La mujer como esposa de pastor
Una labor que requiere de profesionalismo, debe llevarse a cabo con mente, cuerpo y alma
Prisma: El rol de la mujer ha cambiado a través de los tiempos. También nuestra injerencia en todos los niveles de la sociedad. Pero las verdades de Dios son atemporales. Algunos lo explican diciendo que Dios nos hizo y que el manual del usuario es la Biblia, en la cual vienen los lineamientos de quiénes somos y cuál es nuestro propósito en la vida.
En Proverbios 31, el sabio Lemuel nos da una semblanza de la mujer virtuosa. Es obvio al leerla que su papel es muy amplio. A continuación la experiencia de Yanina de Gutiérrez, una mujer cristiana moderna que comparte cómo se puede servir a Dios y a los semejantes. . . y tener éxito.
Yanina: Soy una mujer ocupada de tiempo completo en la tarea de apoyar el llamamiento y ministerio de un pastor. Mi profesión es ser esposa de pastor. Y sí, le llamo profesión, aunque a alguien le pudiera parecer extraño, primeramente porque sí estudié para ello y obtuve el Diploma Ministerial del Seminario Bautista Teológico Mexicano de Lomas Verdes, pero además porque es una labor que requiere de profesionalismo, de llevarse a cabo con mente, cuerpo y alma.
El vivir involucrada tan de cerca en los “negocios” de Dios es lo más maravilloso que me ha podido pasar. Estoy en esto por causa de haberme enamorado de un pastor, pero no cabe la menor duda que el Señor me escogió desde antes de la fundación del mundo para servirle al lado de un pastor.
La variedad de esposas de pastor, de todas las clases y colores, es tan grande como variadas somos las mujeres. Cada llamamiento será diferente basado en sus cualidades propias, las necesidades del esposo y los requerimientos del ministerio que Dios ponga en sus manos día con día.
En mi propia vida no hay un patrón a seguir, porque mi tarea se ha debido adaptar a lo largo de treinta y cinco años que llevo de matrimonio, a las diferentes circunstancias que Dios nos ha planteado como sus siervos. Lo único que siempre he tenido absolutamente claro es que yo no soy la pastora; el pastor es mi esposo y mi principal llamamiento es facilitarle la vida, ser refugio y sostén, una especie de “porrista” que lo anime y haga de su hogar un lugar feliz.
Además, en estos años he desarrollado diferentes labores en la Iglesia basadas en los dones que Dios me ha dado, así como en el caso de cualquier mujer cristiana. Soy también maestra de inglés, profesión que he ejercido siempre que el ministerio de mi esposo me lo ha permitido. Pero cuando el trabajo de mi esposo se intensifica, aumenta mi necesidad de estar con los hijos, de acompañarlo a él a sus actividades, y entonces no puedo dar clases. Esto de tener que renunciar a algunas metas personales ha sido difícil, pero he aprendido que ordenar mis prioridades y luchar por lo más importante es la manera de encontrar realización en la vida.
Otros dos aspectos difíciles de la vida pastoral son (1) enfrentar los cambios de Iglesia, dejar los lazos de amor creados en una congregación y llegar a otra en donde comenzar de nuevo, dejar una ciudad en donde me sentía en casa y llegar a un lugar extraño al que hay que adaptarse, y (2) las luchas que tristemente nunca faltan en las congregaciones.
La vida de la esposa de un pastor es una constante aventura de fe, siempre esperando a ver cómo Dios creará con cada nuevo reto las soluciones para las pruebas de ese día, siempre deleitándose en los resultados de la obra del Señor. Lo más extraordinario es ver a la gente creyendo en Jesucristo y siendo transformada y contribuir en alguna manera para que sucedan estos milagros.
Soy una mujer plenamente feliz. Le digo a cualquier mujer a la que Dios haya escogido para ser esposa de pastor, que vaya sin temor, con humildad y con mucho amor a vivir la aventura de fe más grande de su vida, porque si no es para eso, ¿para qué sirve la vida?