Prepara a tus hijos para volar

Foto por Gilberto López

¡Soltémoslos! Dejemos que vuelen, respiren y caminen.

Por Velina Rivera

Los hijos llegan y se apropian de nuestro corazón. Apenas con unas horas de verlos hemos tenido suficiente para memorizar su rostro y singular aroma, además generamos alrededor de ellos un sin número de expectativas que por lo regular cambiamos cada vez que vemos sus caritas, cuando oímos que lloran, cuando gritan o patean con fuerza. Ahí es cuando decimos lo que antes criticábamos a otros papás: «será un gran cantante», «va para futbolista», «tiene cara como de presidente de esta nación, o será como su padre». 

La verdad es que la vida se encargará de alinear nuestras expectativas con la realidad. Lo dramático es cuando no se alinean nunca y esperamos o hasta exigimos que ellos sean lo que nosotros soñamos, lo que no fuimos o lo que nos exigieron ser. 

Pero ¿cómo puede pasar eso? Uno de los factores más importantes es el apego. Hay un apego sano, que consiste en la relación que se establece con respeto, atendiendo sus demandas básicas (alimentación, cuidados, sentido de pertenencia, respeto, amor). 

Este apego es sumamente importante en los primeros años de vida. Según los expertos, es en esta etapa cuando los individuos adquieren un claro sentido de pertenencia, se convierten en seres capaces de autorregular su conducta en base a ciertos límites dados y a tolerar la frustración.

El apego no sano llega cuando rebasamos los cuidados, perdemos el respeto por la individualidad y pasamos por alto la etapa del individuo. Por ejemplo: Un niño de un año y medio debe: gatear o incluso caminar algunos pasos, comer alimentos sólidos bien picaditos, trepar para tomar cosas fuera de su alcance, decir palabras cortas y dormir solo en su cama. Si no tiene ningún impedimento físico para alcanzar estos logros en su etapa de desarrollo y sus padres, abuelos o hermanos tienen la costumbre de hacer estas cosas por él, el niño desarrollará un apego insano. 

Muchos piensan que no pasa nada o que demasiado amor no le hace daño a nadie, pero la sobreprotección no es una forma de amor, es un arma que daña la autoestima de nuestros hijos.

Detrás de un «yo lo hago» está un «tú no puedes», de modo que sin ser inválidos,  los invalidamos. Poco a poco los mutilamos al sobreprotegerlos y después de un tiempo los hijos que han crecido con este tipo de apego resultan ser personas con poca autoestima, con problemas para establecer relaciones interpersonales y poca tolerancia a la frustración, entre otras cosas.

«Como saetas en mano del valiente, así son los hijos habidos en la juventud» (Salmo 127, versículo 4).

La Biblia nos enseña con claridad. No son piezas de colección ni collares que nos podamos colgar y traer junto al pecho siempre, y tampoco son una extensión de nosotros.

Cuando la palabra de Dios se refiere al concepto de saetas (flechas) está claramente expresado que son flechas listas para dispararse. El valiente las alista para dispararlas a un blanco, no al aire, no «a donde caiga». Cualquiera que tenga el corazón lleno de verdadero amor por sus hijos no desea «cualquier» destino para ellos. No pensamos: «cielo o infierno, da igual», por el contrario, anhelamos que den en el blanco, que acierten, de ser posible «a la primera». 

Hablemos del valiente que «llena su aljaba de ellas» (de las saetas). Este valiente (y vaya que ser padres es de valientes) dedica tiempo con sus saetas. Con esfuerzo y determinación las prepara para que estén listas para el momento en que serán lanzadas.

De esto depende su vida, pues si la saeta no está lista, al ser disparada no llegará a ningún lado y el valiente quedará a merced de su enemigo. El trabajo bíblico de los padres de familia es preparar a nuestros hijos como si de ellos dependiera nuestra propia vida. 

En la Biblia hay casos de hijos mal criados que terminan siendo la ruina de sus padres.

Nuestra labor es preparar la saeta para que cumpla con el propósito para el que fue creada.  ¿Estamos listos para eso? ¿Nuestros hijos están listos para vivir sin nosotros? ¿Son individuos respetados y en preparación para desarrollarse, sabiendo con claridad que han sido creados con un propósito? ¿Tienen consigo lo necesario para acertar en su vida, para dar en el blanco? Si es así ¡felicidades! Si no, nunca es tarde para comenzar.

¡Soltémoslos! Dejemos que vuelen, respiren y caminen. ¡Que crezcan! Invirtamos en ellos y en su desarrollo integral. Pasemos tiempo hablándoles del propósito eterno para el que fueron creados. Debemos prepararlos para ser saetas que den en el blanco, que tengan dirección y no vuelen al azar. Pidamos sabiduría, seamos congruentes en nuestra manera de vivir como cristianos y busquemos a Dios. Así cuando sea el momento de despedirnos, todos honraremos al Señor con vidas que estarán para siempre ligadas en un amor sin igual, cumpliendo la voluntad perfecta de Dios.

«No le eviten a sus hijos las dificultades de la vida, 

enséñenles más bien a superarlas»  Louis Pasteur

Tomado de la revista Prisma 42-2

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