¡Desempleada!
Abramos nuestras vidas a nuevos horizontes
Por Margarita Hord de Méndez
«Año nuevo, ¡retos nuevos!», publiqué en la red social. Era enero y recién me habían avisado de un recorte de personal. No existen fechas preferibles para perder el empleo, pero el inicio del semestre es muy mal momento para una maestra como yo, pues por lo general ya se han contratado todos los docentes que hacían falta y no hay vacantes.
Como otros mexicanos, no tengo seguridad laboral porque trabajo por honorarios y sin prestaciones. Nada. No me pagan vacaciones ni recibo aguinaldo. Otra desventaja es mi edad, pues aunque la experiencia debe ser un «plus», llega la etapa en que los empleadores prefieren a los de menor edad, sobre todo si pueden pagarles menos.
Era la primera vez que me habían dado de baja de un trabajo. Cualquiera que experimenta un despido enfrenta un maremoto de emociones, entre las cuales pueden estar: el pánico, la depresión, la inseguridad («no valgo nada») y la desesperación.
No todas las emociones son negativas, pues el individuo puede sentir alivio porque realmente no le agradaba lo que hacía o anhelaba un cambio, o hasta cierta euforia, por enfrentar la aventura de explorar nuevas opciones y aun considerar un «cambio de aires» laboral o geográfico. Por supuesto, se siente más la crisis si la persona es el sostén principal de la familia. La falta de una liquidación o la ausencia de ahorros pueden crear una ansiedad adicional.
Como cristiana, a pesar de algunas pocas lágrimas y un dejo de autocompasión al principio, pude fortalecerme con la confianza de que Dios tiene un propósito en todo lo que toca mi vida. Muchos me lo dijeron: «Él tiene algo mejor para ti».
El mismo día que quedé desempleada, una amiga compartió en Facebook la letra de un himno que en parte dice: «Muchas cosas no comprendo del mañana con su afán, mas un dulce amigo tengo que mi mano sostendrá…», Otra me recordó lo que dice Romanos 8:28, que promete que en todo, Dios obra para bien. Leí un pensamiento que me cayó como anillo al dedo: «Hasta que Dios abra la siguiente puerta, alábalo en el pasillo». Tuve paz y pude glorificar al Señor. ¡Que hermoso que el Señor me mandara tantos regalitos en el momento que los necesitaba!
Poco antes había terminado un libro de Jeff Goins, The In-between Times, (Los tiempos de en medio). Su tema era que gran parte de la vida nos toca esperar, ya sea haciendo filas, esperando trámites, esperando el siguiente «punto culminante» de la vida. Y tendemos a sentirnos impacientes o frustrados. Para nada nos gusta esperar. Queremos llegar a ese punto de emoción, de éxito, de gritar «¡lo logré!».
Pero la verdad es que aprendemos mucho en los tiempos de preparación y espera, comenta el autor. Tendemos a ir a paso más lento, a apreciar a las personas a nuestro derredor, a fijarnos en las cosas bellas de la creación por no ir tan carrereados. Realmente estos momentos son más importantes y ¡consisten en gran parte de nuestra vida! Estamos en el camino a graduarnos, a casarnos, a tener hijos, a conseguir ese empleo y desgraciadamente creemos que la vida está «en pausa» de por mientras.
En mi experiencia, cuando dejé de trabajar en otra ocasión, pude pasar más tiempo con la familia, hornear más, experimentar con nuevas recetas y ser más agradecida por todo lo que es gratis en la vida y que vale mucho más que lo que se compra. Aprendí a estar contenta con menos (al estilo del Apóstol Pablo) y a caminar más.
En la actualidad los empleos tienden a ser mucho menos permanentes que en el pasado. Aunque esto crea cierta inseguridad, los estudios indican que tiene sus beneficios. Sobre todo, fomenta que las personas sean más flexibles y más dispuestas a seguir actualizando sus conocimientos y destrezas. Cuando uno sabe que hay que competir en un mercado inseguro, se preocupa por aprender un idioma, dominar nuevos programas de cómputo, experimentar con otras maneras de ganarse la vida. Ahora es cada vez más común que se cambie del tipo de trabajo en vez de hacer siempre lo mismo.
En un jardín botánico, leí que el bambú es flexible porque así aunque soplen vientos fuertes, no logran arrancarlo desde la raíz. Seamos así, para que resistamos los embates de la vida.
Conocí a un papá joven que se había cansado de su empleo en una fábrica. Mucha rutina, horas largas y poco tiempo con la familia. Se dedicaba a su carrera y había una seguridad relativa, pero a fin de cuentas no estaba contento. Se arriesgó y dejó la compañía y puso un auto lavado. Tuvo algunas pérdidas al principio, pero a la larga pudo disfrutar más a su familia. Desgraciadamente, a corta edad le sobrevino la muerte repentina, pero por lo mismo de su decisión tiempo antes, lo recuerdan como el esposo y papá amoroso y no como el gran ausente.
Algunos deciden hacer un cambio radical. Recién supe de una pareja en la que ambos trabajaban. Inesperadamente, a él le cambiaron de puesto en la compañía. . . y representaba un menor salario. Apenas les iba a alcanzar para la guardería de los niños, así que él decidió cuidar de los niños y dejar su empleo. ¡Y están contentos! El cambio que parecía algo difícil y negativo, ha resultado ser una bendición para la familia y el papá y sus hijos pueden hacer una variedad de cosas divertidas y educativas.
Los que se aventuran a dejarlo todo e iniciar un negocio de autoempleo están expuestos a todo tipo de riesgos, pero también logran la satisfacción de hacer algo de manera independiente. En ocasiones toda la familia colabora con un nuevo proyecto y esto los une más. Tal vez hagan panes caseros, pongan una papelería o reparen computadoras. Puede ser que aun los niños aprendan responsabilidad y desarrollen habilidades que les serán útiles en el futuro.
Conocemos a muchas personas que obtienen sus ingresos desde la comodidad del hogar. Tal vez sea más común en las mamás que deciden quedarse en casa cuando sus hijos son chicos, pero este tipo de actividad puede ser útil para «el tiempo de en medio» mientras uno esté buscando algo que le dé un salario fijo. Una persona sabe hacer chalupas o pasteles, otra se dedica a la costura, otra a trabajos de diseño en la computadora. Por ejemplo, las ventas por catálogo, ahora han expandido sus posibilidades con las redes sociales. Tal vez uno pueda ofrecer clases de regularización o enseñar manualidades. Con mucha creatividad y buenos consejeros, podemos idear todo tipo de opciones para proveer para la familia.
Si hace falta aprender nuevas habilidades, preguntemos e investiguemos. El DIF y otras dependencias del gobierno ofrecen cursos y talleres a bajo costo. O puede ser que alguna amistad nos enseñe algo útil o se interese en un intercambio de servicios: «Tú me das clases de inglés y yo te ayudo a dominar el programa Excel». Nuestro currículum se verá más convincente mientras más destrezas demuestre.
Cuando confiamos que Dios tiene el control, podemos descansar y no dejar que nos domine la preocupación. De hecho, aunque entreguemos solicitudes de trabajo muchos lugares, podemos recibir una sorpresa y conseguir el empleo ¡donde no lo hemos solicitado! Por ejemplo, alguien puede avisarnos de una vacante sin que hayamos buscado por ahí. Lo digo por experiencia, pues así me pasó a mí.
La palabra desempleo suena como el fin de algo provechoso, una gran calamidad. Pero en realidad puede abrir nuestras vidas a nuevos horizontes a la vez que nos enseña a crecer en fe y ver cómo provee el Padre celestial. Confiemos en las palabras del salmista: «El SEÑOR llevará a cabo los planes que tiene para mi vida» (Salmos 138:8).
Tomado de la revista Prisma 42-2