Fui el Cristo de Iztapalapa por nueve años
"El público, los aplausos, la fama, todo aquello era mi vida. Era grandioso el mundo artístico para mí"
Redacción de Prisma
Prisma: Todos hemos oído acerca de las famosas representaciones dramáticas que se ofrecen anualmente en Semana Santa en Iztapalapa, Distrito Federal. ¿Es cierto que usted representó al Cristo de Iztapalapa durante largo tiempo?
FIDEL HERNÁNDEZ: Efectivamente, tuve ese honor desde 1956 hasta 1964, por nueve años.
P: ¿Cómo llegó a participar en ese drama?
F.H.: Existe en Iztapalapa una comisión llamada “Los Nazarenos” que se ocupa en hacer esta representación durante la Semana Santa. La base de la obra es el libro de Ernesto Pérez Scrich llamado El Mártir del Gólgota. En el año 1956 me visitaron de dicha comisión y me invitaron a representar al Cristo.
P: ¿Ha estudiado usted arte dramático?
F.H.: Sí, durante dos años tomé clases de actuación con Andrés Soler, y me inicié en la Asociación Nacional de Actores (ANDA). En 1959 me inscribí en la Academia de Actores. Quería ser un gran actor a costa de lo que fuera. Trabajé con Bellas Artes, en circos populares, actué en telenovelas, tuve pequeñas partes en algunas películas como “El Edén Quedó Atrás” y “Este Amor sí es Amor”, e hice teatro de época del Siglo XVI. Estuve dirigiendo un grupo de actores espontáneos.
P: ¿Tenía usted buenas perspectivas en el mundo artístico mexicano?
F.H.: Pues, un prominente director me había prometido un buen papel en su próxima película. También tenía proyectado un viaje a Europa, Israel y Nueva York con el grupo mexicano israelí de actores. El público, los aplausos, la fama, todo aquello era mi vida. Era grandioso el mundo artístico para mí.
P: Entonces, ¿qué sucedió para que usted de repente dejara ese mundo que tanto le apasionaba?
F.H.: Mucha gente me ha hecho la misma pregunta. Se extraña de que mi vida haya cambiado tanto. Pero a decir verdad, ni la publicidad en los periódicos o los cortos de la televisión, ni los placeres, ni el dinero ni los aplausos ni nada, realmente llenaban el vacío de mi vida. Después de tener todo mi tiempo ocupado, en el trabajo (trabajaba en las Cortes Penales del D. F., como empleado de confianza, donde conocí a muchos abogados y periodistas) en el cine, en el teatro, en clases de música, en los placeres carnales, etc., había ocasiones cuando sentía un tremendo vacío en mi vida.
P: ¿Y ahora ya no siente ese vacío? ¿Por qué?
F.H.: Algo me sucedió que hizo que mi gran anhelo cambiara. ¡Ahora veo todo aquello tan gris! Dejé lo que era mi vida, por algo mucho mejor. Una señora, de nombre María de Jesús Díaz de Cabañas, me había visto en los diarios en las actuaciones como el Cristo de Iztapalapa, y sintió que yo necesitaba conocer al verdadero Cristo. Empezó a pedirle a Dios que alguien me hablara del Evangelio.
Como era cristiana, visitaba las casas, y un día llegó a nuestro hogar para anunciarnos el Evangelio. Fue grande su sorpresa al conocerme porque me identificó como la persona por la cual ella había orado al Señor durante muchos años.
P: ¿Usted aceptó el Evangelio en aquella ocasión?
F.H.: No, más bien cometí varias faltas de atención con la señora. Pero ella me dio a leer el libro de Proverbios, y este libro fue lo que más me impresionó. Unos días después me dio el Nuevo Testamento, y sin darme cuenta esta lectura hacía que yo sintiera remordimiento cuando no actuaba correctamente. Así, durante tres años la señora frecuentaba mi domicilio más o menos cada quince días, no obstante que yo siempre le recibía con bastante indiferencia y casi desprecio.
Entonces en julio de 1964, ella me invitó a un congreso juvenil en el Templo Monte Sinaí de Iztapalapa. Dijo que iba a estar muy interesante, con estudios, oradores, muchachos y muchachas, y confieso que esto último llamó mi atención. Fui un viernes o sábado, en una mañana en que predicaba el hermano Wayne Myers.
No recuerdo qué fue exactamente lo que me movió a aceptar a Cristo, pero tuve la convicción de que era un pecador y que tenía que arrepentirme. Me arrodillé. Después de confesar mis pecados al Señor, sentí la necesidad de bautizarme inmediatamente. El pastor, Daniel Téllez, no quiso hacerlo porque pensó que estaba emocionado, pero sí lo hizo al mes, el primero de agosto.
P: Desde su conversión a Cristo, ¿a qué se ha dedicado?
F.H.: Estudié durante un tiempo en el Instituto Bíblico Berea del Distrito Federal. De 1966 a 1970 trabajé como directivo juvenil en mi iglesia y algún tiempo como evangelista. Después como pastor de la Iglesia Pentecostés Bethel de la ciudad de Oaxaca, Oaxaca, y trabajamos además en misiones en trece pueblos de Oaxaca.
P: ¿Qué nos cuenta de su vida personal?
F.H.: En 1967 me casé con la señorita Guillermina Morales, y tenemos tres hijos. En ese aspecto también, Cristo revolucionó mi vida y me enseñó que con su poder, es posible vivir sanamente, de acuerdo a las enseñanzas de la Palabra de Dios, la Santa Biblia.
P: ¿Nunca se ha arrepentido de haber dejado la representación del Cristo?
F.H.: En ningún momento me he arrepentido. Jesucristo vive, y es la única persona que puede llenar el vacío de todo individuo. Mi único deseo es terminar mis días en el servicio del Cristo vivo. Estos años han sido los más felices de mi vida.
Publicado en la revista Prisma en 1973.