Un mundo sacudido
Nuestra fe se puede resquebrajar con los temblores de la vida
Por Margarita Hord de Méndez
El año pasado tembló, el viernes santo en México. Allí acurrucada en el piso, mientras clamaba a Dios al esperar que pasaran esos momentos de agitación, recordé que ese viernes hace muchos años, tembló cuando Jesús fue crucificado.
Temblaron los cimientos del mundo y los de la religión legalista. Se abrieron tumbas y resucitaron muertos. Temblaron los soldados y los líderes al preguntarse ¿qué tipo de hombre era este? ¡También se eclipsó el sol! Seguramente el pavor tomó control de muchos, al sentir que podría ser el fin del mundo. Toda la tierra de Judea fue sacudida por estos acontecimientos inimaginables, todos en un mismo momento impactante.
Los discípulos se habían dispersado; su líder máximo estaba derrotado. Las esperanzas quedaban por los suelos.
Ante un terremoto, los corazones se llenan de temor y de inseguridad. Pueden seguir las réplicas. La ansiedad predomina y las personas temen la pérdida de sus hogares o de sus seres queridos, si no esta vez, con el próximo sismo.
La vida en sí nos da todo tipo de sacudidas, de las cuales es difícil recuperarnos. La infidelidad de un ser querido, la rebeldía de un hijo, una enfermedad incurable, una crisis económica. Da vueltas la cabeza, el sueño huye, la desesperación abruma el corazón.
Parece imposible imaginar una existencia «normal» después de tales incidentes. Todo está de cabeza. Las grietas profundas amenazan con destrozar los muros de nuestra habitación humana.
Gracias a nuestro Padre Todopoderoso, ninguna aparente derrota es el final. Hubo un primer día de semana que cambió todo. ¡Entonces tembló de nuevo! Rodó la pesada piedra que había firmado la sentencia de muerte de forma definitiva, o eso le parecía a la mayoría. Así como se abrieron tumbas ese día del primer temblor, ahora se abrió de par en par otra, ¡con una gran diferencia! ¡Ese cuerpo nunca volvería a aniquilarse! De hecho, esa tumba es la única de todo el mundo donde acuden millares justamente ¡porque está vacía!
Nuestra fe se puede resquebrajar con los temblores de la vida. Sentimos que es el fin de nuestra existencia y de toda certidumbre. Dejemos que sean expuestas nuestras vidas a esa otra gran sacudida: la que despedaza las murallas de la desesperación y deja entrar la luz penetrante de la victoria de Cristo. Solo entonces sabremos que la resurrección puede ser una realidad en nuestras almas. La vida triunfará sobre la muerte.
Tomado de la revista Prisma 43-2, marzo-abril 2015