Las cuentas claras
Pánico total
Por Madai Chávez Argott
¿Has visto la cara de un niño cuando sabe que ha cometido una travesura y que sin duda será castigado? Pánico total. Aún cuando los días de la niñez parecen lejanos, recuerdo bien ese sentimiento de culpa absoluta. En particular el que sentí una noche cuando no pude conciliar el sueño y en la que, con la cara bañada en lágrimas, tuve que ir a confesar aquello que sabía que no debí haber hecho.
Mis padres, preocupados, escucharon con atención. Después dictaron un veredicto que incluía un castigo y nuevas medidas para su hija desobediente. Al final escuché de voz de mi padre unas palabras que jamás olvidaré: «Borrón y cuenta nueva».
Yo no cabía de asombro. ¿Cómo? ¿Así nada más? De seguro era una trampa. Buscarían una oportunidad para regañarme mil veces por eso mismo cuando estuvieran enojados conmigo en el futuro, pero nunca sucedió.
¡Me perdonaron! Si bien en aquel entonces la benévola medida me pareció un alivio, hoy es solo una ilustración de aquello que sucedió años después una tarde, estando sola en casa.
De nuevo, con lágrimas en los ojos y en esta ocasión, también en el corazón, me encontré ante Dios Padre confesando tantas cosas que creí que las horas no me alcanzarían. No había modo de justificar o compensar todos aquellos pecados delante del Dios Santo y Justo. No había escapatoria.
Entonces, algo maravilloso sucedió: Él ajustó cuentas conmigo y limpió mi expediente con la sangre de su propio Hijo. Me perdonó. Ese ya no era alivio, sino paz. ¡Paz absoluta en vez de culpa y maldad!
Desde ese día, no me he ido a la cama atormentada. Cada noche, me arrepiento y descanso en Dios, porque sin duda Él quiere ser mi paz.
«Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana» Isaías capítulo 1, versículo 18.
Tomado de la revista Prisma 43-3, mayo-junio 2015