La experiencia más maravillosa

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Si tuviéramos que pasar esto de nuevo para conocer a nuestro Señor, con aceptación infinita lo haríamos

Por Virgina Cobos de Fritz 

Habíamos logrado nuestros objetivos en nuestras carreras profesionales. Tuvimos el aplauso del público, mi esposo Otto en el campo de la ciencia y yo en las Bellas Artes. Mis hijos Juan Miguel y Sofía Alejandra, después sus cónyuges y los nietos que nos dieron, fueron la bendición de Dios y nuestra alegría. Viajamos por todo el mundo. Podríamos decir que fuimos privilegiados, pero faltaba algo, o mejor dicho todo. 

Y fue así como empezó nuestra gran experiencia. 

Llegó a nosotros la enfermedad hace unos seis años. Mi esposo tuvo tres derrames cerebrales. Se le infectó el cerebro por un abceso y tal infección llegó a invadir todo su cuerpo. Estuvo casi cinco meses en coma; tuvo hidrocefalia. Le pusieron una placa de titanio en la cabeza. Sus convulsiones eran frecuentes y lo dejaban extenuado. 

De su hemiplegia, logró caminar 106 pasos, en una terapia física que fue dolorosa. Le practicaron diez cirugías en estos años. Problemas en el corazón, la thalacemia, y después un tumor en el estómago. 

Por otro lado, otra batalla, lo espiritual, lo material. Nuestros recursos se mermaron por la lucha burocrática y por tocar puertas para que Otto tuviera lo mejor. Nunca perdimos la esperanza de que mejoraría. Las amistades y nuestra familia nos dejaron a la mitad del camino. Fue doloroso, pero llegué a comprender que no era falta de amor, sino miedo al dolor, de ver sufrir a un ser querido. 

Fue entonces cuando vimos que el Señor siempre había estado ahí, con nosotros. Dios nunca nos dejó. Nos había amado con una intensidad infinita a pesar de nuestros egoísmos y defectos. Quebrantados de corazón, arrodillados, suplicamos perdón y pedimos otra oportunidad, no para mejorar la salud y los problemas, sino que nos diera tiempo para conocerlo más y vivir con Él.  

Ha sido maravilloso, su presencia, su amor, su comprensión. Es difícil de explicar el gozo que sentimos. Lo único que puedo decir es que tanto mi Otto como yo, si tuviéramos que pasar esto de nuevo para conocer a nuestro Señor, con aceptación infinita lo haríamos, porque ahora sí, podemos decir: Ya no nos falta nada porque lo conocimos, y Él está con nosotros. 

Otto está muy contento, porque sabe que va a estar en la Cena del Señor. Que haya alegría es otro éxito en la vida de mi esposo. Nada llenaría nuestra existencia, si no tuviéramos a Cristo Jesús. Estamos muy agradecidos por el amor y el apoyo que muchos nos brindaron en esta maravillosa experiencia.  

¿Quiénes son los Fritz?

Gustavo Otto Fritz de la Orta nació en Tancanhuitz, San Luis Potosí, México, en 1931 y obtuvo el doctorado en ingeniería en 1958 en Alemania. Desde 1952, perteneció a la planta docente de la Escuela Nacional de Ingenieros y tuvo una larga carrera como profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México y la Universidad de Arlington, Texas. En la UNAM produjo unos cuarenta y tres libros de texto y consulta y es autor de más de 200 artículos sobre temas técnicos, científicos y filosóficos. 

Cuando era estudiante en el Palacio de Minería en el Centro Histórico de la Ciudad de México, en 1951, descubrió en un cuarto clausurado de la planta baja una parte del Archivo Real del Seminario de Minas. 

El doctor Fritz trabajó de 1994 a 1997 como ingeniero y científico en el laboratorio nacional de Los Álamos, Nuevo México, que es dirigido por la Universidad de California. 

Su esposa Vicky nació en 1948 en San José, Costa Rica. Cursó Diseño Gráfico y con los maestros Martha Alvarado y Agustín Tamayo de quien tomó pintura artística, además de un diplomado en historia del arte.

Ha dado consejería tanto en la Ciudad de México como en Albuquerque, Nuevo México y desde 1979 se ha dedicado profesionalmente a la pintura con exposiciones artísticas en ambos países y ha recibido reconocimientos por su labor cultural y humanista. En 2002 ganó el premio de Selección del Director de la Feria Estatal del estado de Nuevo México.  

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