Oportunidad perdida

Foto por Diana Gómez

Una experiencia de mi esposo, Juan M. Isáis

Por Elisabeth F. de Isáis

Por toda Latinoamérica Dios había usado al joven evangelista mexicano, Juan M. Isáis, para salvar almas. Y ahora había regresado a su tierra para una breve serie de reuniones.

Una noche digna de recordar, él sintió la obligación de hablar sobre el tema de las oportunidades perdidas de los cristianos: los amigos, vecinos y compañeros de trabajo a los que no se les da testimonio. Al ir terminando compartió su propia experiencia:

«Cuando me di cuenta de que los primeros 18 años de mi vida fueron malgastados en el mundo, y que mi conversión vino por escuchar un versículo en un cine y no del testimonio de alguien, me pregunté quién era la persona que Dios había asignado para darme el mensaje cuando yo era un niño. Seguramente Dios envió a alguien para darme las Buenas Nuevas, quizás una maestra cristiana, un compañero de trabajo, o un vecino. Pero ese alguien falló».

El predicador dio la invitación para que los cristianos dedicaran sus vidas nuevamente a una verdadera fidelidad al compartir con otros acerca del Señor. La gente comenzó a bajar por el pasillo, el Espíritu estaba trabajando. De repente una mujer con cabello gris estalló en llanto, llorando amargamente y caminó al frente.

El evangelista la reconoció al instante. «Sí»,  dijo ella, «veo que me recuerdas, yo era tu maestra en la escuela. Por tres años te di clases todo el día, y nunca escuchaste el Evangelio de mis labios, ni sospechaste que yo era creyente. Pero Dios me ha hablado a través de esta experiencia. Con la ayuda de Dios, nunca dejaré pasar mis oportunidades de nuevo».

Tomado de la revista Prisma 42-1

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