María de viaje

Foto por Karina Tino

No teníamos ninguna idea de lo que deberíamos esperar

Por Cynthia Ramírez de Rodiles 

Por lo general la gente piensa en el tiempo cuando el ángel me dijo que yo era la escogida, o la vez cuando tuve que confesar todo a mis padres, o cuando José estaba enojado y luego decidió quedarse conmigo. Pero en medio de todo aquello, tuve que pasar nueve largos meses de embarazo y muchos días de duro viaje.

La cosa de viajar es que nunca sabes lo que va a suceder. Más que en cualquier otro momento de tu vida, eres vulnerable. Estás sola, o con un compañero, pero todavía sola, en un lugar desconocido y frente a un futuro incierto.

Tienes ideas, planes, pensamientos vagos acerca de lo que quieres hacer o lo que puede ocurrir, pero no sabes nada con seguridad. Como todos los padres entienden, uno nunca está en verdad preparado. Aunque tratas de pensar en todas las posibles circunstancias, siempre pasas por alto algún detalle que jamás habrías imaginado.

Aunque hayas estado allí antes, siempre habrá que considerar factores nuevos. ¡Y la gente! Oh, la gente, porque nunca la conoces en verdad. A veces son muy serviciales y amigables, pero otras veces te guían a un destino indeseado.

José y yo habíamos hecho pequeños viajes antes, pero nunca como esta vez. Sentía que llevaba conmigo el tesoro más grande del mundo. Daría mi vida para salvarlo, pero no serviría de nada, porque estaba adentro de mí. ¡Adentro! ¡Qué estresante es pensar en algo así!

Si usualmente tienes miedo de que algo te suceda, puedes imaginarte el temor que me embargaba. No teníamos ninguna idea de lo que deberíamos esperar y a menos de que tú hayas viajado en el desierto también, con toda honestidad te puedo decir que fue mucho más difícil que cualquier viaje de vacaciones.

Pero he aquí lo raro. ¿Fue un viaje duro? Sí. ¿Fue un viaje largo? Sí. ¿Fue un viaje inesperado y lleno de sorpresas? Sí. Sin embargo, no lo cambiaría por nada del mundo.

Desde el principio, supe que lo que el ángel me decía era la mera verdad: «María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios... Éste será grande, y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono... y su reino no tendrá fin». Dios no me iba a abandonar. Lo sentía. Aunque la gente pensaba que era una locura, yo no dudaba. Pero la cosa más sorprendente es que al principio, en medio y al final del viaje siempre fue cierto.

Fue necesario hacer el viaje, pero una vez que empezamos, Él cuidó de todos los pequeños detalles. Siempre hallábamos agua en el último minuto, apenas a tiempo. Encontramos un lugar, no exactamente lo que hubiéramos preferido, pero un lugar. Dios cumplió sus promesas, cada una y a cada paso, siempre, aun en los momentos de tensión cuando dudaba o me olvidaba de Él.

¡Qué alegría conocer sus promesas! Son bonitas al principio, y siguen vigentes a la mitad del camino y todo el tiempo. Qué pena que a veces se nos olvidan.

Tomado de Una nueva mirada a la Navidad, Milamex Ediciones. 

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