándola a regresar a Dios y a la Iglesia, sólo le hacían alejarse más, y abandonarse en el pecado.

Tina se ganaba la vida como costurera, sentada a la máquina hasta la medianoche, tratando de olvidar sus tormentos. Exhausta, se acostaba solo para levantarse tres o cuatro horas más tarde para seguir sin tregua. Entonces comenzó a sentir un frío que le extraía el mismo aliento y fue cuando buscó ayuda. Unos doctores misioneros de una brigada médica que llegó a su pueblo la examinaron y dijeron que no había remedio, que la enfermedad terminaría con su vida en unos meses, a menos que hubiera un milagro.

Tina pidió un milagro. Pidió la sanidad de su cuerpo,  no para su propio beneficio, sino de sus hijos. Pidió verlos crecer. Pero su mayor petición era que sus muchos pecados fueran perdonados, y que ella pudiera tener la seguridad de que era salva. Las palabras de un himno llegaban a su mente, una y otra vez

«Tal como soy, buscando paz

En mi desgracia y mal tenaz

Conflicto grande siento en mí

Cordero de Dios, heme aquí».

Una tarde, salió al patio de su casa donde había una pequeña barda cuyas piedras estaban calientes por el sol.  Buscando descanso se recostó sobre ellas, y poco a poco comenzó a sentir un delicioso calor que invadía sus cansados pulmones y la envolvió la certeza de que Dios había comenzado a sanarla. Desde entonces su cuerpo se fortaleció poco a poco.

Unos días después tuvo un sueño en el que iba caminando sola hacia el templo evangélico. Cuando se fijó vio que sus ropas estaban muy sucias y podridas. Se paró frente a la puerta y todas las personas la voltearon a ver. Con vergüenza, trató de acomodarse sus ropas, y se deshilaban todavía más, dejando partes abiertas. «Ni modo», pensó en el sueño, «tendré que entrar así como estoy».

Al dar un paso, levantó la vista y vio a un hombre que estaba al frente de la Iglesia. Sus vestidos eran blancos y resplandecientes. Caminó hacia ella y le extendió los brazos, diciendo amablemente, «Pasa, Tina, aquí te ha estado guardando un lugar. Siéntate». Sin importarle ya lo que pudieran pensar los demás de su mugriento vestido, se apuró para tomar el lugar señalado, y al sentarse, vio que sus ropas estaban tan blancas y resplandecientes como las del Señor. Olas de paz la inundaron, al lanzarse en los brazos de Aquel que le había ofrecido misericordia inmerecida dándole el milagro más grande: El perdón de sus pecados.

Han pasado dos décadas desde que Irene Carpio Lara, conocida como Tina entre su familia y amigos, se rindió sin condición a su Señor. Sigue viviendo en el pueblo de Tehuetlán, Hidalgo, donde  todavía se gana la vida como costurera.  Participó en la grabación del Nuevo Testamento en su idioma natal náhuatl. Su pequeña congregación viaja a las comunidades cercanas a animar a los demás donde a veces predica y enseña a cantar himnos. Sus hijos han crecido, y ahora ayuda a cuidar a sus nietos.  Tina encontró la paz para su alma en brazos de Jesucristo, el Señor de segundas, terceras y mil oportunidades. Porque Él no quiere que nadie se pierda, sino que todos vengan al arrepentimiento.

Tomado de la revista Prisma 42-6

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