Planes de bienestar y no de calamidad

Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo

Por Mary Barrales de Raymundo

Gerardo y yo finalmente estaríamos juntos para siempre. ¡Era el 3 de abril de 1993, día de nuestra boda! Nuestra invitación llevaba la promesa de Jeremías capítulo 29, versículo 11. «Pues yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes, afirma el Señor, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza».

Como todos los matrimonios enamorados, pasados dos años pensamos que ya era tiempo de tener un hijo. No conocíamos los planes de Dios.

En julio de 1995 recibimos la primera noticia de que estaba embarazada. Nos sentíamos muy contentos, pero al paso de los días tuve que ver al médico, porque no me sentía muy bien. Comenzaron los ultrasonidos y demás estudios, para al final darnos la noticia de que tenía un embarazo molar, es decir, que no se estaba formando el bebé y que tenían que limpiar mi matriz. Lo que no me dijeron, es que ese tipo de embarazo podía terminar en cáncer. ¡Y eso fue lo que sucedió!

Las células malas se generaron por millones en mi matriz y de ahí se fueron a mi sangre. ¡El diagnóstico era terrible! No había bebé y si las células malas llegaban y se alojaban en mis pulmones o en mi cerebro, ya no había nada que hacer. ¡No podíamos creerlo! ¡Yo podía morir!

En esos momentos Dios me recordó un pasaje de la Biblia que dice: «Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte» (Lucas 22:31 y 32). No sabíamos si yo viviría o no, pero nos tomamos de la Palabra y le rogamos a Dios que nuestra fe no faltara, pasara lo que pasara.

Comenzó la primera quimioterapia, y me mandaron a casa a descansar el fin de semana. El domingo tenía muchos deseos de ir a la Iglesia pero no pude. Me dormí y en mis sueños vi a Jesús venir y me dijo: «Mary, ya estás sana». ¡Fue hermoso! Al despertar, yo tenía la seguridad de que Dios ya me había sanado.

Mi pastor me visitó al otro día y se lo conté. También le pedí que le dijera a la congregación que ya no orara para que Dios me sanara porque Él ya lo había hecho, sino que me fortaleciera para soportar las quimioterapias.

En la siguiente sesión, me sacaron sangre antes de comenzar para saber si el tratamiento estaba funcionando, y cuánto debía ser la dosis. Para sorpresa de los médicos mi sangre salió limpia, ¡cero células de cáncer! ¡Gloria a Dios!

Por supuesto, el oncólogo no creyó que había sido Dios quien me había sanado, y me obligó a terminar el tratamiento de quimioterapia durante 4 meses.

Después de un año, tras revisiones periódicas, me dieron de alta con una nueva noticia: «Señora, lo sentimos mucho pero usted no va a poder tener hijos».

Por el tipo de embarazo que había tenido, el cual había provocado el cáncer, con cada embarazo el riesgo de cáncer era cada vez más grande y si sucedía otra vez, no podrían hacer nada por mí. Platicando con mi esposo, le pedí que me permitiera intentarlo una sola vez. ¡Si Dios me había sanado, era también poderoso para darnos un hijo, claro, si era su voluntad! 

Al principio, mi esposo no quería. El proceso había sido muy difícil y temía perderme. Después de mi insistencia, fuimos a platicar con mi ginecólogo. Él dijo que estábamos locos por considerarlo, pero como vio que estábamos decididos, nos dijo que teníamos que esperar mínimo dos años, para que mi cuerpo se desintoxicara de todos los químicos que había recibido.

Pasado sólo medio año, quedé nuevamente embarazada. Dios fue tan bueno, que a pesar de que era de alto riesgo por el antecedente, no hubo complicaciones. Con un parto natural en diciembre de 1997, nació Sebastián. ¡Estábamos felices!

Como todos los pequeñitos, llega un momento en el que piden un hermanito y Sebastián no fue la excepción. Nosotros le explicamos lo que pasaba conmigo y que los médicos decían que no era posible, pero que para Dios no había nada imposible y Él sabía qué era lo mejor y si era su plan, se lo daría. Así que, a partir de ese día y por un año completo, todas las noches Sebastián le pidió a Dios un hermanito. 

Como le habíamos dicho a Sebastián que un hermanito era un angelito que Dios mandaba a la pancita de las mamás, una tarde después de un año de estar orando, me dijo muy emocionado: «¡Mamá, mamá, Dios me dijo que ya mandó el angelito a tu pancita!». Por supuesto, yo no le creí y le dije: «Sí, sí hijito, sigue pidiéndole a Dios».

Gerardo y yo habíamos platicado y decidimos que no lo intentaríamos más, porque después de Sebastián había tenido otro embarazo molar. Esta vez, gracias a Dios no había sido cáncer, pero nos hizo pensar que ya estábamos abusando de la gracia de Dios y que mejor buscaríamos una adopción.

Como a las tres semanas de que Sebastián me dijo acerca del angelito, me caí y me lastimé el cuello. Tuvieron que sacarme rayos X. Al visitar a mi ginecóloga para una revisión me dio la noticia de que estaba embarazada. ¡En ese momento recordé que Sebastián ya me lo había dicho!

Al contarle a la doctora de mi caída y de los rayos X me dijo: «No te preocupes, ni siquiera sabemos si se está formando o si es cáncer».

Al día siguiente comenzaron los estudios que ya conocía. Y en el primer ultrasonido, gracias a Dios, ¡había latido de corazón! lo que significaba que se estaba formando el bebe. ¡Los tres estábamos muy felices! 

Al otro día comencé a sangrar. ¡Una amenaza de aborto! Estuve un mes en reposo absoluto hasta que consideraron que el bebé ya se había fijado. Las malas noticias no paraban, la doctora nos dijo que no estaba todo dicho, pues la masa molar podía crecer junto con el bebé, y llegado cierto tiempo del embarazo, tendrían que detenerlo o la masa asfixiaría al bebe y lo mataría. Gracias a Dios, esto no sucedió.

A los tres meses de embarazo mi esposo se quedó sin trabajo. El tiempo de que naciera el bebe se acercaba y el dinero se nos terminaba. Separamos el dinero para pagar el parto y bromeábamos entre nosotros diciendo que después de eso esperaríamos a morir, porque no encontraba trabajo.

Dios, con su amoroso cuidado, permitió que Gerry, nuestro bebé, naciera en el coche de camino a la clínica, y por esa razón, no tuvimos que usar todo el dinero que habíamos apartado para ello. Sebastián siempre feliz por el hermanito que Dios le mandaba disfrutó la llegada de su hermanito hasta el día de su nacimiento, pues él iba en el coche con nosotros, y le tocó ver cuando nació.

En su primera revisión médica, tuvieron que hacerle muchos estudios. El pediatra explicó que el cordón umbilical tiene que cortarse de inmediato cuando nace el bebé, porque si no, la sangre que corre por el cordón, al comenzar el niño a respirar, se espesa y se vuelve venenosa, y puede provocar problemas en el cerebro, la motricidad y otros.

A Gerry tardaron como 10 minutos o más en cortarle el cordón umbilical. También en esto Dios cuidó de él, porque estaba totalmente sano y al cumplir los 40 días de nacido, Dios completó la bendición con un trabajo para mi esposo.

Algunos pensarán: «Qué malo que les hayan pasado tantas cosas». Otros, como un pastor que me visitó dirán que era un castigo por nuestro pecado. En realidad, me siento especial, porque Dios me escogió para mostrar su gloria y sus milagros. Hoy disfruto la vida que Dios me ha prolongado junto a mi esposo, y a Sebastián y Gerry, los hijos que según la ciencia no habría tenido.

Tomado de la revista Prisma 42-3

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