Desviada del camino

Foto por Diana Gómez

Mi mamá tenía razón, por no escucharla nos fuimos por un camino equivocado

Por Rebekah Meyerend

Mi mamá y yo regresábamos a casa después de una linda semana de vacaciones.  Yo era el chofer y mi mamá el copiloto guía.  Antes de salir le pregunté si conocía el camino a casa.  ¡Ella es muy buena con las direcciones y soy yo la que siempre se pierde!

Me aseguró que por supuesto sabía por dónde ir.  Llegamos a un cruce en la carretera y sin consultar a mi mamá di la vuelta a la derecha, segura de que era la dirección correcta.

—No hija, —dijo—  no creo que sea aquí.  Hay que ir derecho y luego damos la vuelta.

—No mamá, es por aquí hacia al este, ¿no viste la flecha?

—No cariño, vamos al oeste y luego al este —insistió. Luego se calló para no discutir conmigo.

Continuamos hacia la derecha aunque me quedé un poco inquieta.  ¿Tenía razón?   Después de un rato nos acercamos a una plaza de cobro.

—No pasamos una caseta cuando venimos.  ¡Estamos yendo en la dirección equivocada!  Te lo dije pero nunca me escuchas. ¿Traes dinero para pagar la caseta?  Yo no tengo más que treinta pesos —me dijo molesta.

Tragué saliva.  Mi mamá tenía razón, por no escucharla nos fuimos por un camino equivocado.  ¿Qué íbamos a hacer? Yo tampoco tenía efectivo para pagar la cuota. Había gastado todo en la semana. ¡Ni siquiera tuve para la ofrenda del domingo!

Decidí revisar mi cartera por si acaso había algo. Allí doblado en el interior encontré un billete arrugado.

—¡Mira! ¡Gracias a Dios! —exclamé gozosa.

Con un suspiro de alivio, pagué la tarifa y pedí instrucciones para el retorno.  Tuvimos que regresar por la misma autopista y pagar otra caseta. Tres cuartos de hora más tarde y con $75 pesos menos, por fin regresamos a dónde iniciamos.  Esta vez escuché a mi mamá y pronto llegamos a casa.

Así es la misericordia de Dios. Yo fui terca y orgullosa. Estaba segura de que sabía lo que era mejor en vez de escuchar el consejo de alguien que en verdad conocía el camino.  Aún así, Dios sabía lo que íbamos a necesitar y guardó el dinero para el momento preciso. A pesar de mi necedad, él cuidó de nosotras.

Muchas veces me comporto así con Dios.  Estoy segura de que conozco lo que es mejor, pero luego fracaso por no haberlo consultado.  Como es bueno, mi Padre celestial no me rechaza e incluso provee para mis necesidades y me ayuda a regresar a la senda correcta. Gracias a Dios porque en su bondad me da nuevas oportunidades de enderezar mi camino.

Tomado de la revista Prisma 43-4, julio-agosto2015

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