El camino a la madurez
¿Cómo lograrlo?
Por Keila Ochoa Harris
Tener un bebé en casa nos recuerda lo que es la dependencia. Ellos necesitan de alguien más para alimentarse, asearse e ir de un lugar a otro. El camino a la madurez implica que vayan de la dependencia a la independencia, y de ese modo en poco tiempo puedan alimentarse, asearse y moverse por sí mismos.
En la vida espiritual, sin embargo, resulta lo contrario. Llegamos ante la cruz con nuestros pecados y al transitar por el camino de fe aún estamos acostumbrados a tomar nuestras decisiones, elegir nuestros gustos y proponer el plan.
Sin embargo, el camino a la madurez espiritual va de la independencia a la dependencia de Dios. Y no encontramos mejor ejemplo en la Biblia que el del mismo Señor Jesucristo. Si bien, como todo ser humano, él maduró físicamente y de bebé creció a niño y luego a adulto, en su vida espiritual encontramos una dependencia total en su Padre.
Jesús dijo: «No puede el Hijo hacer nada por sí mismo». Mi hija de meses de nacida podría decir lo mismo. Nuestro problema radica en esa autosuficiencia con la que enfrentamos la vida. Solo cuando tenemos graves problemas doblamos la rodilla y decimos: «tu voluntad, no la mía». Pero cuando todo marcha medianamente bien, nos gusta traer las riendas en la mano.
Aprendemos de Jesús que no existe ninguna actividad que no requiera oración. Lo escuchamos orar antes de resucitar a Lázaro; lo vemos orando toda la noche antes de elegir a sus seguidores; lo imaginamos orar antes de participar de los alimentos y gozarse con sus amigos.
Su ejemplo debería llevarnos a decir: «Señor, que esta tarea que estoy haciendo, que este cuarto que estoy barriendo, que esta llamada que voy a realizar, que esta carta que estoy escribiendo, traiga gloria a ti».
Leí sobre una hermana en la fe que trabajaba ayudando en la limpieza de un hogar y era una guerrera de oración. Cuando le preguntaron sobre su método, ella respondió:
—No sé nada de métodos, solo sé que cuando lavo la ropa oro así: «Señor, lava mi corazón y déjalo limpio». Cuando plancho, oro: «Señor, quita las arrugas de esos problemas que yo no puedo resolver». Cuando barro los pisos, le pido a Dios que barra de mi vida esas cosas que la ensucian y se ocultan en los rincones.
Esa es la vida de oración. Ese es el camino a la madurez.
En la Biblia Jesús nos ordena: «Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer» (Juan 15:4,5).
La vida humana comienza y termina en dependencia, ya que como ancianos nuevamente otros deben asearnos, alimentarnos y llevarnos de un lugar a otro. La vida espiritual debe ser de continua dependencia. Que sea Dios quien nos alimente, quien nos limpie, quien nos mueva.
A final de cuentas, separados de Él, nada podemos hacer.
Tomado de la revista Prisma 42-2