La mala hierba y yo
Descubre qué es esa mala hierba en tu vida
Por Margarita Hord de Méndez
De niños nos divertimos con los dientes de león, esas flores melenudas, alegres y amarillas que se convierten en ligeras bolitas de algodón al madurar. Se soplan las semillas y ¡vuelan como mini paraguas con el viento!
Otra flor silvestre, menos conocida en México, a la que a veces se le dice «botón de oro», es pequeña y amarilla, de pétalos brillosos. En inglés su nombre es «buttercup», que significa «tacita o copita de mantequilla». En mi niñez poníamos una de ellas bajo la barbilla de otra persona y el color se reflejaba allí; luego exclamábamos: ―¡Te gusta la mantequilla!
Ambas plantas son atractivas y divertidas, por lo menos para los pequeños. Pero los adultos que suelen ser aguafiestas, las llaman malas hierbas. ¿Pero qué significa eso? Según el diccionario, la maleza es: «una planta que no se valora en el lugar donde crece, generalmente de crecimiento vigoroso, especialmente una planta que tiende a crecer demasiado o ahogar a plantas más deseables. Sin duda, muchos en alguna ocasión procuramos desarraigar algún diente de león y descubrimos que su larguísima raíz principal requiere usar una pala; si no se troza y de nuevo brota la planta indeseable.
En primer lugar, la clasificación de estas plantas depende de dónde las encontramos: «no se valora en el lugar donde crecen». En una soleada escena campestre deleitan los ojos y las llamamos flores silvestres, un término que evoca cierto cariño. No tienen calificativo negativo pues no se consideran dañinas. Pero es otro asunto si se encuentran ¡en nuestro jardín! Entonces se les denomina malas hierbas, por estar en el lugar equivocado. Aunque aparezcan en la propiedad del vecino, causan sospecha, pues cualquier viento puede llevar sus semillas hacia nuestro terreno.
Otra parte de la descripción de las malas hierbas es que son «de crecimiento vigoroso». Quizás hayamos sembrado semillas o bulbos, para después atenderlos con mucho cuidado y vigilarlos hasta que aparezcan esas primeras señales de vida. Algunas plantas tardan bastante antes de producir flores o en el caso de las verduras, antes de que se puedan cosechar. La maleza, en contraste, parece brotar de un día para otro y crece con una rapidez exagerada, como si compitiera con las plantas deseables. De hecho, su tenacidad puede hacer que cuestionemos la justicia de la naturaleza.
Otra tendencia particular de las malas hierbas es que tienden a «crecer de más o ahogar a plantas más deseables». Si solo aparecieran en lotes vacíos, no habría problema. Por la orilla del camino, podemos admirarlas. Pero lo que enloquece es la forma en que insisten en competir con las plantas que queremos que se desarrollen. De hecho, el botón de oro se clasifica como una «especie invasiva», una frase muy apta que expresa su naturaleza perniciosa.
Este verano me tocó echarles la mano a mis padres con su jardín. Descubrí que abundaban allí los botones de oro y que era difícilísimo arrancarlos, ya que se enredaban con otras flores y tenían una raíz muy profunda. Su nombre científico, «ranunculus repens», refleja su naturaleza, pues de cierta manera «reptan« desde el sitio donde brotan. Hace falta seguir sus tallos rastreros para descubrir el lugar donde inician, además de usar una herramienta especial para eliminarlos por completo. En ocasiones son tan perniciosas que sin querer, arrancamos a la vez otra flor, ¡con lo cual por supuesto se frustra nuestro propósito original!
Al estar haciendo limpieza en el jardín, de forma inevitable encontré comparaciones con la vida en general. Los malos hábitos y la maleza espiritual pueden ser muy atractivos y a la vez mortíferos. Con tan sólo unos tirones superficiales podemos hacer que medio desaparezcan sin ofrecer un remedio permanente. Hace falta dedicarles «sangre, sudor y lágrimas». Tampoco es suficiente darles nada más un poco de atención para removerlos, porque pueden volver a hurtadillas si no cuidamos bien nuestro jardín.
De la misma manera, si no vigilamos los pecados en nuestra vida, es probable que ahoguen los frutos abundantes que podíamos tener. Acerquémonos al Jardinero por excelencia y alejémonos de las malas hierbas.
Tomado de la revista Prisma 43-1