Consejos ancestrales
Conócelos y aplica los correctos
Por Keila Ochoa Harris
Imagina que estás alrededor de una fogata con tus hijos y/o nietos. ¿Qué les dirías? Quizá sabes que tu tiempo en la tierra es corto, ¿qué les aconsejarías? Me volví a topar con el huehuetlahtolli, o las antiguas palabras; esas pláticas entre padres e hijos aztecas que se conservaron en el Códice Florentino.
Si bien no acepto ni apruebo su antigua religión, percibo en estos consejos el sello del Creador que ha plasmado en la conciencia de cada ser humano su ley para que nadie tenga excusa frente a su presencia. Rescato, por lo tanto, tres valores.
¿Cómo le hablamos a nuestros hijos hoy en día? Leo en el huehuetlahtolli un gran afecto y respeto por cada criatura. A las hijas se les llama hijita, collar de piedras finas, plumaje. A los niños se les habla como hijo mío, muchacho mío, águila, ocelote. Haríamos bien en ser creativos al referirnos a nuestros hijos. Quizá alrededor del fuego podamos comenzar: «Hija mía, mi collar de perlas, mi abrigo de piel…».
En segundo lugar, me sorprende nuevamente la advertencia en el ámbito de pareja. No cabe duda que Dios ha puesto en el corazón de cada ser humano la verdad de las cosas, y ésta no es la excepción.
A las niñas se les apremia a no deshonrar a la familia, pero sobre todo a sí mismas. Se vota por la castidad y se prohíbe el divorcio. «Quien quiera que sea tu compañero, vosotros tendréis que acabar la vida juntos. Por eso no lo desprecies». ¡Qué gran sabiduría!
A los niños se les advierte a no ser disolutos y a reprimir sus apetitos. «Aguarda a que llegue a edad oportuna la doncella que los dioses te han destinado por mujer. Cuando llegue el tiempo de casarte, no te atrevas a hacerlo sin el consentimiento de tus padres». ¡Cuánta falta hace este tipo de valores hoy día!
Sin embargo, llegó al tercer y principal punto. Llama la atención que antes de toda la lista de consejos morales y éticos, sobresale lo espiritual. Los aztecas adoraban dioses falsos, pero consideraban lo espiritual en un plano superior, como el centro de la vida. Sus días se regían alrededor de sus templos y rituales. Tristemente hoy vemos una sociedad que más bien desprecia el corazón.
A las hijas se les dice: «conságrate a las cosas de Dios. Piensa en él. . . hazle súplicas, invócalo, llámalo, ruégale mucho. . .» No leo consejos semejantes en los diarios y las revistas de moda. Más bien la consigna es no mencionar a Dios ni la religión, mucho menos a Jesucristo. En mi hogar es mi deseo expresarle con frecuencia a mi hija la importancia de la oración y el servicio a Cristo.
A los niños se les habla con más firmeza. «Te preparas a volar por el mundo sin saber por cuánto tiempo nos concederá el cielo el goce de la piedra preciosa que en ti poseemos; pero sea lo que fuere, procura tú vivir rectamente rogando continuamente a Dios que te ayude. Él te crió y Él te posee. Él es tu padre, y te ama más que yo: pon en Él tus pensamientos, y dirígele noche y día tus suspiros».
Si mañana te encuentras alrededor de una fogata con tus hijos o tus nietos, o si no hay fogata, pero sí una estufa donde se calienta café o té, no guardes silencio. Que tus palabras queden grabadas en sus corazones.
Habla con ternura y afecto; advierte a los tuyos que sigan una vida moral; pero, sobre todo, anímalos a que pongan en el único Dios verdadero sus pensamientos y dirijan a Él sus suspiros día y noche.
Tomado de la revista Prisma 42-3.