La lengua sin engaños
¿Es posible?
Por Felipe Guereña
En los Estados Unidos de Norteamérica, a través de los años los gobernantes firmaron muchos convenios para asegurar y respetar los derechos territoriales de los indígenas. Algunos dicen que fueron más de 370 tratados. En 1870 se promulgó una ley que anuló todos los tratados anteriores, absolviendo a la nación de todas las promesas anteriores. De ahí los indios concluyeron: «Los nuevos residentes de nuestras tierras hablan con una lengua partida, como las serpientes». Era claro que los colonizadores decían una cosa y hacían otra.
La Biblia manda: «Guarda tu lengua del mal, y tus labios de hablar engaño» (Salmo 34:13). Es un consejo divino que se dio hace casi tres mil años. También expresa: «ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser frenado, llena de veneno mortal» (Santiago 3:8). Se dice que en la política para llegar lejos es indispensable ser un buen mentiroso. Algunos incluso se jactan: «El papel que firmé, vale más que la firma que dí». O sea, su palabra no vale.
En la Primera Guerra Mundial hubo una gran matanza. Todas las naciones involucradas redactaron y firmaron un documento para que no se repitiera esa desgracia. Pero en poco tiempo el pleito había comenzado de nuevo. Muchos cuando hablan, no tienen intención de cumplir su palabra y dicen cosas nada más para quedar bien con el oyente. Adornan sus palabras, pero no se percatan de que en lugar de quedar bien, muestran ser incumplidos y poco confiables. No honran lo que dicen. No se puede confiar en ellos.
El matrimonio también refleja ese problema. En casi todas las bodas, se expresan votos de ser fieles el uno al otro hasta que la muerte los separe. Hoy parece que esas promesas ya no valen y por eso hay múltiples divorcios. Por supuesto, sí existen personas que son congruentes.
Hablar sin engaños y mentiras es posible. Jesucristo fue la persona más comprometida y cumplida en toda la historia. Los que dicen ser sus seguidores y se llaman a sí mismos cristianos, deben apegarse a su ejemplo y mandamientos. Cristo nunca mintió, ni siquiera una mentirita blanca. Él puede ayudarnos a decir siempre la verdad. Para seguirlo, primero tenemos que reconocer que somos pecadores. Él murió en la cruz para pagar por nuestros pecados pero no se quedó ahí, sino que se levantó de los muertos. Hoy vive y si nos entregamos a Él puede guiarnos por sus caminos de amor y perdón. Él sí puede limpiar nuestra vida, lengua y corazón.
Tomado de la revista Prisma 42-5