El futbol y yo

¿Qué relación existe?

Por Sally Isáis 

Acaba de pasar la Copa Mundial en Brasil. Millones de personas en todo el planeta estuvieron enfrascadas viviendo lo que sucedía en un terreno de 110 metros de largo y 75 metros de ancho, donde 22 hombres corrían detrás de un balón por un período mínimo de 90 minutos. Invariablemente cuestionaron lo que los árbitros decidían y desde sus casas a través del televisor o las más «selectas» desde las tribunas gritaron, se enojaron, vitorearon, lloraron y clamaron por su equipo y jugador favorito. 

El espectador del futbol está en una posición por demás cómoda. Allí no existe compromiso activo. Es una zona de confort desde donde es muy fácil exponer las ideas y la crítica florece segundo a segundo, muchas veces sin fundamento. El dejarse llevar por las emociones es inminente, ya sea desde la sala del hogar con el televisor enfrente o hasta las gradas de los estadios.

Se escuchan frases como éstas: «¡Ya pásala!», «¡Qué cambio tan desastroso!», «¡Ese árbitro no sabe lo que hace! ¿Qué no puede ver?», «¡Qué feo están jugando!», «Yo le hubiera dado con la cabeza», «Me voy a cambiar de equipo». «¡Buuuuuuuuuuu!», «¡No es penal!». Si el equipo favorito pierde, es muy fácil culpar al que jugó mal. Pero qué diferencia hace estar en el campo de juego. 

Así pasa con muchos que dicen conocer al Dios verdadero y se dicen cristianos. No aportan en la práctica pero sí murmuran y se dejan llevar solo por sus emociones. Están en las tribunas y en vez de apoyar al equipo que está en la Iglesia con oración y palabras de aliento, los critican por cómo se desenvuelven, lo mismo que a sus líderes. Se olvidan de que cada miembro del equipo tiene una función, tanto en la Iglesia como fuera de ella. Todos son importantes y necesarios. Si cada quien hace lo que le toca, las posibilidades de salir airosos son altas.

El reto para cada uno de nosotros es ser una parte activa y positiva del equipo. Si estamos en la tribuna o en el campo, hagamos lo que nos toca con honradez, humildad y esfuerzo, siendo fieles hasta el final. En Cristo somos más que vencedores. Entonces, asidos de Cristo, juguemos el partido que nos ha tocado, confiando en aquel que es el «Autor y Consumador de nuestra fe».

Tomado de la revista Prisma 42-4

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