Álbum familiar

Foto por Sara Trejo

Contemos las historias a los hijos

Por Keila Ochoa Harris

Encontramos un viejo álbum de fotografías, y como de costumbre, nos sentamos alrededor de él con un sin fin de preguntas para la abuelita. 

—¿Y éste quién es? ¿El abuelo? ¿El bisabuelo? 

—¿Cómo era este tío?

—¿Dónde vivían en ese entonces?

Mi hijo comienza a darse cuenta de que tiene una familia, y en ocasiones se asoma a los álbumes de fotografías y apunta a diversos miembros. Mi deseo es irle contando poco a poco las historias de sus ancestros, aquellos que le heredaron sus apellidos y algunos atributos. 

Leí un libro para padres donde el autor reflexiona sobre el «álbum familiar» que tenemos en la Biblia. ¿Cómo le narramos a nuestros hijos o nietos la historia de David? Quizá lo hacemos como si se tratara de un cuento, las aventuras de Caperucita Roja o Aladino. Pero tal como el autor de este libro atinó en concluir, la Biblia es mucho más que una colección de historias.

La Biblia es nuestro álbum familiar. Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, Josué, David, Daniel, Pedro, Pablo y muchos más son nuestros padres en la fe; los ancestros de la gran familia de Dios que cubre muchos siglos y generaciones. 

David no es solo un pastorcito de Belén que derrotó a un gigante. Es el rey que tuvo la oportunidad de continuar con la línea familiar de la que vendría el Mesías. Aún más, ha sido un gran amigo y compañero en mis días de soledad y reflexión. Sus escritos en los salmos me han robado más de un suspiro y me han ubicado en momentos difíciles. David es aquel hermano mayor que me muestra que se vale llorar, siempre y cuando reconozca a final de cuentas que Dios está por encima de todo. 

¿Y qué decir de Pablo? Pablo es ese tío estricto y tierno, sabio y juguetón que inspira al respeto, pero también al cuestionamiento. Pablo llega al sillón de casa mediante sus epístolas para instruirnos y recordarnos que la gracia (el favor inmerecido de parte de Dios) es mayor que todo. 

Podríamos hablar del ejemplo de Daniel o la fidelidad de Noé, pero también tenemos una familia con errores, y ninguno se oculta a nuestros ojos, pues somos familia. Allí está Sansón y su debilidad, o Pedro y su temor. 

Es emocionante aún más saber que el álbum fotográfico no se termina con la Biblia. Existen muchos hermanos mayores por ahí que me han edificado a lo largo de los años. Los escritos de Bonhoeffer o las confesiones de San Agustín. Los poemas de Amy Carmichael y la sencillez de Juliana de Norwich consuelan como lo han hecho mis tíos, mis tías, mis primos y mis abuelos en tiempos de dificultad. 

En C.S. Lewis he encontrado un mentor; en Philip Yancey un amigo. ¡Qué dicha saber que no estoy sola!

Así que la próxima vez que tomemos un álbum de fotografías que muestre a la familia, recordemos que aún hay muchos más parientes qué presentar a nuestros hijos. 

Hablémosles de ellos con cariño y respeto, con emoción y gozo, pues el día que se unan a la familia de la fe, serán parte de esta gran genealogía que se añade cada día. 

Contemos de Abraham y de Isaac con la misma pasión que usaríamos al compartir aquella ocasión en que el tío Fulano casi se desbarranca en el monte; hablemos de Marta y María como lo haríamos de nuestras hermanas. Tenemos una gran familia, y nuestros hijos merecen conocerla. 

Tomado de la revista Prisma 42-5

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