De muerte a vida

David sólo tenía un 20% de probabilidades de vida

Por Alejandro Hernández

Hace dos años recibí una llamada que cambió mi vida por completo. Me dijeron que tenía que ir urgentemente a Monterrey porque David, mi hijo mayor, había sufrido un accidente

Salí de mi casa como loco, pero a solo unos pocos minutos de haber iniciado el viaje, recapacité y le hablé por teléfono a mi esposa para decirle que ella debería acompañarme. Cuando llegó, me calmó y empezó a decir: «deja las cosas en manos de Dios, empieza a orar y a clamar a él». 

Estas palabras eran ajenas para mí. Ella tenía 3 años de conocer a Dios y yo no había querido escuchar nada de Él. Estaba en una posición muy cómoda, ya que mi esposa tenía una relación con Dios y yo vivía en las cosas del mundo, porque sentía que a mí, Dios no me hacía falta.

David es un deportista de alto rendimiento. Practicaba el ciclismo desde los 9 años. A los 13 empezó su cosecha de medallas, conquistando el Campeonato Nacional, en los Mochis Sinaloa. Esa fue la primera medalla de muchas que vendrían a lo largo de su carrera de ciclista, entre ellas 3 medallas panamericanas. 

A los 14 años fue llamado a integrar la primera generación del Centro Nacional de Alto Rendimiento. Canelo, como le llaman sus amigos, ganó lo que cualquier deportista de su edad, anhelaba conquistar. En forma individual, llegó a ser el segundo ciclista más rápido del continente americano en su categoría.

Desde los 14 años abandonó el seno familiar para alcanzar sus sueños. Se hizo tan independiente que llegó a emprender un negocio con el cual se mantenían tanto él como su hermano Diego, pues también éste último había sido llamado para integrarse a las filas del equipo de Nuevo León.

Llegamos a Monterrey y nos encontramos con que David todavía no salía del quirófano. Había entrado a las 4:00 p.m y ya era la medianoche. Media hora después salió el Doctor y nos dijo el procedimiento que había seguido. Había tenido que retirar en una primera operación una parte del cráneo, sin embargo le hicieron un estudio rápido y se dieron cuenta de que había otro hematoma del otro lado del cráneo por lo que tuvieron que retirar esa otra parte del cráneo para liberar la presión intracraneal. 

En palabras sencillas, el doctor nos dijo que David sólo tenía un 20% de probabilidades de vida y preguntó si se encontraba ahí toda la familia para verlo, porque tal vez no pasaría la noche. 

Entramos a su habitación y nos encontramos con un cuadro desgarrador: David estaba lleno de máquinas y tubos. Su cabeza cosida por todos lados y su oído aún sangrando. Cuando salí de la sala, yo estaba desecho y empecé a gritarle a Dios: «Quiero a mi hijo». Entré en shock y fue necesario que me llevaran a urgencias para ser atendido.

Al otro día cuando vi a mi esposa, llorando le dije que no me sentía bien de pedirle a Dios por mi hijo, ya que nunca había querido saber de Él y siempre lo había rechazado. Mi esposa me dijo: «Tú pídele, Él te escucha. Conoce lo que necesitas y espera que se lo digas». A partir de ese momento puse en Dios todas mis esperanzas. 

Cada día el doctor nos daba un panorama cada vez más desalentador a tal punto que nos llegó a decir que David iba a quedar en estado vegetativo. En menos de veinte días David entró a quirófano 4 veces. Nos dijeron que buscáramos ayuda profesional porque era 100% seguro que David nunca volvería a hablar.

Después de estar tres meses hospitalizado y recibir por parte de varios doctores panoramas poco alentadores, decidimos regresar a San Luis Potosí donde consultamos a otros médicos con los mismos y hasta peores diagnósticos.

Un día llegamos a un hospital cerca de la Iglesia El Camino Comunidad Cristiana. Al estacionar la camioneta, me fijé en los horarios y asistimos el siguiente domingo. Los pastores Ariel y Raquel Miranda, así como otros hermanos de esa Iglesia comenzaron a clamar por la salud de Canelo.

Por fin otro doctor se animó a trabajar con nuestro hijo. Expresó que los daños que presentaba eran irreversibles, pero que iba a hacer su mejor esfuerzo para ver cuánto se podía lograr.

Pero Dios tenía un pronóstico contrario al de la ciencia. ¡Comenzó el milagro! Después de un coma vigil de un año y tres meses, iniciaron las reacciones y los siguientes tres meses presenciamos una recuperación increíble, al grado de que los doctores reconocieron abiertamente que se trataba de un milagro. Uno de ellos me preguntó si yo creía en los milagros, a lo que respondí: «¡Claro que creo! La vida de nuestro hijo es muestra de ello». 

Tomado de la revista Prisma 42-3

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