Los dichosos dichos
«Mira con quién andas y te diré quién eres»
Por Sara Trejo de Hernández
«El que porfía, mata venado o lo matan por porfiado», «más pronto cae un hablador que un cojo», «mira con quién andas y te diré quién eres». En México existen un millar de dichos y refranes. Éstos se han derivado de la sabiduría popular.
Crecí en una familia en la que los dichos eran el pan nuestro de cada día. Cada vez que tomaba entre mis manos más de lo que podía llevar, mi abuelita me recitaba: «el flojo y el mezquino andan dos veces el camino». Más de una vez, tiré al suelo algo de lo que llevaba y tenía que regresar para recogerlo. Esta práctica de mi familia marcó mi vida, tanto que casi consideraba infalible cada una de esas sentencias.
En mi juventud conocí el Evangelio, empecé a leer la Biblia y descubrí algo sorprendente: ¡no todo lo que había aprendido era verdad! El primero que pasó por el colador fue el que dice: «Árbol que nace torcido, jamás su rama endereza». Por supuesto, éste asegura que si alguien padece un defecto, ya sea físico, de carácter o de actitud, no puede cambiar, pero la Biblia enseña que Dios está interesado en transformarnos hasta que seamos como el Varón perfecto que es Jesucristo. ¡Y vaya que lo hace!
He conocido ladrones, asesinos, drogadictos, mentirosos, orgullosos, chismosos, egoístas, iracundos y una lista larga, entre ellos yo, a quienes Dios ha cambiado, al establecer una relación personal con Él, por medio de su Hijo.
También escuché expresar a menudo: «Dios no cumple antojos ni endereza jorobados», pero qué emoción tuve cuando leí en el Evangelio de Lucas, capítulo 13, versículo 13 el relato de la mujer que andaba encorvada y no se podía enderezar, Jesús la vio y la tocó para darle salud.
Sé que Dios no es nuestro siervo o alguien para cumplir nuestros caprichos, pero en mi relación con él tengo un recuerdo muy grato de su cariño y cuidado. La economía de mi familia no era muy boyante y casi se había terminado mi lápiz de labios. Una mañana mi amiga Sally me compartió uno nuevo, sin que yo le hubiera hablado de mi necesidad, lo más interesante fue que era de la misma marca y color del anterior.
Uno más es el que señala: «Nadie es indispensable, pero sí irreemplazable». Cuando lo aplico a la Iglesia, la Biblia asegura que cada miembro tiene un lugar necesario para que el cuerpo completo funcione, de lo contrario el cuerpo estaría tuerto, manco, cojo, ciego, sordo o mudo. Si vuelvo a decir ese dicho cambiaré el principio: «Todos somos indispensables e irremplazables». Soy única, nadie haría las cosas como yo y así me hizo el Señor, con un propósito, por lo que mi tarea dentro de su Iglesia es vital.
Ahora cada vez que escucho un refrán, lo comparo con la Escritura, para ver si eso es lo que Dios enseña al respecto. Si no es así, no lo vuelvo a usar. Lo más importante es que promueva lo que la Biblia asegura, no lo que la gente dice, aunque lo haya dicho por miles de años.
Tomado de la revista Prisma 42-2