Fuego y lluvia
Necesitamos de ambos
Por Mariann Waguespack
Los agricultores o jardineros entienden que a través del viento y los animales, llegan semillas que no pertenecen a esa tierra, ésta las recibe, echan raíces y crecen. Aunque la planta que brota no parece ser mala, nunca fue deseada y por ende su presencia es un problema y no le permite a la tierra cumplir su función inicial. Cuando nacen plantas extrañas que no fueron intencionalmente sembradas, no hay lugar para poner las plantas que se quiere para esa parcela.
¿Entonces, qué hace el agricultor? Prende fuego a la tierra hasta que cada parte, cada centímetro, ha sido consumido.
¿Qué queda? ¡Gran esperanza! ¡Un mundo de posibilidades! Todo ha sido consumido y ahora la tierra puede recibir la semilla de cada cosa buena y perfecta por la cual fue hecha.
También hay tierra que no ha probado humedad en mucho tiempo, no tiene vida, está agrietada y dura como una piedra. Parece que nada puede aliviarla. Solo el agua. Tal vez necesite que la lluvia caiga lenta y constante para ser saciada. Debe estar quieta y absorber cada mililitro hasta que regrese a la vida. Solo entonces podrá ser anfitriona de la vida para la cual fue hecha. Por más que quiera arreglárselas por sí sola, no podrá.
La respuesta a su problema de sequedad no puede venir de sí misma, sino de la misma Fuente de agua viva. ¡Y la lluvia vendrá! La tierra necesita estar lista para recibir lo que anhela tanto y ver a través del tiempo el fruto de esta agua viva.
En nuestra vida pasa igual. Nosotros somos como esa tierra.
Que el Señor mande su fuego a nuestras vidas. Que arrase con cada actitud incorrecta, cada falsa creencia, todo lo que esté dentro de nosotros que a él le ofenda. Que Dios nos consuma para que llene nuestras vidas con los regalos que siempre nos quiso dar.
Que el Padre mande su lluvia. Que inunde nuestro ser con su Espíritu. Que tome nuestros agrietados, secos y duros corazones y haga caer su dulce lluvia hasta que volvamos a la vida. Que sacie nuestro ser para que seamos la persona que nos creó para ser.
«Ya que estamos recibiendo un reino inconmovible, seamos agradecidos y agrademos a Dios adorándolo con santo temor y reverencia, porque nuestro Dios es un fuego que todo lo consume» (Hebreos 12:28- 29 NTV).
Tomado de la revista Prisma 42-1