El cáncer y yo
Cómo respondí ante el cáncer
Por Patricia de Palau, con Lucibel Van Atta
Parece que la temible enfermedad de cáncer no respeta nada: edad, educación, temperamento, apariencia, antecedentes, fama, pobreza o riqueza. Cualquier persona puede escuchar el diagnóstico: “Es cáncer”. ¡Qué susto!
Prisma ha buscado a algunas víctimas de cáncer para que compartan sus experiencias con nuestros lectores. Creemos que estos testimonios reales servirán para dar ánimo a quien lo necesita, quizá a muchos. Este es de una mujer muy reconocida, la esposa del famoso evangelista internacional Luis Palau, quien fue operada de cáncer de mama en junio de 1980 y pasó un año y nueve meses con quimioterapias.
Patricia de Palau es madre de cuatro hijos varones, todos adultos ahora, que ayudan en el ministerio de su papá. Cuando ella se enfermó, los ancianos de su Iglesia cristiana local fueron al hospital para ungirla con aceite y orar por ella. Millones de creyentes alrededor del mundo oraron también. El texto bíblico que muchísimas personas le citaron para animarla, fue Jeremías 29:11, que dice:
“Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis”.
¡Bella promesa! Aquí dejaremos que Patricia nos relate su propia experiencia.
Cáncer. La mayoría de las personas consideran la palabra casi vulgar, pero mi propia reacción es diferente. Hace mucho decidí que la cosa más grande que Dios nos promete es estar con nosotros, no sacarnos de problemas. Y Dios ha estado conmigo durante mi experiencia con el cáncer.
Nadie quiere pensar acerca de un futuro día de adversidad o prueba. Pero Efesios 6:13 nos da un consejo ineludible: “Tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes”.
Nuestro amigo Ray Stedman me dijo una vez: “Ay de aquel hombre que tiene que aprender sus principios en un momento de crisis”. Doy gracias que cuando vino mi crisis, yo ya había aprendido los principios de quién es Dios realmente. Cuando sentí el golpe, tenía firmemente en mente sus recursos.
En un estudio bíblico donde enseñaba a un grupo de mujeres, yo contestaba sus preguntas diciendo: “Vamos a luchar con esto y tratar de encontrar una solución ahora, mientras estamos relativamente en paz, porque algún día cuando el desastre venga, no lo estaremos”.
Para mí, aquel día llegó.
Durante las semanas cuando Luis y yo esperábamos el diagnóstico oficial, oramos que la voluntad de Dios fuera hecha. Queríamos poder mirar atrás a aquellas semanas como una pesadilla, pero el veredicto médico final fue que era un tumor maligno que debía extirparse. Nos quedamos helados ante el informe.
Llegando a casa me senté al piano para tocar y cantar algunos de los viejos himnos que han llegado a ser tan amados, con líneas como “Es tan dulce confiar en Cristo” y “Tu fidelidad es grande”. Son himnos cuya letra se enfoca en los principios bíblicos que he mencionado.
Luis y yo decidimos compartir la noticia con los niños (entre once y diecisiete años de edad en aquel entonces), para que como familia y de un modo cristiano pudiéramos enfrentar lo que venía. Hubo un largo silencio después de que Luis explicó la situación. De repente nuestro hijo más pequeño gritó: “Pero papá, ¡la gente se muere de cáncer!”.
“Cierto”, contestó Luis, “pero creemos que Dios va a sanar a mamá. No se sentirá tan bien como antes, así que significará algunos cambios para todos nosotros. Ustedes tendrán que aprender a cuidarse más y ayudar a su mamá de todas las maneras posibles”.
Antes de mi enfermedad yo cuidaba ferozmente a toda la tribu, considerando a los cinco como varones delicados que sin mí no lograrían salir ni siquiera de una bolsa de papel. Ahora son mucho más conscientes de todo el trabajo involucrado en manejar un hogar y una familia.
¿Se sentía Luis dividido por tantas responsabilidades? Creo que sí, de alguna manera, y me preocupaba porque él no lo comentaba. Trató de estar más en casa.
Después de los tratamientos de quimio, muchas veces me sentí muy cansada, y el hecho de tener a mi marido aquí conmigo fue una ayuda tremenda. De igual manera lo necesitaba temprano por las mañanas para que pudiera descansar un poco más.
Cuando fui al hospital la primera vez, los ancianos de la Iglesia me visitaron para orar. Me sentía completamente confiada en que Dios había sanado toda la situación.
Recuerdo que parecía que el diagnóstico de cáncer llegó en el peor momento posible, durante los preparativos para una cruzada en español en la ciudad de Los Ángeles. Pero ya estaba recuperándome de la cirugía cuando Luis tuvo que salir para predicar allí. Se llevó a los dos hijos pequeños y se quedaron conmigo los gemelos más grandes. Fue una buena decisión.
Pensando en lo duro que sería tener que enfrentar una crisis a solas, doy muchas gracias por el ánimo que recibí de amigos con actitudes positivas. Y en un sentido, el número de personas que te apoyan es importante.
En 2 Corintios 1:11 la Biblia habla del “don concedido a nosotros por medio de muchos (en oración)”. Literalmente sentí cómo Dios me fortalecía gracias a que tantas personas estuvieron orando.
Llamadas telefónicas, tarjetas y notas personales ayudaron a llenar aquellos lugares silenciosos de mi vida antes y después de la cirugía. Hasta las llamadas de otros países que nos despertaron a la medianoche debido a las diferencias en los horarios, me animaron y me recordaron que mi vida estaba muy segura en las manos de Dios.
Mucho antes de recibir aquel diagnóstico, me aferraba con tenacidad a las verdades acerca de la soberanía de Dios y sus atributos, incluyendo su bondad. Había analizado plenamente las razones por las pruebas y su disciplina, y me ayudaron mucho los libros bíblicos de Hebreos y Job.
En Hebreos 12:7 y 11, dice: “Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina?... Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados”.
Para algunos la doctrina puede parecer seca, aburrida y empolvada, pero en mi crisis necesitaba saber la diferencia entre el cuerpo, el alma y el espíritu. Mi espíritu se hallaba en perfecta salud, libre, confiado y relajado. Pero mi cuerpo y mis emociones estaban en problemas. Allí estaba el campo de batalla.
Gracias a mi seguridad acerca de lo que creía, no me sorprendió albergar pensamientos negativos como ¿Qué hará mi familia sin mí? O ¿el año entrante estaré aquí? Sabía que tales ideas procedían de mi mente y mis emociones, pero mi espíritu estaba perfectamente bien.
Hoy cuando me asaltan pensamientos tenebrosos me paro y digo: “Qué tonta”. Luego empiezo a cantar algún himno, por ejemplo “Cuán firme cimiento”. Busco algo positivo que hacer y planear.
Luis iba a tener una cruzada en Australia al siguiente año. Mis gemelos estaban a punto de entrar a la universidad. Mi estudio bíblico estaba meditando en las Bienaventuranzas. Estábamos considerando algunos viajes como familia.
Claro, no me gusta pensar en el cáncer. Resiento los retrocesos. Fue una tremenda lucha terminar todas las quimioterapias. Ni modo. Pero, si puedo salir un poco, mantenerme ocupada, pensar en las necesidades de los demás, me sirve como buena terapia. Necesito volver a recordar el mensaje de Jeremías 29:11.
Un texto en Proverbios me habla al corazón: “Si flaqueas en día de adversidad, tu fuerza quedará reducida” (24:10).
He estado estudiando la carta del apóstol Pablo a los Romanos y este estudio ha fortalecido mi convicción de que como cristianos, debemos procurar más seriamente nuestro conocimiento de doctrina bíblica.
La Biblia también me provee de imágenes fabulosas acerca del amor de Dios. “Me esconde bajo la sombra de tus alas” dice el Salmo 17:8. “El eterno Dios es tu refugio y sus brazos eternos son tu apoyo” promete Deuteronomio 33:27. Él es nuestra “torre fuerte, roca eterna, escudo y consuelo”.
Varias veces cuando me sentía sumamente mal, solo podía recordar que Dios me tenía en sus manos. Me ayudó pensarlo.
Uno de mis vecinos me preguntó si me he enojado con Dios. La psicóloga Elizabeth Kubler-Ross hizo famosa una lista de cinco emociones que las personas experimentan al acercarse a la muerte: negación, enojo, negociación, depresión y aceptación. Pero dudo que yo tenga que seguir esa lista. ¿No puedo manejar mi dolor de acuerdo a mi propio estilo?
La verdad, yo sola creo suficientes reacciones a los problemas, sin que tenga que recibir sugerencias de alguien más.
Además, distingo entre un enojo contra Dios —que me parece casi blasfemo— y las emociones de profunda frustración. El enojo implica que blando mi puño en el rostro de Dios, siguiendo el camino de este mundo. Pero por el contrario, ahora es cuando más necesito cooperar con el Señor.
Lo que sí he experimentado es conversar con Dios, algo así: “Señor, no me gusta lo que me está pasando, pero yo sé que tus planes para mí son todos para bien”. En otras ocasiones: “Padre, realmente no comprendo esto”. Hablar así, me ayuda a menguar la frustración.
Cuando Jesús tuvo que enfrentar la cruz, según lo que nos relata el apóstol Juan a partir del capítulo 17 de su Evangelio, revela que el Salvador no negó su falta de entusiasmo por lo que tendría que sufrir. Pero no estaba enojado. Mi respuesta es que no siento enojo contra Dios ni lo sentiré nunca.
Se repite mucho una pequeña frase: “Solo tengo una vida”. Es muy cierto. Para mí, es suficiente saber que el Señor ha prometido estar conmigo hoy, este día.
Por eso no estoy tomando prestadas las preocupaciones del mañana, sino practicando todo lo que he enseñado y pensado durante años. El tiempo es ahora para las cosas importantes con mi familia, mis amigos, mi Dios. El tiempo es nunca para las cosas triviales que tratan de absorberme.
He aprendido acerca de las prioridades, del mismo Maestro.