La trampa de la ansiedad

Foto por Diana Gómez

¿Qué podemos hacer?

Por Ruth Méndez

En una ocasión, un león se aproximó hasta un lago de aguas cristalinas para calmar su sed. Al acercarse a las mismas vio su rostro reflejado en ellas y pensó: ¡Vaya, este lago debe ser de este león, tengo que tener mucho cuidado con él! 

Atemorizado se retiró de las aguas, pero tenía tanta sed que regresó a las mismas. Allí estaba otra vez el león. ¿Qué hacer? La sed lo devoraba y no había otro lago cercano. Retrocedió, volvió a intentarlo y, al ver al león, abrió las fauces amenazadoras pero, al comprobar que el otro hacía lo mismo sintió terror, salió corriendo.

Pero como la sed era cada vez más intensa, tomó finalmente la decisión de beber el agua del lago, sucediera lo que sucediera. Así lo hizo y al meter la cabeza en las aguas, ¡el otro león desapareció!

Las situaciones ante las que reaccionamos con miedo o ansiedad, las evitamos. No enfrentarlas suele ser una medida de protección. Por ejemplo, el no caminar por el borde de un techo o no insultar a nuestro jefe, son maneras de estar seguros o evitar ser despedidos. En esas circunstancias, muestran un comportamiento de adaptación utilizado por los seres humanos para sobrevivir y vivir mejor.

El problema se presenta cuando evitamos situaciones que nos importan. Tal es el caso de aquellas que evadimos por una mala experiencia anterior que nos causa temor y ansiedad. Por ejemplo: No querer tener perro o mascota porque ya nos mordió uno;  no salir a la calle para no tener un accidente; no relacionarnos con amigos porque alguien nos hirió y creemos que va a volver a ocurrir.

De esta manera, el miedo nos impide disfrutar de nuevas oportunidades, incluso podemos aislarnos y enredarnos más en nuestros temores. 

La metáfora del león nos enseña que el mejor camino para superar las situaciones difíciles es enfrentándolas. Si el león no hubiera tomado la decisión de meter su cabeza en el agua, hubiera seguido con sed, e incluso hubiera muerto. Lo que le ayudó fue encarar aquello que temía y lo hizo porque beber era imprescindible. Cuando nos enfrentamos a lo que tememos, a menudo descubrimos que no era para tanto.

¿Qué podemos hacer?

  1. Identificar y enlistar lo que nos provoca temor.

  2. Seleccionar aquellas situaciones que resulten claves para nuestra vida. Por ejemplo, hay personas que se plantean superar su temor a relacionarse con otros porque saben que esto es muy importante y añade a su bienestar. En cambio no se plantean superar el miedo a las serpientes o a trepar un andamio porque esto no afecta su vida cotidiana. Sería muy diferente si alguna de estas personas trabajara en un zoológico o en la construcción, donde sí estaría afectada su vida cotidiana.

  3. Elaborar un plan de exposición gradual y persistente. Por ejemplo, si tememos el contacto social identifiquemos un amplio listado de situaciones. En primer lugar, enfrentemos las que resultan más fáciles, después las que entrañan un poco más de dificultad y así sucesivamente hasta llegar a las más difíciles. Una vez hecho esto, hagamos lo que el león:  enfrentemos nuestros temores de manera sistemática con apego a una serie de normas importantes: 

    4. Practicar. Cuantas más veces mejor, hasta que sea costumbre y vaya mejorando la confianza.

    5. Hacerlo durante mucho tiempo. Al principio la ansiedad será alta pero en la medida que la enfrentemos irá reduciéndose hasta desaparecer. No olvidemos que es normal que haya altas y bajas. Lo importante es persistir.

    6. Buscar aliados. Los amigos o familiares pueden servir de apoyo para este plan y si tenemos preguntas o necesitamos consultar a algún profesional es importante hacerlo. Nuestro mejor aliado es Dios.  Leamos su Palabra, obedezcamos sus mandatos y confiemos en él. El entiende y tiene el poder para ayudarnos a vencer nuestro temor y ansiedad. El poeta y rey David, lo expresa así en el Salmo 34, versículo 4: «Busqué a Jehová, y él me oyó, y me libró de todos mis temores». 

Tomado de la revista Prisma 42-6

Anterior
Anterior

¿Amigos?

Siguiente
Siguiente

El Areópago