Sin Palabras
Ante un gran amor
Por José Tomás Tejeda
Cuando las palabras no son suficientes y el corazón llora por ser comprendido. Cuando nadie está para escuchar. Cuando, a pesar de haber cientos y miles de personas alrededor, nadie puede comprender el dolor del alma, la pena de haber fallado, la frustración de no alcanzar la meta buscada por años.
En medio del dolor y la soledad, surge el amigo, la fe personificada, el amor hecho carne. Jesucristo. Aquella voz que acaricia al tocar nuestro interior. Aquella brisa que nos suspende en el aire de la aceptación, de la valoración y de la aprobación.
Y al hablar es como si nos dijera: Me duelen las manos, pero ya no por los clavos sino cada vez que ofrezco mis brazos y los ignoras. Me torturan las burlas, pero no de los soldados romanos, sino cada vez que te hablan mal de mí y tú callas. Me lastiman los rechazos, pero no de mi pueblo, sino de ti cuando te busco en intimidad y no me haces caso. Lastimas mi corazón cada vez que no encuentra eco en el tuyo.
Se me pega la lengua al paladar, no por la sed y el calor, sino porque te susurro con dulzura y cierras tus oídos a mi voz. Me desvaloras y no me amas, porque a veces prefieres otras cosas que te alejan de mí, a platicar en intimidad conmigo más tiempo. Me rechazas cuando olvidas que mi sacrificio fue también para aquellos que no toleras.
Me entristeces cuando prefieres el pecado a mi amor, cuando te niegas a dar del amor que te doy a los demás, olvidando que yo así te he aceptado y te he dado de mi amor para que lo recibas y lo des a los demás.
Eres mi boca para dar consuelo; mis pies para ir hacia los perdidos, mis ojos para ver con misericordia y perdón; mi corazón para latir de amor y dolor por los que sufren; mis manos para abrazar a quien clame por mí. Pues yo tengo mi cuerpo sin sangre por ti, mis manos y pies llagados para que ahora tú uses los tuyos.
Porque tú vales tanto que derramé mi sangre por ti. Te espero con los brazos abiertos. Aquí estoy.
Tomado de la revista Prisma 42-3