Bálsamo de amor
Aún no terminaba de hablar el maestro, cuando este muchacho irrumpió en un llanto que hizo llorar a más estudiantes
Por María de Jesús Badillo R.
Cierta vez que compartimos un desayuno con nuestros alumnos en un restaurante, a mi esposo se le ocurrió preguntar, inspirado en el mantelito que nos pusieron del Día del Padre: —¿Qué piensan de su papá?
La mayoría no deseaba compartir nada; no reconocían a su padre como tal. Alguno llegó a decir: —¡Ojalá se muera, dondequiera que se encuentre!
Qué difícil situación se presenta cuando uno quiere compartir los valores y el amor de un Padre Celestial, pero el individuo no siente nada por su padre.
—¿Por qué piensas eso?— preguntó el maestro.
El joven estudiante respondió: —Porque nunca supe lo que es un padre. Dejó a mi madre embarazada y corrió para que no lo obligaran a cumplir con su deber.
—Sí, entiendo— comentó el maestro, —pero esto sucede todos los días. Tú mismo, ¿tienes novia?
—Sí, maestro.
—¿Y qué piensas respecto a ella? ¿Quieres casarte pronto?
—No, claro que no. Yo sí sé lo que quiero.
—Entonces, ¿te cuidas de no tener relaciones?
—No, pero con preservativo.
—¿Y si te falla?
—Pues ya ni modo.
—¿Qué harías?
—No sé— contestó enfáticamente.
Algunos del grupo opinaron.
—Se repetiría la historia...
—Eso es— afirmó el maestro. —Cuando los valores no se traen, no se enseñan, no se adquieren, no le puedes pedir peras al olmo.
Siguió diciendo: —Lo que a ti te falta es tener la humildad suficiente para reconocer que estás siguiendo los mismos patrones de tu padre, que entendiendo su falta de conocimiento y orientación, lo tienes que perdonar. A pesar de todo, Dios permitió que tú nacieras, que estés a punto de salir del colegio para aspirar a una carrera universitaria. Espero que esta experiencia te sirva para no repetir la historia.
Y añadió: —Si aún estás en pie, es porque hay un Padre Celestial que nunca te ha faltado. Reflexiona en tu vida. Ve cuántas oportunidades se te han presentado. Recuerda a tu madre que te ha dado el apoyo y sustento.
Aún no terminaba de hablar el maestro, cuando este muchacho irrumpió en un llanto que hizo llorar a más estudiantes. Con voz entrecortada confesó que era cierto, que su mamá era creyente cristiana y que de niño siempre hacía sus oraciones porque así le enseñaron, pero que cuando entró al colegio había aprendido a odiar, especialmente a su padre.
Este resentimiento lo había invadido por tres años. Su carácter y actitud se habían hecho toscos y duros. Aun su novia le temía. Pero ahora había entendido que tan solo perdonar era como un bálsamo a su alma, que era necesario perdonar para ser perdonado, pues Él consciente o inconscientemente seguía los pasos de su padre.
Había una oportunidad para revalorar su vida y reconocer que Alguien pagó con sangre el futuro de cada uno de nosotros y que ese Alguien no quiere que ninguno se pierda.
Aquel joven aceptó ese maravilloso sacrificio de Cristo en su corazón y su vida cambió para siempre.