Andrés Bello, traductor de la Biblia

“El salvador de la integridad del castellano en América”

Por Luis D. Salem

Don Marcelino Menéndes Pelayo dijo de Andrés Bello: “El salvador de la integridad del castellano en América”.

Bello nació en Caracas, Venezuela, el 29 de noviembre de 1781. En 1810, acompañado de Simón Bolívar y Luis López Méndez, viajó a Londres para pedir la ayuda del gobierno británico en favor de la independencia de su patria. Cumplida esa misión, en forma fructífera, Bolívar regresó al campo de batalla y Bello se quedó en Londres, dedicado a sus estudios, a la enseñanza y a la creación literaria.

Allí, entre sus más íntimas amistades, alcanzó la de don José María Blanco White, ex-sacerdote católico español que llegó a ser líder del protestantismo inglés. Sabemos que Blanco White ayudó a su amigo en horas de crisis económica, le consiguió trabajo como revisor de una versión de la Biblia al castellano, le aconsejó fundara una escuela para enseñar español y le buscó discípulos entre sus feligreses y amigos.

Pedro Lira Urquieta, escritor chileno, al meditar en Bello como traductor de la Biblia se sorprendió al ver cómo el estilo claro y sencillo del filólogo venezolano no se hubiera contagiado con el estilo solemne y grandioso de las Sagradas Escrituras. Posiblemente en esos días surgió su traducción del Miserere, Salmo 51, que empezó así:

¡Piedad, piedad Dios mío!

¡Que tu misericordia me socorra!

Según la muchedumbre

de tus clemencias mis

delitos borra.

Veamos, a continuación algunos fragmentos en que don Andrés, dio sus opiniones al respecto: “Una fidelidad escrupulosa es el primero de los deberes del traductor; y su observancia es más necesaria en una traducción de la Biblia que en otra cualquiera. El que se proponga verterla, no solo está obligado a trasladar los pensamientos del original, sino a presentarlos vestidos de las mismas imágenes y a conservar, en cuanto fuese posible, la encantadora naturalidad, la ingenua sencillez que dan una fisonomía tan característica a nuestros libros sagrados”.

En el poema: Moisés salvado de las aguas, Bello narra, en hermosos versos, lo contenido en los primeros diez versículos del segundo capítulo de Éxodo, dando a tal historia aplicaciones hondamente cristianas. Citemos tres estrofas escogidas:

Ese niño que virgen inocente

salvó de olas y vientos, es

el profeta de Horeb

ardiente, rey de los

elementos.

Humillaos mortales

insensatos que al Eterno

hacéis guerra:

he aquí el legislador,

que sus mandatos

promulgará la tierra.

Cuna humilde, baldón de

la fortuna, juguete del

profundo ha salvado a

Israel: humilde cuna ha de

salvar al mundo.

Obvia es, en el último verso, “humilde cuna ha de salvar al mundo”, una referencia al nacimiento de Cristo.

Por último, demos un vistazo a La oración por todos, otros de los grandes poemas de don Andrés. Ahí el cantor pide a una de sus hijas que ore por toda la humanidad: por el padre, por la madre, por los adversarios, por los pobres, por los esclavos del vicio, por los solitarios, por los presos, por los jueces, por los enfermos, por los de corazón endurecido, etcétera, etcétera.

El perdón para los ofensores es plegaria que surge luminosa de los labios del inmortal escritor. “El perdón beneficia al ofensor”, dice Borges. Bello, entre líneas, nos dice que el perdón beneficia a ofensores y ofendidos.

Con sinceridad afirmo creer que Bello se inspiró, para escribir el citado poema, en estas palabras de Jesús: “Han oído que antes se dijo: Ama a tu amigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, y oren por quienes los persiguen”. Y lo mismo hizo al citar en uno de sus escritos una estrofa de don Pedro Calderón de la Barca, estrofa que a la letra dice:

Mucho perdisteis conmigo;

pues si fuerais nobles vos,

no hablaríais, vive Dios,

tan mal de vuestro enemigo.

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