Otra oportunidad de vida
Si vivía 3 días o 3 años, Él tenía el control
Por Elizabeth Rodríguez de Cetina contado a Sally Isáis
Todo comenzó con una bolita en la garganta. Luis, mi esposo, tenía un buen trabajo y yo una vida social activa. Entre otras actividades estaba tomando clases de arte de mukimono. Un día llegó a la clase una mujer con un turbante. Había perdido su cabello por la quimioterapia. Recuerdo que me dije: «Si a mí me pasara algo así, yo no tendría valor».
Esa misma semana, saliendo de la Iglesia me pregunté: «¿Será que Dios se ha olvidado de mí? Me ha dado dinero, amigos, dos hijos preciosos, un excelente esposo, todo es bonito en mi vida, como color de rosa. No tengo problemas».
A los 2 días me detectaron cáncer. Fue de un día para otro. Ese día, Luis se había ido a Canadá. El doctor me dijo: «Este es un tumor canceroso, te opero mañana». Luis regresó de inmediato a México e indagó quién era el mejor cirujano de cuello. Le recomendaron al Dr. Juan Francisco Peña y él respondió enseguida.
Gracias a Dios mi esposo tenía un buen seguro médico. Lloré mucho. Casi me tiré por un rincón. «Mis hijos» pensaba, «¿quién se hará cargo de ellos?» Tenían 8 y 4 años. Luego recordé el Salmo 37, versículo 5, que dice: «Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará». Entendí que mi responsabilidad era buscar al médico y atenderme, lo demás estaba en manos de Dios. Si vivía 3 días o 3 años, Él tenía el control. Me operaron un martes. Tenía cáncer de tiroides con metástasis a 23 ganglios infectados.
Después me radiaron y siguieron los estudios. Fue un tiempo muy difícil pero de bendición. Sentí el amor de mucha gente y la misericordia de Dios. La casa estaba llena de flores, globos, pasteles y regalos. Mi hijita Rose comentó: ¡Hay tantas flores que parece panteón!
En esos días una prima me llamó y dijo:
—Me imagino cómo debes de sentirte.
—Esto es una gran bendición— le contesté.
—¡No lo puedo creer! — replicó.
—Mira, se detectó a tiempo. La empresa pagó todo. Me pude atender. ¡Cuánta gente no puede hacerlo! Estuve en un excelente hospital con el mejor médico. Milagrosamente no tengo ningún dolor (más que lo natural de la cirugía). Estoy rodeada de mi familia y amigos. En verdad, esto ha sido una bendición.
Claro que hubo momentos difíciles. Durante las radiaciones me aislaron. No lo hicimos en el hospital, sino que me dejaron en casa. Cada vez que me radiaban, me quedaba sola en una recámara con un baño privado y el desagüe directo por 5 días. Me llevaban la comida y la dejaban afuera de la puerta. Cuando se iban abría la puerta para recoger la charola. Sólo veía a mi familia de lejos. Era deprimente.
Pero, ¿valía la pena luchar? ¡Por supuesto que sí! Tenía que hacerlo. Aprendí que Dios tiene un propósito para todo en la vida. En su misericordia Él me sanó y confirmé que sus planes son los mejores.
Después de un tiempo, alguien me buscó y dijo: —Liz, tú saliste muy rápido. Conozco a alguien que tiene cáncer y está muy deprimido, ¿puedes hablar con él?
Fuimos a buscarlo. Platicamos, lloramos y por gracia de Dios se recuperó. Aceptó a Cristo y tomó la decisión de ir a los hospitales para animar a los que están enfermos y hoy en día a eso se dedica. La Biblia dice que podemos consolar como hemos sido consolados. Solo alguien que ha pasado por esto entiende cómo es y puede compartir la consolación que tuvo de Dios. Yo fui un eslabón en la cadena de bendición para él y ahora él bendice a muchos otros.
A los 2 años de la operación, salió otra vez el tumor y se expandió. Nuevamente recordé: Dios tiene un propósito y él sabe qué va a pasar. El Dr. Muñoz, médico nuclear y hermano en Cristo, fue el que detectó el nuevo tumor.
En mi vida hay una línea: Del cáncer para atrás y del cáncer para acá. Yo luché contra el cáncer por 7 años y ahora llevo 7 años limpia. Entendí que todo está pesado y medido por Dios. Él tiene propósitos. Conoce cuándo es el tiempo de cada quién. A través de eso, tuve un verdadero encuentro con él.
Yo nací y crecí dentro de la Iglesia, pero no fue sino hasta esa crisis que mi relación con Él floreció. Entendí que mi historia depende de Él, no del trabajo de mi esposo Luis, ni de mis amigos. Que la vida que uno cree que tiene resuelta, puede cambiar de un momento a otro. No es por mérito de posición, simpatía u otra cosa.
Dios es soberano y me dio una nueva oportunidad. Él puede decir que sí o que no. Es su voluntad. He visto crecer a mis hijos, que es mi mayor bendición. Están bien, caminando con Él.
Recientemente tuve una nueva cirugía. Fui como si estuviera camino a la estética. Todo salió bien. Experimenté de nuevo esa paz que sólo Dios puede dar en medio de la tempestad. En la Iglesia cantamos un himno que dice en el coro: «Firmes y adelante, huestes de la fe. Sin temor alguno que Jesús nos ve». Y es cierto: Él me ve. Nada se le escapa. Todo está en sus manos.
No me canso de dar gracias a Dios porque él permitió esto en mi vida. Aunque no lo parezca, ha sido una bendición. Me hizo más fuerte y valoré muchas cosas como el poder dormir, descansar, estar en paz y tranquila, comer, reír y amar. Veo cosas que antes no apreciaba. Incluso el poder toser a gusto es una bendición, porque hay personas que no pueden hacerlo sin dolor.
—¿Señor, qué quieres que haga?— le pregunto cada día. No me quiero perder de ninguna de las oportunidades que Él tiene planeadas para mí. Dios tiene un propósito y lo está cumpliendo en mí.
Tomado de la revista Prisma 42-4