Querido hijo mío,
¡Te amo tanto!
Por Elisabeth F. de Isáis (1925-2012)
Te escribo la presente desde la hermosa capital de los aztecas y desde el hogar que Dios ha escogido para ti. Solo llevas cuatro años ya de tierna vida. Cuatro años desde que saliste de mis entrañas y corazón. Pero, cosa rara, hoy te siento más de cerca que aun en la hora inolvidable en que te vi nacer.
Al pensar en esta noche, hijo mío, aquí sentada en el escritorio de tu papá, tú arriba en tu camita, quizá soñando, las lágrimas me mojan las mejillas. ¡Te amo tanto!.
Hoy tuve que castigarte. Y luego en tu triste llanto rechazaste mi perdón. Aunque veo que tiendes más y más a rebelarte, siento que tu cariño es el más puro de toda mi existencia.
Al darme cuenta de este lazo misterioso, me acuerdo que eres más, mucho más que puro gozo. Más que el reflejo del amor de tus papás: nos has sido encomendado por Dios mismo.
¿Comprendes, hijo amado? Mi responsabilidad es muy seria: enseñarte los secretos más incomprensibles de la vida. Convencerte de que sí, hay propósito en tu existencia. Persuadirte de que Dios te hizo, te ama y... te busca.
¡Cómo quisiera que comprendieras muchas lecciones que me han costado tanto aprender! Pero temo que como cada mente humana, has de vagar solito, en busca de la verdad, la paz y un timón. Sin embargo hijito, permíteme decirte que hay valores que por un momento nos atraen. Hay placeres, experiencias y pensamientos que parecen hermosos y fácilmente nos pueden engañar.
Tendrás que cuidarte mucho, hijo mío. Es tan fácil desviarte, equivocarte, sí, aún caer. Tan sutil es la tentación de aquel que odia tu alma, del enemigo que desea ver tu eterna perdición.
Con todas mis fuerzas, hijo de mi corazón, te ruego que rechaces la tendencia hacia el mal. Que seas fiel a tu patria, a tu familia, a tu fe, a tus ideales, a tus patrones, a tu propio ser.
Dedícate siempre a causas nobles, a vivir en paz con todos en tu derredor, a promover sin egoísmos la felicidad de otros y a seguir la Ley Divina en todo lo que has de hacer.
¡Amado hijo, si obedeces las enseñanzas que te doy, que no son mías sino del Señor Jesús, verás qué feliz y útil será tu vida!
Sin más por ahora, se despide con todo amor,
Tu mamá, Liz
Tomado de la RP 43-3, mayo-junio 2015