La puerta del herrero

Foto por Eliab Bautista

Te invitamos a descubrir lo que este herrero aprendió

Por Keila Ochoa Harris

Desde que lo vio bajar de la carreta el herrero se enfadó. El hacendado vendría nuevamente a decirle toda esa serie de tonterías sobre la salvación por gracia. ¡Pamplinas! Uno se salvaba por creer, sí, pero también por portarse bien e ir a la iglesia, en pocas palabras, por vivir con rectitud. La cosa no podía ser tan sencilla como el hacendado alegaba. Jesús había hecho una parte, pero uno debía hacer algo también. 

Sin embargo, el hacendado lo saludó y le dijo: —Vengo esta mañana para encargarle una puerta. Aquí tiene las dimensiones. 

El herrero observó el trozo de papel y las anotaciones. 

—¿Para cuándo la tendría lista?

—Para el sábado. 

El día señalado, el hacendado regresó. El herrero se había esmerado con la puerta, pues hablaría bien de su oficio al formar parte de una hacienda tan reconocida y hermosa. El hacendado se acercó y la examinó. 

—¿Tiene por casualidad una lima a la mano? —preguntó el hacendado. 

El herrero no quiso preguntar para qué la quería, así que se limitó a buscar el instrumento y entregárselo. En eso, el hacendado se puso a limar la puerta con fuerza. El herrero miró al principio con indiferencia, pero al percibir que el hombre echaría a perder su trabajo de días, gritó: —¡Deténgase! Esta puerta no necesita limarse. Usted no sabe nada de puertas. Si no le gusta, déjemela y encontraré otro comprador. 

El hacendado se limpió las manos y lo encaró: —Tiene razón, yo no sé nada de puertas, así como usted y yo no sabemos nada sobre salvar almas. Jesús ya lo hizo todo. Si usted pretende mejorar su obra, solo la echará a perder. 

Muchos transitamos por la vida con la misma bandera. Confiamos en que si bien Cristo murió en la cruz y ofrece vida eterna, de algún modo debemos cooperar con la salvación haciendo alguna buena obra o mejorando nuestro carácter. Pero nada de eso es verdad. Hemos crecido con la idea de que si nos portamos bien, nos dan regalos en Navidad; si sacamos buenas calificaciones, papá y mamá nos aman; si somos gente buena, tendremos más posibilidades de triunfar. 

Y de ese modo, en el centro de las entrañas del corazón nos susurramos: «Cuando cambie, Dios me amará». En otras palabras, cuando deje de tomar, cuando deje de mentir, cuando deje de ver telenovelas, entonces seré salvo. Pero eso no es lo que nos predica el Evangelio. Las Buenas Noticias dicen que a pesar de que somos pecadores, Cristo murió por nosotros y nos ofrece vida eterna. En otras palabras, la puerta está perfecta y no necesita que la limemos, solo debemos entrar por ella. Una vez que lo hacemos, Dios nos cambiará, pero porque nos ama. 

Un hermoso himno dice: «Nada quedó por hacerse, todo lo hizo Jesús». Entremos por la puerta del Herrero por excelencia y dejemos que Él nos cambie.

Tomado de la revista Prisma 43-1

Anterior
Anterior

Los detalles son importantes

Siguiente
Siguiente

Mujer perfecta